La izquierda chilena empantanada
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La separación de Tomás Hirsch del Partido Humanista (PH), y de casi 300 militantes -gran parte fundadores-, es un nuevo golpe a la debilitada izquierda chilena. El parlamentario, denuncia la “descomposición de la institucionalidad política”, en la que también cayó su organización partidaria. Señala que se ha sucumbido a modos de actuación propios de la política tradicional, incluido el personalismo que “no representa la esencia del humanismo” (The Clinic, 07-05-2020).
La crisis del PH se agrega a las sucesivas divisiones y también renuncias individuales de cuadros destacados de las organizaciones que formaron el Frente Amplio (FA), las que nacieron desde la semilla que sembraron estudiantes rebeldes, primero en el año 2006 y luego en el 2011. En pocos años el desgrane ha sido brutal.
A mediados del 2016, Carlos Ruiz, líder intelectual de la Izquierda Autónoma (IA) y Gabriel Boric, decidieron terminar su convivencia política. Andrés Fielbaum, vocero de IA, acusó a Boric de caudillismo y comportamiento poco democrático. Ruiz lo reiteró, con mayor delicadeza: “Creo que en IA se desató una compulsión por un ascenso rápido, donde se hablaba de carreras electorales muy personalistas, desafiantes a la idea de construir un proyecto autónomo” (La Tercera, 04-06-2016).
Boric confirmó que no existían visiones ideológicas distintas y que la división obedecía a pequeñas e incomprensibles diferencias (entrevista en CNN, 31-05-2016). Entonces estaban en juego los egos, el poder desnudo. Así las cosas, el diputado por Punta Arenas decide formar el Movimiento Autonomista (MA), que posteriormente se incorporaría al Frente Amplio (FA).
En noviembre de 2019 se produce un nuevo sismo. El alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, junto a decenas de militantes, renuncia a Convergencia Social (heredera del Movimiento Autonomista y que incluye algunos otros pequeños grupos de izquierda) por diferencias con Boric. Sharp, cuestionó la decisión del diputado de apoyar, a título personal, la firma del “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”, entre la oposición y el oficialismo. Se trataba, en este caso, de una diferencia más sustantiva, pero también ponía de manifiesto comportamientos personalistas, ya que incluso la propia organización de Boric no había apoyado inicialmente el acuerdo por una Nueva Constitución, aunque posteriormente lo aceptó.
En el otro espacio del Frente Amplio (FA), Javiera Parada decide renunciar a Revolución Democrática (RD), en octubre 2019. Le molestó no haber sido propuesta como candidata a diputada y luego perdió su candidatura a la presidencia de RD. Al final, renunció a su organización política, según ella, por la actitud intransigente frente al gobierno de Piñera. Antes, en marzo 2019, había renunciado a RD el diputado Renato Garín, con argumentos diversos; pero, en realidad, lo determinante parece haber sido sus diferencias personales con Giorgio Jackson. ¡Otra vez, los incontenibles personalismos!
Vale la pena añadir a este recuento la renuncia, en enero de este año, del diputado Marcelo Díaz al Partido Socialista (PS), quien declaró que la nueva directiva, encabezada por el Álvaro Elizalde transformó al PS, “en un partido conservador, sin posiciones claras, sin liderazgo, sin relevancia”. Criticó además al PS por su integración a la Convergencia Progresista, junto al PPD y al PR, en vez de buscar aliarse con el Frente Amplio y el PC.
Menciono a Marcelo Diaz porque siendo socialista, en los últimos meses venía trabajando en el Congreso con los diputados del Frente Amplio. Sin embargo, nuevamente en este caso parece predominar el personalismo, antes que diferencias ideológicas profundas. Porque el conservadurismo y el compromiso con el neoliberalismo del PS arrastra décadas.No es asunto que tenga que ver exclusivamente con la directiva de Elizalde.Tampoco se puede ocultar que Marcelo levantó su candidatura presidencial estando dentro del PS, y en la actual directiva en funciones.
Los datos indican, entonces, que, en estas divisiones políticas, renuncias y recomposiciones, el rasgo dominante ha sido el personalismo, el individualismo político. En realidad, la política, en años recientes, se ha caracterizado, en general, por los intentos de posicionamiento personal ante la opinión pública. Caso inocultable es el de Pamela Jiles, en el PH.
