La cuarentena abre nuestros laberintos internos
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Todos manipulados, encerrados por nuestra propia voluntad, teledirigidos por nuestros jefes, vigilando y denunciando al rebelde que osa salirse del entramado, cada uno con su móvil, entregando su ubicación a los sistemas de vigilancia, comprando por internet mayoritariamente a los grandes monopolios y solo vinculándose con el otro a través de gafas y mascarillas.
Así estamos, de un día para otro y ni en nuestras peores pesadillas hubiéramos pensado que esto pudiera ser posible.
Para nuestros gobernantes empresariales, la pandemia fue un toque de campana que los salvó de las masivas movilizaciones y cuestionamientos del orden patriarcal vigente, xenófobo, agresivo, competitivo e injusto hasta lo humillante, que al menos en el imaginario colectivo, soñábamos que se despedazaba y volaba en mil pedazos, como un corazón roto ante un quiebre amoroso. Quedamos en suspenso, como una ola petrificada. Era un movimiento en alza con profundos cuestionamientos a nuestra forma de vivir, soñando con esa esquiva palabra llamada dignidad, que la moldeábamos con arcilla, pero sin atrevernos todavía a darle una forma concreta. Quedamos en vilo, con la espuma de mar pintada en la cima de la ola y sin escuchar el estruendo de la marea que no alcanzó a romper. Y el silencio total invadió este paisaje humano con una sola estocada.
La peste después de recorrer el mundo, tocó nuestra puerta, trayendo muertes, desolación y tristeza. La incertidumbre y el temor a enfermar y morir se coló por la ventana. Nuestras autoridades dando palos de ciego, aunque la verdad es que nadie sabe muy bien cómo enfrentar la pandemia. Lo que si es claro es que el virus afecta a todos, pero en una sociedad desigual no todos serán igualmente afectados. Las aglomeraciones en el transporte público, el hacinamiento en las casas y los barrios, las colas para comprar alimentos y retirar las míseras pensiones, el trabajo diario de miles que subsisten en el día a día, el trabajo asalariado de industrias que no paran la máquina como los trabajadores de la construcción y por supuesto los de la salud. Probablemente muchos y sobre todo los niveles superiores de la administración pública y de la gerencia privada podrán aislarse sin dificultad, pero no cabe duda que los riesgos de contagio y de enfermar serán mayores para esa gran masa que siempre ha vivido en un cuento de terror y ahora de ciencia ficción.
Es necesario ser leve como una mariposa para pasar por este mundo sin destruir y fuerte como un león para no dejarnos llevar por nuestros mezquinos intereses, acunados en el fondo de nuestra cultura basada en el capital.
Lo dicho, dicho está y punto, no sigo por ese camino repetido que solo machaca lo que ya está molido.
Esta vez fue el gusto culinario humano por una sopa de murciélagos o el contacto con algún animal intermediario, que poseía el virus mutado, en un mercado en China y en cuestión de horas o días para no exagerar, el mundo se enfermaba. Pero miremos desde lo alto ese mercado extraño del lejano oriente, con animales salvajes y exóticos encarcelados y dispuestos por humanos para el comercio y disfrute de otros humanos, que buscan mercancías vivas para satisfacer sus sangrientos colmillos. Contemplemos, los mercados de aves de corral, en cualquier parte del mundo o la invasión de los territorios agrícolas permitiendo un contacto estrecho de los homínidos con los ratones de cola larga. Como los búhos, no solo miro las causas originales de las epidemias, sino que pienso que lo errado es el sentido de apropiación y superioridad sobre todo lo que nos rodea, interfiriendo sin asco en los hábitats de los animales, destruyendo los ecosistemas en función de nuestro propio, transitorio y selectivo bienestar. En algún momento nos separamos de la naturaleza y la intentamos dominar con nuestro intelecto sin corazón, pero, cual “espada de Damocles”, esta visión se vuelve contra uno mismo. El camino de salida va por volver con la cabeza gacha a incorporarnos al entorno, respetando sus ritmos intrínsecos, aprovechando nuestra inteligencia para permitir nuestra supervivencia en el planeta. Es volver al vientre materno. Es ser parte y no dueño de un ecosistema y si por nuestra acción interferimos o destruimos algún equilibrio, debemos conscientemente reparar lo dañado. Es necesario ser leve como una mariposa para pasar por este mundo sin destruir y fuerte como un león para no dejarnos llevar por nuestros mezquinos intereses, acunados en el fondo de nuestra cultura basada en el capital.
Dije camino de salida, pero no es una buena expresión, suena ostentoso y demasiado fácil para lo complejo del laberinto, cuya base es el ansia sin fin de una humanidad, que no se cansa de crecer y cual barril sin fondo, no calma su sed. La máquina sistémica va demasiado fuerte y los conductores del tren, desquiciados y enajenados, solo viven contando monedas, sin prestar atención en el camino. Probablemente los pasajeros, llegando a la estación, cuando pase el confinamiento, correrán ávidos de consumo a los centros de acopio de lo innecesario y seguirán las cosas tal como antes, excepto porque tendremos menos derechos y aceptaremos dócilmente estar vigilados por drones, dentro y fuera de nuestras cabezas.
Mejor, saquemos los muros y las puertas para que cada uno vuele y resista desde su propio escondrijo.
No sé bien como terminar esta crónica. A veces me tiento por inclinar el arco hacia el corazón de la bestia y me salen conceptos como decrecimiento, economía a escala y sustentable, educación basada en la empatía y no en la competencia y la vieja y querida solidaridad como base de la organización de la sociedad. Otras veces, me invade una congoja existencial vinculada a ese nihilismo que nos embarga cuando la vida por más que lo busquemos, se desenvuelve sin un claro sentido. Y solo es la vida misma que en todo su esplendor nos maravilla en el aquí y en el ahora.
Tomo el segundo camino y desde mi isla desierta, cual naufrago, lanzo esta crónica, dentro de una botella, hacia el mar.
Álvaro Pizarro Quevedo
Peñalolén, 7 de mayo 2020
uier negociación con ellos says:
La botella con el mensaje cruzará los mares y llegará a otros humanos que habrán olvidado su idioma y tal vez termine, como los rongo-rongo , en un museo de cosas excéntricas.