Poder y Política

Comentando comentarios: de la anomia al nihilismo

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La realidad chilena se va haciendo no sólo compleja, sino tormentosa. Es como decía el cientista social Hinkelamert en su libro “Nihilismo al desnudo”, que estamos, en  plena globalización neoliberal- en la que está incurso Chile de manera extremosa-, viviendo un verdadero nihilismo.

Ya no es sólo una ANOMIA (palabra usada por Durkheim en su obra “La división del trabajo social”), que en el fondo significa “desorientación” y al mismo tiempo repliegue hacia la indiferencia social, justamente por la falta de claridad  o contradicción en las normas que deben regir los asuntos públicos; es también NIHILISMO, que es una palabra que encierra la negación de las normas, de toda norma. Al no existir éstas, autoriza a transgredir toda ley, toda moral, todo respeto.

La ANOMIA es una falta venial del actor social, pues la subjetividad del repliegue es en respuesta a una carencia o pecado del sistema; en cambio el NIHILISMO es mucho más peligroso, pues se trata de una convicción militante del sujeto respecto a las normas, lo que lo lleva no sólo a irrespetarlas, sino que deriva a su intención de destruirlas.

 

Tomás Mosciatti, en dos comentarios ha señalado cargos muy duros contra dos pilares del sistema democrático: el poder político y el poder judicial. Los cargos van dirigidos a partidos que se les acusa de vínculos con el narcotráfico, en cuyo proceso interno no ha existido reacción alguna, que se ponga a la altura de la gravedad del problema. Habla específicamente del Partido Socialista y sus vínculos sospechosos con militantes del municipio de San Ramón, donde, al parecer, militantes de ese partido y el mismo Alcalde, estarían fichando militantes para dominar internamente a ese partido, financiado con dineros muy consanguíneos con delincuentes organizados en torno al narcotráfico.

Ha habido declaraciones de militantes destacados, pidiendo que eso se aclare y se resuelva de manera total y drásticamente (Landerretche y Pacheco). Otros, como Oscar Garretón, hacen una exposición más ideológica y fatalista acerca de la incapacidad del Partido Socialista de superar su vieja doctrina “allendista” y de la fidelidad “estatista-burocrática”, lo que le lleva a vivir como rehén de contradicciones internas que crean una especie de cohabitación de dos partidos, lo que es absolutamente incoherente, inconsistente y debilitante (desorientador o anómico). Acusa hasta Bachelet, por su idea de seguir levantando slogans retardatarios y sin destino, como los que nutrieron el pasado obrerista y populista, a fin de conseguir los apoyos de un electorado que quedó petrificado en un pasado lleno de derrotas e inmolaciones. Por eso explica el triunfo de la derecha piñerista y neoliberal (en 2017, adjudicable a Nueva Mayoría”; una derrota que tilda de demoledora, tan demoledora como la derrota de 1973 (no suma la derrota del 2009, adjudicable a la Concertación).

Si bien Landerretche y Pacheco apelan a una decencia y transparencia como conducta política de sus dirigentes, sin referirse a los temas del tiempo histórico que atraviesan las ideologías en el siglo XXI, Garretón, por su lado, se atreve a  abordar el problema de los “socialismos del siglo XXI”.

Los aborda de manera realista, eso es innegable. Su diagnóstico es en esencia verdadero, pero tiene sus contradicciones, contradicciones que parecen poco advertidas, pero que no son nada despreciables. Expresa que el intento del Partido Socialista de imitar al caso español (Sánchez y su alianza con la izquierda) es un error. Que se deben tomar banderas más desafiantes, pero no especifica cuáles son esas banderas más futuristas, que podrían sacar a ese partido de la inmolación “allendista”. La “centroizquierda”, como califica a la Concertación”, parece ser su referente, pero no logra caer en la cuenta que en la Concertación existieron también dos almas, una que propugnaba cambios populistas y otra (dominante, por cierto) que gustaba del modelo neoliberal, sin disimulo. Esa contradicción es la responsable mayor del cansancio, desorientación, decepción y sentido de “anomia” sufrido por los sectores populares, que simplemente se replegaron y dejaron de votar, es decir dejaron de creer que con el único poder que se concede al pueblo para influir en los asuntos públicos, se pudiera lograr algo más que confirmar a unas autoridades antipopulares en todas sus dimensiones, excepto en la cínica retórica de “En la medida de lo posible”, “Dejar que las instituciones funcionen” y “Los cuórums constitucionales no lo permiten”.

Parece que al socialista Garretón, le es más satisfactoria una alianza española entre PSOE y PP, es decir algo muy parecido a la “Concertación”. Es decir, una alianza puesta al servicio de las tesis del “CRECIMIENTO” sin equidad, es decir las tesis del neoliberalismo, que es lo que se ha aplicado en Chile por 45 años, de los cuales 25, fueron de responsabilidad concertación y Nueva Mayoría.

No sé qué más pueda postular Garretón: una “Tercera Vía” (que fracasó en Europa); una “Economía Social de Mercado”, a la alemana (pero no somos alemanes ni suecos, tampoco finlandeses, somos un país pobre y atrasado). Como Garretón no se molesta en darnos luces cómo se deja atrás al “allendismo” (causa fatal de la ideología del atraso y la derrota, según su visión), entonces se transforma en otro actor más de la ANOMIA, es decir de la poca claridad política, de la confusión.

El otro poder que Mosciatti acusa de sembrar ANOMIA en Chile es el Poder Judicial. Acusa que las decisiones de las fiscalías y de los tribunales son tan confusos, que dejan  a los más sensatos hombres de opinión exigiendo explicaciones. Explica, con algunos casos destacados, cómo se viola el sentido común más básico. Recuerda el caso de la cuadrilla militar a la que se les va en fuga un vehículo  en pleno toque de queda, hacen la denuncia, explicando que le dispararon al vehículo en fuga con armas de fogueo y balines de goma, hechos que inspiraron al fiscal instructor a procesarlos como indiciados, no a los fugados, sino a los militares; el fiscal Abbot defiende la decisión de su Fiscalía, y entre la Corte de Apelaciones  (que echa atrás el procedimiento del Fiscal) y la Corte Suprema (que lo declara admisible y autoriza su seguimiento), se produce un muy confuso episodio en pro y en contra de ese fugitivo “sentido común”. Acá pueden suceder dos cosas, o las normativas y reglamentos están muy mal inspiradas, redactadas y explicitadas o el Poder Judicial tiene lógicas muy encontradas, lo que lleva a sentir que el ciudadano no sabe a qué atenerse en esta “sampablera” y festival de incoherencias.

Hay innumerables casos en que da para tomarse los cabellos y mecerlos como los viejos profetas bíblicos, pero lo cierto es que el agua de la inconsistencia, de la contradicción, de la incoherencia y de la insensatez nos está llegando más arriba de la cintura y cuando eso acontece, se debe empezar a bracear para no hundirse.

 

 

Por Hugo Latorre Fuenzalida

 

 

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