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La falsa disyuntiva de vivir al borde del colapso versus la normalidad neoliberal

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El virus se ha adelantado a otras catástrofes inminentes, las que permanecen en espera por su momento. La pandemia desatada sobre la especie humana, no se nos olvide este detalle, arrastra nuestras construcciones culturales con la amenaza de derribarlo todo. La estabilidad de nuestro aparato cultural, que es nuestra civilización, ha venido dando tumbos desde hace tiempo con alarmas en todas las áreas reales y posibles. Un desastre imbricado que una pandemia viral ha desatado: de la enfermedad al sistema sanitario, desde allí a la economía, al comercio y la globalización, a los sistemas políticos y a los equilibrios sociales, todos aspectos de la vida humana colectiva desde hace tiempo al borde del colapso.

 

Este trance levanta una contradicción tan evidente que nadie quiere verla ni mencionarla. Es el virus contra la especie humana, que ha saltado desde animales salvajes absorbidos por la vorágine comercial. Una amenaza para nuestra especie cuya condición cultural ha sido letal  para el resto de las especies y para los equilibrios vivientes del planeta. ¿Hemos pensado, por un minuto, que el virus favorece con nuestro pánico y parálisis al resto del planeta viviente? ¿Hemos pensado en nuestro lugar en la naturaleza?

 

La reacción inmediata transcurre por otros cursos y reflexiones. La pandemia afecta la capacidad de los servicios sanitarios y la economía. Desde aquí, efectos en los equilibrios sociales, políticos y geopolíticos. El sistema económico y político mundial, tal como lo conocemos desde el final de la Segunda Guerra Mundial y de los acuerdos financieros de Bretton Woods,  trastabilla con la expansión del virus. La fragilidad del sistema mundial nos sorprende por la epidemia.

 

El estallido viral ha saltado como una reacción en cadena. Como una explosión nuclear silenciosa con la capacidad de detener todas las actividades, de vaciar las calles y cerrar su comercio. La última etapa del capitalismo, el neoliberalismo globalizado, se viene abajo como si hubiese sido golpeado por un cataclismo de escasos minutos, por la caída de un meteoro. Las bolsas tienden a reproducir el pánico de la Gran Depresión del siglo pasado, con caídas similares a la de aquel evento histórico, el petróleo retrocede a precios no vistos en las dos últimas décadas, la industria y el comercio global se detiene y el sistema político apenas reacciona ante el crecimiento de la epidemia. ¿Cuándo el mundo se había enfrentado a una situación similar? Analistas ya hablan de un cambio de era.

 

La pandemia apunta al colapso. Nada puede corregirse con el virus, sino acelerar procesos destructivos. Durante las últimas semanas algunos pensadores han comenzado a esbozar sus primeras reflexiones. Judith Butler, la autora feminista, ha dicho que “el virus no discrimina”. Enferma a todos por igual, es cierto, pero no todos tendrán el mismo tratamiento sanitario. En los hechos, el Covid-19 expone y amplifica hasta la muerte misma las desigualdades. Byung Chul Han se sorprende por la capacidad de China para contener  la pandemia a través de la big data: todos los ciudadanos y sus movimientos están registrados mediante inteligencia artificial y todos podrán ser espiados hasta en sus actividades más íntimas, desde la alimentación, sus relaciones y su salud. El régimen autoritario chino ha resuelto la crisis con el control total, un estado orwelliano digitalizado hasta la profundidad de nuestras emociones y deseos. Como Westworld, la críptica serie distópica de HBO. “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia” nos advierte Han. Y termina: “No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo”.

 

Harari, en varias entrevistas, también observa una rasgadura profunda a todas las estructuras. Nada será similar a lo conocido de aquí a fin de año, tanto, que hemos ingresado en un cambio de época. Un quiebre, sin duda, que no nos señala todavía cuál será la dirección.  Solo Zizek, que ha sido de los primeros en reaccionar, se ha mostrado sorprendido por el positivo protagonismo de los estados ante la pandemia. Un giro en el lugar neoliberal que le lleva a pensar en un inminente fin del capitalismo, por lo menos en las condiciones que hemos conocido. Un fin necesario porque estamos al borde del abismo. “O bien promulgamos la lógica brutal de la supervivencia del más apto, o bien alguna forma reinventada de comunismo con coordinación y colaboración global”, inicia un texto breve, que finaliza con la misma idea. “La decisión definitiva es: esto, o alguna clase de comunismo reinventado”.

 

Estamos en el momento de quiebre, de destrucción, del inicio del colapso. Podemos decir que estamos asistiendo a un proceso que amplifica todas las actuales contradicciones. Todas las fuerzas destructivas, aquellas en las esferas de poder y las finanzas, acelerarán sus mecanismos de sobrevivencia y de control. Chul Han lo ha dicho con claridad: estamos en un punto de quiebre, pero no estamos en el fin del capitalismo. Este momento, si nos apuran un poco, emerge desde la tecnología. Es el capitalismo digital guiado por la inteligencia artificial. Una economía alimentada por nuestros deseos y cuerpos, una distopía que podría adelantarse después del derrumbe para levantar y reciclar la catástrofe neoliberal.

 

El sociólogo Marcos Roitman, que escribe desde un Madrid paralizado por la pandemia,  comenzaba hace unos días un texto inquietante: “Es tan obvio que no lo vemos. Lo humano hace tiempo que agoniza. La pandemia no ha sacado lo mejor de nosotros, más bien deja al descubierto las miserias de un individualismo que carcome los cimientos de cualquier especie social”. A diferencia de Zizek, Roitman no ve, por lo menos en el horizonte más inmediato, una salida. Nuestras  oportunidades de liberación parecen agotadas y el virus muta en nosotros, en ellos para mayor claridad, en nuevas propuestas de negocios. El capitalismo triunfa en un mundo que agoniza porque tras la pandemia de la mano del big data “emergerá un capitalismo mejor dotado para la dominación digital. Hacer diferencias entre China y Occidente, bajo el binomio totalitarismo versus libertades individuales es poco serio. Todo régimen político es un orden de dominación”.

 

La frase mil veces citada de Fredric Jameson, “es más fácil imaginar el fin del planeta que el fin del capitalismo” vuelve a tomar sentido. El capitalismo, sea alimentado por energías fósiles o modelado por la Inteligencia Artificial apunta hacia los mismos fines: el lucro conseguido ya sea por la explotación de recursos naturales o por el control de los deseos y los cuerpos. Ganancias obtenidas con miles, centenares de miles de muertos, con millones de desempleados. En pocos días, en medio de la feroz pandemia, Jeff Bezos, el dueño de Amazon, ha aumentado en varios billones de dólares su fortuna.

 

En todos los casos y sus variantes tenemos un resultado, que es el curso de colisión hacia el colapso ambiental. Con pandemia o sin ella esta bitácora no ha sido alterada. El colapso está en plena marcha. Tras el virus, la depresión económica, la crisis política, la escasez de recursos naturales hasta engarzar con el colapso mayor, que es el ambiental.

 

Los líderes y gobernantes cuentan los días para “abrir la economía”, para levantar las cuarentenas, para volver la “normalidad” neoliberal. ¿Es eso lo que esperamos?

 

PAUL WALDER

 

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