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Covid-19: Genealogía del virus en una civilización productivista

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Es un lugar común decir que después de esta pandemia el mundo no será el mismo de antes. El planeta se ha detenido y cambiado de diversas maneras para millones de sus pobladores. Estos han sido obligados por medidas sanitarias estatales, algunas veces en el marco de un plan público estratégico, y otras de manera errática, a confinarse durante meses o a hacer cuarentenas.  Protocolos que dependen de la capacidad de los poderes institucionales de entender el fenómeno, del sentido común de los gobernantes, así como de la capacidad de la comunidad científica para hacerse escuchar.

 

También es cierto que lo mejores expertos han sido los que dijeron al comienzo: «no conocemos mucho este Coronavirus, pero las epidemias anteriores nos aconsejan ciertas medidas de barreras básicas …».

 

Uno de los poderosos mecanismos que mueve a los humanos es el temor a perder la vida. Y los Estados saben muy bien cómo activar esa cuerda y también la de la precariedad de la existencia. Además de vociferear los imperativos de la economía y manejar la información. No obstante, el pensamiento racional siempre nos ha ayudado a entender para debatir. Es lo que hoy necesitamos en esta profunda crisis civilizatoria que estamos viviendo.

 

Desde alrededor del 11 de marzo hemos constatado en carne propia como la epidemia del virus de Wuhan, convertida en pandemia, ha ralentizado para bien o para mal la «aceleración del tiempo» y de la vida global en la que vivíamos aspirados y mareados por un flujo continuo de información, imágenes, datos, mercancías, subas y bajas bursátiles repentinas, capitales financieros, viajes, transportes etc. Y es así como durante un buen tiempo se ha trabajado menos, contaminado menos y consumido menos. Obvio, no todos viven la pandemia de la misma manera. El virus no discrimina, pero nuestras estructuras sociales de vida, trabajo, producción y consumo sí que lo hacen. Para muchos en el mundo, aquejados por la muerte de seres queridos, este Coronavirus es una pesadilla. Y a millones la pérdida del empleo, la falta de atención médica, la penuria de bienes y de agua, la incertidumbre con respecto al futuro en un presente carenciado les revela la precariedad de la existencia en una rutina diaria agobiante y generadora de ansiedad y miedos. Son 36,5 millones de trabajadores estadounidenses que han quedado cesantes en 8 semanas. Es algo brutal que debe repetirse en la mayoría de los paises.




 

Las filosofías de los estoicos y epicúreos en los siglos V A de C. y en el I de la era cristiana se nutrieron de estas inmanentes realidades humanas e intentaron respuestas.

 

En nuestra civilización hay (individuos) cuyos estilos de vida son obscenos debido a la posesión de dudosas fortunas. Aquellos quienes la riqueza les ha permitido evadirse en yates de lujo surcando los mares (exóticos y devastados a la vez), o en ruidosos helicópteros, violando normas, a suntuosas residencias secundarias. Y están los más «normales» que pueden pasar el tiempo en familia informándose ansiosamente del curso fatídico del virus y exponiéndose a los traumas aún no diagnosticados por psicólogos. Para un grupo importante de ciudadanos y ciudadanas (ojalá así sea) se impone en esos espacios privados, y también en la esfera de las llamadas redes sociales, un momento de reflexión: de repensar el orden del mundo y del Sistema Tierra en que vivimos. Eso sí, dependiendo de la porfiada e irreductible posición social y económica; del uso  o no de categorías intelectuales racionales. Además de la capacidad de alejarse de delirios conspirativos y catastróficos y de la desinformación propalada por el dispositivo mediático dominante, la mayor de las veces, sometido a la inefable ortodoxia neoliberal de los imperativos económicos, para el que la “nueva normalidad” será siempre  el viejo orden neoliberal reajustado.

 

Un virus desestabilizador y letal

 

La enfermedad para quienes la sufren es terrible. Sobre todo arriba de los 65, y peor para aquellos con patologías que predisponen a infectarse y desarrollar el cuadro severo de la enfermedad. Los cuidados intensivos son un suplicio sin los equipos ni medicamentos adecuados ni el personal calificado.

