Chile, del neoliberalismo a la realidad del tercermundismo
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Primero el estallido social, hoy la pandemia. Pero el verdadero drama de Chile se llama neoliberalismo, concentración de los ingresos, de la riqueza y del poder, corrupción de los representantes políticos. Si la rebelión popular de octubre, que se extendió durante meses en las calles y los territorios, ha sido la expresión de este mal económico, la pandemia, que escala día a día, no solo se ceba con el pueblo sino que reitera, reproduce y amplifica aquellos dolores. Junto a los millares de contagiados, los miles de muertos, la pandemia se extiende en el frío del invierno por las carencias de un pueblo doblemente abusado.
Chile, país modelo, Chile, ejemplo para la región, Chile, miembro de la OCDE, Chile, oasis en Latinoamérica. Aun podemos oír como un enfermizo susurro aquellas mentiras lanzadas al aire de forma perversa e irresponsable durante las últimas décadas. El país de la OCDE, que logró ingresar por la ventana a este club de los ricos con falseados indicadores económicos o por sus cifras útiles para inversionistas y especuladores, ha sido y es el vagón de cola de los desarrollados, que hoy también exhiben, por cierto, su lastre de subdesarrollo.
Los casos de Chile, y México, el otro colado en esta sociedad, son para llorar. El virus ha hecho colapsar la economía mexicana, con pérdidas hasta el momento de unos dos millones de empleos formales y caídas brutales en la actividad. Todo ello en una escena que no detiene la violencia habitual, sino la reproduce y fortalece junto a la tragedia de las migraciones. Un guión distópico y apocalíptico en progresión, sin dirección ni final aún imaginado.
Chile ha alterado cifras desde la dictadura en adelante. Lo hizo durante la transición por varias décadas, sacando lustre a las estadísticas útiles para los mercados y metiendo bajo la alfombra todo lo demás. Bien conocidas son las cifras de desigualdad o las falencias en educación y salud pública. Para qué hablar de medio ambiente o trato a los pueblos originarios, ni mencionar las violaciones a los derechos humanos en una democracia, o su simulación. El vagón de cola de la OCDE, así como el tren que viaja sin parar en un planeta congelado en la serie Snowpiercer de Netflix, adaptación del filme del coreano Bong Joon-hu, que ganó este año el Oscar por Parásitos. La simbología de esta serie es evidente en la verticalidad (linealidad en este caso) social y en la latente, y permanente, lucha de clases. Vagones, sociedades o países, es lo mismo.
El vagón de cola es la jaula fría y sucia de los pobres, excluidos y eventual mano de obra barata o esclavizada. Es parte del tren, sin capacidad de movilidad y decisión y podría dejar de serlo en cualquier momento. Como Chile, que tras la rebelión y en la pandemia se desprende de aquella población que ahora no es útil para el consumo y el mercado. El covid-19 ha dejado caer todo el decorado neoliberal para regresarnos al fantasmagórico Tercer Mundo, una denominación sin embargo real de la que aborrecen nuestras aspiracionales elites que soñaban con las puertas de occidente.
En estos días, para ser serios, Chile ha regresado al lugar donde tal vez nunca salió la mayoría de su población: la pobreza, la precariedad, el miedo al futuro y hoy también el hambre. Tercer Mundo, subdesarrollo, dependencia, atraso, desindustrialización, monoproducción, todos calificativos que la globalización neoliberal intentó borronear pero que hoy reaparecen porque nunca se habían ido.
No solo dependencia y pobreza es propio del subdesarrollo. En realidad, el verdadero tercermundismo es político y cultural. Es también, o principalmente, corrupción y una casta política solo volcada a defender sus propios intereses de clase. Lo que tenemos hoy, en este país supuestamente certificado como emergente por la OCDE, es algo no muy diferente a la clase y orden político de hace cien años o más. Una casta política apernada de forma vitalicia que legisla para el gran capital. Una ralea que ha reproducido los más impúdicos y obscenos niveles de desigualdad en todas las áreas de la vida pública y social. Santiago, Chile, un campo de golf rodeado de mediaguas.
Hay imágenes que quedan en la memoria. No solo la represión brutal de los últimos meses. Una bestialidad con decenas de jóvenes asesinados por las fuerzas de orden, millares de heridos y otros miles en las cárceles por protestar. La entrega de cajas con alimentos que ha hecho el gobierno quedará como una representación perfecta, de la visión de clase del gobierno y sus políticos sobre sus propiedades, territorio nombrado como nación. En esta performance pudimos observar la soberbia de unos sobre humillación de otros en la entrega de los alimentos a las familias vulnerables y carenciadas, que reciben los insumos de las manos de unos políticos con sonrisas para los flashes y cámaras. Pero hay algo aún peor, que es la utilización mezquina por parte de esta clase del hambre como campaña bien organizada de propaganda política. Es solo un detalle en otros cientos, pero reproduce una mirada sobre un país que no ha variado en más de un siglo. Cohecho, acarreo, compra de votos por una caja de alimentos. Es lo mismo.
La denominación de Tercer Mundo la acuñó a mediados del siglo pasado el economista francés Alfred Sauvy. Africa, Asia y América Latina, los condenados de la tierra, en medio de la guerra fría y los grandes bloques geopolíticos. Una estructura que olvidamos con la publicidad y el marketing neoliberal que hoy sin duda regresa. Tras el desmontaje de ese orden en medio de la pandemia y el colapso neoliberal, que representa en nuestras latitudes el retiro masivo de capitales y la caída de las exportaciones, entre otras alteraciones, regresamos a la desnudez, a los despojos históricos y a nuestras endémicas y enfermizas estructuras, económicas, de clase, culturales. Chile nunca superó su subdesarrollo cultural y social.
PAUL WALDER
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