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Un país en proceso de demolición ¿En qué estábamos cuando se oscureció todo?

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Es probable que el covid-19 no solo nos contagie sino también infecte nuestras estructuras, todo el orden político y cultural. Estamos en una condición febril, delirante, con todos nuestros estados alterados. Un trance, una extraña conciencia estacionaria que es también su peculiar clausura. Una parálisis de las actividades pero también el cierre de sueños y proyectos. Quedan las horas encadenadas y uniformes, como las semanas y meses al interior de un submarino, como una cápsula espacial con viajeros en hibernación, como una celda. Un momento aún sin explicación ni comprensión.

 

En nuestro alargado rincón en el sur del mundo también. Todos los males reproducidos y amplificados. Chile padece un estado de decaimiento mientras observamos pasmados como ruedan, una a una, todas nuestras estructuras y organizaciones. Aquello que creímos sólido y necesario muestra su fugacidad y precariedad. Ese orden, esos modelos de vida, se desvanecen para exhibir su falsedad. La gran estructura económica y social que armó la clase política por más de treinta años, escorada desde octubre pasado, ahora cae por su propio peso. Un susurro, un soplido, el movimiento invisible de un virus, ha bastado para terminar con el armazón en una caída que será estruendosa.

 

Hacia dónde vamos. Nada bueno augura una nave en un viaje de ocho meses sin visión ni timón. Una extensión temporal demasiado larga que ha confirmado, día a día, mes a mes, una fuga sin contención de todos los referentes, desde los políticos, económicos, sociales, culturales. Aquello que alguna vez se pensó como un estado, una nación, exhibe y transparenta su mitología. Nada más ficticio, más fingido, que el crecimiento económico indefinido, la distribución de las riquezas, la integración social, y nada más real que las brechas, los obstáculos, las divisiones, los vacíos. Es este un proceso de demolición que constata la descomposición. Lo que hoy ha comenzado a caer desde hace tiempo, años, estaba por mucho más ya desintegrado. Semanas de barricadas, de furia y fuego, meses de rebelión y rabia hoy contenida son su confirmación diaria.

Desde este lugar será difícil evitar el colapso. Porque nunca hubo un proyecto compartido. Esta es la extensión del espacio de las oligarquías, un territorio disponible para explotar y saquear. Chile, un plan de negocios, un estado que no es estado sino sociedad anónima destinada a desmontar el país para liquidarlo en los mercados. Un proyecto de fin de mundo sin otro destino y futuro que el colapso. Y en este proceso de término estamos atados a nuestras precarias cápsulas en hibernación.

 

Aquel plan de mercado, o estado subsidiado, se desbarranca. Lo que queda hoy es la desnudez de la tierra desolada, el vacío que aparece en todos los espacios en liquidación o en procesos de cierre y quiebra. Chile no ha sido una nación, sino una invención para entregar a los mercados para engorde de las oligarquías. Es por ello que las elites junto a sus especuladores y mercachifles son incapaces de pensar en otro lugar. Chile, país recolector y monoproductor, país de rentistas y especuladores, muere sin los mercados.

 

En esta marcha decidida al hundimiento, la lucha de clases reaparece en toda su crudeza. Despierta, porque solo había desaparecido en las mentes y relatos de políticos oportunistas, publicistas y oficiantes neoliberales. A la indignación del pueblo, van disparos a los ojos, violaciones, humillaciones, daño y perversiones. El estado pretoriano en plenas funciones  para custodiar la propiedad privada de las elites. Los peores momentos de la historia de esta nación se reproducen y se refuerzan con toda su maldad. La tóxica atmósfera mental de 1973 nunca fue disipada.

 

Peste, represión, vigilancia, castigos y carencias en un invierno terrorífico. Momentos para observar y pensar, para aguantar el miedo, recordar y tal vez soñar. ¿En qué estábamos cuando se oscureció todo? Estábamos juntos, abrazados en las calles con nuestros lienzos, demandas y proyectos. Allí volveremos porque es hoy, con más certeza que nunca, nuestra única y tal última salida

 

Por Paul Walder

 

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