 

Cabe recordar que desde un primer momento estuvo presente la actitud negacionista y la desidia de una parte importante del establishment político mundial ante la pandemia de corona virus que vivimos, que tal como su etimología lo indica en griego es “peste que tiene impacto sobre el demos”, el pueblo (epi demia), «un mal que viene de lejos». En el curso de su propagación desde su foco original en China, la pandemia de Covid-19 ha afectado con virulencia inusitada a los ancianos quienes antes eran trabajadores necesarios al mercado laboral, y ahora improductivos son confinados en hogares y geriátricos públicos y privados (sin medidas preventivas y dónde el personal es mal remunerado), en Europa y América de Norte. Y cómo ignorar que en América Latina, ya sea São Paulo, Lima, Quito o Ciudad de México la amenaza de muerte se cierne sobre las clases populares y también en aquellas de las urbes opulentas como Nueva York, Montréal, Paris, Madrid, Londres y Moscú.

Así como sobre sectores de clases medias y profesionales del Norte de Italia; en la sacrificada Bergamo por ejemplo. Pero sin olvidar y dejar de mencionar que Covid-19 contagió a un primer ministro británico (el imprudente y negacionista Boris Johnson rescatado de la Covid-19 gracias a los esfuerzos del sistema público británico y no de una clínica privada), a la esposa de Justin Trudeau; que el virus ha penetrado en el entorno inmediato de Donald Trump en la Casa Blanca, ha infectado autoridades rusas del Gobierno de Putin, provocado la muerte de un político e intelectual connotado en Francia (Henri Weber) y del escritor chileno chileno residente en España Luis Sepúlveda.

 

Si bien la prensa mundial ha resaltado el valor y la perseverancia del personal hospitalario y de los profesionales de la salud de hospitales, así como de ese proletariado de la primera línea que trabaja en supermercados y centros de aprovisionamientos en alimentos que permitió que la vida continuara (en Canadá se les aumentó el sueldo a ambos grupos de trabajadores en signo de reconocimiento tardío), habrá que hacer una profunda reflexión acerca de la política de los gobiernos y de los estados antes y durante la crisis. Muchos trabajadores y trabajadoras, médicos y enfermeros, hombres y mujeres han intervenido mal equipados en países “desarrollados” como Francia, Italia y España. Y claro, neoliberalismo practicado por muchos gobiernos llevó a desmantelar los sistemas públicos de salud a través de recortes presupuestarios y a desatender las necesidades de personal calificado y de equipos  sanitarios. La falta de mascarillas, la deslocalización de empresas productoras de insumos médicos y materias primas a la India y China se revelaron una falta de previsión total en el caso de los gobiernos europeos.

 

Varias crisis juntas pero no revueltas

 

Además de la crisis económica en desarrollo y de su impacto social, junto a la evidencia cierta que las oligarquías propietarias y sus gobiernos intentarán descargar el peso de la crisis sobre los trabajadores, habrá que replantearse en profundidad – además de la instauración o mejoras de sistemas de salud públicos, universales y gratuitos – lo que es obvio y urgente – la relación entre la especie humana y la Naturaleza. Será necesario considerar el tipo de civilización creada por los hombres y el modo de producción del capitalismo hasta ahora utilizado para establecer vínculos de explotación con ella. Recordemos que semanas antes de la entrada del virus al mundo humano las cuestiones centrales eran el cambio climático y una eventual crisis financera global. Por el momento el primero pasa a un segundo plano … sin embargo …

 

Las alertas a lo que venía no faltaron y vinieron de diversas instancias. La nueva escuela de la Colapsología había puesto el énfasis (y con toda la razón) en que la extinción de especies y la pérdida de la biodiversidad con calentamiento global implicaba riesgo de pandemias además de incendios forestales, es decir ruptura de la sana y cauta distancia entre lo humano con otras especies y con el medio natural. Lo que significaba posibilidad de colapso civilizatorio en seis años.

 

Además, los Estados Mayores de las potencias militares y específicamente el Southern Command de EEUU, tenían desde fines del siglo XX, para su manejo de crisis en el siglo XXI, informes donde se señalaba que el calentamiento global implicaba pandemias, guerras y saqueo del agua, emigraciones forzadas, refugiados climáticos, etc.

