La cuarentena, una cárcel para los pobres
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El ministro Mañalich se declaró sorprendido por la existencia de hacinamiento y pobreza en las poblaciones del Gran Santiago. Es curioso que la persona que cuida la salud de la familia chilena desconozca las condiciones de vida de los pobladores de Puente Alto, la Granja, El Bosque, y la Pintana. No le sirvieron sus estudios, menos su trabajo en la Clínica La Condes. Tuvo que venir el virus a decirle que en Chile existían males ocultos.
Carlos Ingham, en cambio, presidente de la ONG Red de Alimentos, conoce de los asuntos que le ocupan «En esta pandemia se concientizó que en Chile hay un problema de hambre; ya existía y ahora va a ser significativamente peor» (El Mercurio (22-05-2020).
Las protestas de este tiempo, igual que las de octubre del año pasado, no las organiza ni instrumentaliza ninguna organización política, como lo sostienen, sin prueba alguna, el diputado Schalper y la presidenta de la UDI, Jacqueline Van Rysselberger. Las barricadas, cacerolazos y ataques a supermercados de los últimos días son consecuencia de la falta de comida, pero también del hacinamiento y la pobreza.
El hambre crece, en medio de largas semanas de cuarentena, con informales sin ingresos y un desempleo exorbitante. Las respuestas gubernamentales han sido controvertidas, escasas y tardías, lo que explican duras protestas y ollas populares, como en los años de la dictadura. La alcaldesa de la Pintana, Claudia Pizarro, lo dice dramáticamente: «La gente ya no da más, es el hambre o el coronavirus». «La situación es grave».
Cuando el hambre arrecia, y hay que dar de comer a los hijos, cunde la desesperación.
Pero no es sólo el hambre el que desespera y llama a la rebeldía. Son también esas casas diminutas, de 30 metros, con un solo baño, que construyó la “focalización de la pobreza” y donde viven dos familias. Allí se vive el confinamiento. Si uno se enferma se infectan todos: niños, adultos y ancianos. En ese espacio reducido las tensiones son incontenibles. No hay plata para libros, juegos o algo en que entretenerse. Sólo está la TV y esos matinales, dirigidos por jóvenes del barrio alto, que, al igual que Mañalich, desconocen cómo se vive en las poblaciones.
Resulta insoportable mirar y escuchar, todos los días, al alcalde Carter, con sus discursos demagógicos, o las palabras “políticamente correctas” del alcalde Lavín. Matinales insufribles de una TV que se esfuerza en instalar a personeros de la derecha en el “mercado político”. Así las cosas, los pobres, no están en confinamiento, están presos: encerrados, sin espacios para caminar y con sus verdugos en la pantalla. Luego, a media mañana llega el Dr. Mañalich, siempre con malas noticias. Es la cárcel.
Los pobres protestan en las calles y construyen barricadas, como en octubre. No es sólo por hambre. Es también porque los hijos de La Pintana, El Bosque y la Granja han sido engañados. El Ministro de Educación les dijo que podían estudiar a distancia, pero no hay dinero para comprar computadoras y tampoco para pagar la conexión a internet. Entonces, las madres se enojan y salen a la calle a protestar. Y, ya se sabe, que cuando se levante la cuarentena, esos niños, de escuelas públicas, irán a salas de clases de 40 alumnos y no podrán mantener la exigida distancia de protección, para que no se propague el virus.
No es sólo el hambre. Es también la falta de agua. Porque el coronavirus exige agua para lavarse las manos. Pero no hay agua porque Chile se está secando. Es el cambio climático, pero sobre todo es el regalo de las fuentes de agua del Estado a poderosos agricultores, a empresas eléctricas y mineras.
No es sólo el hambre. Es también esa obligación de ponerse mascarillas, las que están agotadas o a precios lejanos para una persona pobre. Comprarlas resulta difícil, porque el confinamiento prohibió las ferias en las poblaciones, fuente de redistribución de ingresos entre cesantes e informales.
Al final no es solo el hambre lo que angustia al pueblo. Es todo. Es esa pobreza que desconocen Mañalich y las caras bonitas de la televisión: los que viven en el barrio alto y que no saben o se niegan a saber que Chile es un país de desigualdades e injusticias. Es el “modelo chileno”. Recién descubierto por el ministro de Salud, gracias al coronavirus.
Por Roberto Pizarro
Artículo publicado en La Voz de los que sobran
Reproducido en El Clarín de Chile con autorización de su autor