Pero existe otro asunto, de mayor importancia, que ayuda a la dispersión: es la confusión ideológica, que arrastra la izquierda desde hace décadas, junto a una debilitada fuerza social en el país. Ello contrasta con los años sesenta, cuando los partidos de izquierda dieron origen a la Unidad Popular y al triunfo de Salvador Allende. Esos partidos fueron capaces de ofrecerle al país un programa global de trasformaciones y ese programa era respaldado por un movimiento obrero poderoso, junto a crecientes organizaciones sindicales campesinas y de las capas medias.
La izquierda joven y, por cierto, también los políticos de la izquierda histórica han privilegiado la defensa de demandas identitarias parciales o la crítica puntual a ciertas injusticias del régimen actual. En lugar de ofrecer un proyecto de transformaciones estructurales, han atendido solo demandas específicas, abandonado lo colectivo, dejando de lado la propuesta global.
La inexistencia de una propuesta global transformadora del neoliberalismo tiene responsabilidad principal en la derrota de los gobiernos nacional-populares y de la centroizquierda en los países de América Latina. Casi todos estos gobiernos se adaptaron al neoliberalismo o hicieron reformas insustanciales, incapaces de dar respuesta a las necesidades económicas y a las inmensas desigualdades sociales. A ello se agregó la subordinación de los políticos al mundo empresarial, mediante prácticas corruptas. El destino de esos gobiernos fue el fracaso y la ciudadanía dejó de comprender la línea divisoria entre izquierdas y derechas. Y, en el caso particular de Chile no sólo se vivió la apabullante derrota del candidato Guillier, sino emergió la potente insurgencia social del 18 de octubre, que no reconoce ningún liderazgo político.
La izquierda joven ha iniciado un peligroso deterioro, que puede sumarse a la izquierda histórica. Su división y dispersión ponen de manifiesto, por una parte, el personalismo que caracteriza a sus dirigentes, el escaso interés por construir un proyecto colectivo y sobre todo un trabajo fundamentalmente cupular, y alejado del mundo popular. Pero, por otra parte, su fragilidad no está solo en ello. Está también en la incapacidad de construir un proyecto global de transformación, que de término al neoliberalismo.
La izquierda joven y, por cierto, también los políticos de la izquierda histórica han privilegiado la defensa de demandas identitarias parciales o la crítica puntual a ciertas injusticias del régimen actual. En lugar de ofrecer un proyecto de transformaciones estructurales, han atendido solo demandas específicas, abandonado lo colectivo, dejando de lado la propuesta global.
Una izquierda moderna debe ser capaz de combinar una política de clase con una política identitaria. Hay que valorar el poder transformador de los nuevos movimientos emancipatorios, pero son insuficientes por sí mismos. Para que el medio-ambientalismo, feminismo, el movimiento homosexual, los pensionados, los trabajadores precarios, las trabajadoras domésticas, los sin casa o el regionalismo, puedan alcanzar pleno éxito necesitan integrarse a una estrategia global transformadora. Los movimientos sociales, trabajando independientemente, pueden llegar sólo hasta un determinado límite. Eso se vio claramente el 2011 y también posteriormente en la lucha contra las AFP.
La izquierda nueva -ojalá también la izquierda tradicional- podrá salir del pantano, terminar con la dispersión y la farándula personalista, si ofrece a la ciudadanía un programa global de transformación antineoliberal.
Por otra parte, es cierto que los cuestionamientos específicos, el antagonismo opositor, son parte sustancial de la vida política. Sin embargo, una izquierda que busca el poder y desea transformar la sociedad no puede limitarse solo al antagonismo. Debe ser capaz de ofrecer un programa sólido, con discursos que articulen los problemas de la contingencia con la propuesta global. Así se convoca y acumula fuerza social en el presente, pero al mismo tiempo, se le ofrece un futuro a la ciudadanía. Esto es lo que no hace la izquierda en Chile.
En consecuencia, una izquierda moderna, precisa de un programa integral que contemple el término del Estado subsidiario, un distinto modelo productivo, regionalización efectiva, una nueva inserción internacional, relaciones de igualdad entre empresarios y trabajadores. En el plano social es insoslayable la instalación de derechos universales y gratuitos en educación y salud, con seguridad social verdadera para los pensionados. Y, una política impositiva radicalmente distinta a la actual, que financie una nueva política social y productiva. Sólo así será posible un verdadero relanzamiento económico, con equilibrios sociales, que aseguren justicia distributiva para nuestra sociedad.
La izquierda nueva -ojalá también la izquierda tradicional- podrá salir del pantano, terminar con la dispersión y la farándula personalista, si ofrece a la ciudadanía un programa global de transformación antineoliberal. Ese programa podrá ampliar la fuerza de las reivindicaciones identitarias y parciales, entregando una dirección más clara a la lucha opositora contra la derecha.
Economista