 

Poco importa si el virus surgió en un laboratorio de Wuhan o en el mercado de animales exóticos situado no lejos de ahí. Las intrigas entre servicio secretos son parte del ajuste de cuentas entre potencias en tiempos de rivalidades económicas y geopolíticas. Es una evidencia que el virus siguió el trayecto de los hombres, de las mercancías, de los capitales, de los aeropuertos y de la información. Siguió a Apple, a Intel, Microsoft por la ruta de la seda de los hidrocarburos, de los chips, de las tierras raras, etc. Por lo que el momento de la reflexión se impone en tiempos en que cabe recordar que Krisis significa (en griego) tanto peligro como riesgos, pero también nuevas oportunidades.

 

Una nueva perspectiva y una propuesta ética

 

Podríamos hacer el esfuerzo de reflexionar desde una perspectiva científica, social, ecológica, cultural y política. Holística. Simplemente porque la OMS acaba de advertir que «el virus llegó para quedarse … no desaparecerá» y porque hay nuevos datos duros. Además de este virus hostil que es el SARS-CoV-2 – «una investigación acuciosa hecha en los murciélagos ha repertoriado 384 virus diferentes y 300.000 a 400.000 nuevos coronavirus emparentados con el nuevo coronavirus. Y estos son susceptibles de saltar la barrera de las especies en el momento propicio para lanzarse en una nueva carrera hacia el homo sapiens». Así se expresa el el biólogo y oceanógrago canadiense Boucar Diouf en un artículo publicado en el cotidiano Le Devoir de la ciudad de Montreal. Y continúa:  « Es algo pretencioso decir que una vacuna es la solución a la crisis actual. Los virus están ahí para quedarse y es una lección de humildad para nosotros. Hay un mensaje que los miembros de una especie de depredadores recibimos de estos seres minúsculos que son la base de todo en la Tierra. Como depredadores debemos cambiar nuestra mirada sobre la naturaleza en su conjunto, y repensar el lugar de la humanidad sobre el planeta para encontrar una solución durable a esta cohabitación. Y el científico agrega sin ambages: «la función de los virus es ser reguladores en el proceso evolutivo, e incluso actuar como defensores de los eslabones mas frágiles de la cadena de la vida; lo mismo hacen en el mar cuando un ecosistema es amenazado».

 

Para Diouf, como para muchos científicos acostumbrados a pensar desde el enfoque de la multiplicidad entrelazada de los fenómenos de la vida «esta crisis no es sanitaria sino prioritariamente medioambiental o ecológica y ha sido totalmente heredada  de la explotación desenfrenada de los recursos animales por la civilización productivista y de su falta de respeto por las otras especies».

Y completa: « Si queremos evitar ser el huésped de estos virus destructores para el humano, agrega Diouf, hay que preservar los habitats y micro sistemas de las otras especies que conviven con nosotros en la casa común. Si nos «mosquean»o molestan, es porque al destruir la biodiversidad hemos hecho desaparecer sus huéspedes naturales y son ellos ahora (los virus) los que nos necesitan para reproducirse».

 

¿Es una mirada ingenua la del biólogo, o una alerta para las jóvenes generaciones? Consideremos los propósitos del científico como una reflexión sobre una nueva actitud que debe fundarse en los principios éticos de la prudencia, la precaución y el cuidado.

 

En los dichos de Diouf no hay ni castigo ni venganza de la naturaleza antropomorfizada ni plaga de Dios destinada a la humanidad. Se apunta a la falta de comprensión de los mecanismos del Sistema Tierra al cual pertenecemos y a las taras de la civilización. Además de revelar la obstinada voluntad del modo de explotación de los recursos  naturales sometida a la lógica de una oligarquía propietaria mundial que impuso formas de vida alienantes a las sociedades humanas. Es la genealogía de la desestabilización de los frágiles equilibrios entre la especie humana y su medio natural, en un Sistema Tierra donde ella es una especie más entre muchas otras que aún existen.

 

Leopoldo Lavín Mujica, Profesor jubilado de filosofía.

 



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