Menuda apocalipsis
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En las últimas décadas y, tal vez, más visiblemente en estos últimos años, han surgido en nuestro Planeta, particularmente en cuanto atañe a estos mamíferos superiores que nos hemos autodenominado primates, en aquella su forma que hemos llamado “humana”, robándole a la buena tierra generosa de nuestros inmensos y soberanos pagos el nombre y la imagen, han aparecido, digo, señales fuertes, nítidas, inequívocas, violentas y perentorias que enuncian la ineludible transmutación del régimen socio-político-económico-cultural que el mal llamado homo sapiens se ha impuesto a sí mismo y al mundo todo desde hace no sólo trescientos años, sino muchos más, quizá desde los propios inicios del capitalismo, por no volar hacia un pasado algo más remoto, al así llamado neolítico.*
Y en estos últimos días, semanas, meses, desde que irrumpió el nuevo virus en el centro de China, en Wuhan, junto al Yangtze-Kiang, que Mao atravesaba a nado de ida y vuelta, se ha establecido con todos sus fueros la Gestión Mundial de la pandemia que, de forma aparentemente respaldada y legitimada por medio del ejercicio de una sospechosa unanimidad universal que nadie controla, ha impuesto en casi todo el Planeta un régimen de excepción que permite la reemergencia de los espectros del totalitarismo del siglo XX, espectros que espantan a los fantasmas del totalitarismo actual, el de este siglo XXI que se inició en 1989.
En esta lucha de fantasmas contra espectros nos vemos día a día cumpliendo unas mínimas tareas (las que nos permite y a las que nos obliga el Régimen Sanitario en su configuración local o regional) que nos llevan a confrontarnos unos & unas con otras & otros en el espacio ciudadano restringido por el confinamiento obligatorio. Así nos encontramos (a prudente y reglamentaria distancia) unos y otras en la cola de entrada en el supermercado (que disciplinadamente restringe el número de clientes en el interior de su espacio mercantil) debida y controladamente provistos de nuestros guantes protectores, nuestros barbijos inmunizantes y, por supuesto, premunidos de nuestros teléfonos inteligentes que no sólo nos permiten matar el tiempo de espera (manual y formidable pasatiempo), sino recibir a mansalva las noticias espeluznantes sobre el avance de la peste, así en el mundo todo, como en las localidades próximas de nuestros barrios.
Tengo muchos amigos y amigas que no se comportan como la gente pudiente. Ni compran guantes ni máscaras, aunque sí se laven las manos con jabón. Pilatos dicen que se lavó las manos. Pero no usó jabón, al parecer. Son personas, familias, grupos, barrios, vecindades, cabildos, asambleas territoriales, pequeños clubes de Tobi o de Lulú. Se protegen, más que ante el virus, contra la acción criminal de la autoridad: las unidades sanitarias que no están, los teléfonos que no responden, la policía que huye como si fuese perseguida por los héroes de la “Primera Línea”.
En cuanto me pueda concernir en lo particular, por mi parte, el confinamiento mismo no me resulta demasiado perturbador, ya que desde hace muchos años me he mantenido y sostenido en un repliegue que favorece un ejercicio de flexión que es el plegarse en el pliegue de la lectura, la consideración, la escritura, la skholé, o sea el ocio mismo, que tiene algo de poético. Una coyuntura en la que el uno puede tornarse ninguno. En la que el replegado & flectado agradece el ninguneo como un don protector e inmunizador. Por coronado que parezca, el virus, su pandemia y su política sanitaria no pillarán desprevenido a este pliegue replegado. Otros & otras confinadas nos avisan que abandonan el confín y se tornan meramente finadas & finados. Hasta ahora representan aprox. el 0,6 % de la población mundial y el 5 % de las personas oficialmente infectadas.
No se crea que procuro minimizar la envergadura de la peste en marcha. Poco sabemos de ella: mucho de lo que se va conociendo se mantiene en reserva. Las informaciones que evacúan regularmente las diversas instituciones pertinentes (ministerios de sanidad, organismos médicos, universidades, institutos de investigación) suelen ofrecer rasgos de imperfección, manipulación, restricción de carácter político-comunicacional. Los innúmeros Estados nacionales (que ahora han retornado por sus fueros frente al omnímodo poder de los grandes consorcios transestatales) han adoptado políticas disímiles y contrapuestas frente a la expansión del tenebroso virus coronado, procurando sus agentes rendir ante su electorado una demostración de sus méritos. En Chile, cuando la peste ya ha generado cifras importantes (más de 5.000 infectados; cerca de 50 fallecidos), el ministro de Salud, Jaime Mañalich, pese a su odioso talante frente a los organismos sanitarios del país y a su deplorable desempeño en políticas públicas de sanidad, ha emergido como una fuerza dominante, apoderada de la Gestión Mundial, que ha desplazado y reemplazado al minimizado y ridiculizado Presidente de la República.
A diferencia de sus hermanos anteriores, este virus, por la pandemia que ha generado en el mundo humano del Planeta, ha emergido como un formidable agente político-cultural que ha desplegado una apokálypsis, es decir, un desenmascaramiento, una demostración, una revelación, una exposición desnuda de las condiciones reales de las cosas. Los Estados desplazados, minimizados, subsidiarizados por la supremacía tiránica del neo-neo-neo-capitalismo, tras haberse despojado de buena parte de su infraestructura pública en materia de sanidad, se han visto confrontados, en la obligación que la pandemia impone, a hacerse cargo de la sanidad pública (es su obligación ético-política) sin contar con los recursos necesarios.
El pánico inducido se orienta, según creo, a generar efectos diversos. La cuasi obligatoria concurrencia de las inmensurables fortunas de los hiperconsorcios, así sólo fuere en una mínima poruña, a solventar todos los innúmeros pesos y pasos que una política pública debe asumir para enfrentar la crisis sanitaria y económica (una vuelta de tuerca, comparado con la crisis de 2008, cuando fueron los “Estados” quienes socorrieron a los bancos en quiebra). La obediencia disciplinaria, la sujeción reglamentaria, la organización de la supremacía de los que efectivamente mandan y ejercen el poder. La ocultación de la apokálypsis –operación imposible, dada la fuerza imparable de la revelación (o, si se prefiere, revolución).
El así llamado orden dominante (mal llamado, pues organiza y administra el desorden de la guerra, la masacre y el crimen), a saber, el régimen del predominio tiránico del capitalismo transestatal, ha generado no sólo la desigualdad, término eufemístico para designar el abismo extremo, insondable, entre los infinitamente miserables, despojados de agua y luz, alimento, protección, salud, educación, y los infinitamente opulentos, reunidos en consorcios y supra-re-plata-formas que les aseguran el interminable crecimiento exponencial de sus fondos, recursos, haberes y poderes (mensurables, en parte, en miles de miles de billones de dólares). Ha generado la devastación del planeta: envenenamiento de las aguas; polución de los océanos; destrucción de los glaciares; contaminación de la atmósfera; ruptura de la corteza terrestre y las vías de las aguas subterráneas; exterminio de bosques y selvas nativas; destrucción de la vida y su diversidad. Y ha consagrado como un “hueso de santo” a uno de los más vacíos, bobos, destructivos, degenerativos y corruptores de los así llamados valores: el valor “lucro” / “beneficio” / “crecimiento” / “acumulación infinita”, o sea, el valor del dólar o la moneda de turno que aplasta y apachurra a todos los valores de la cultura humana, generando un ejemplar humano mínimo, reducido a $US, degradado a mera capacidad prostitutiva. (DOLLAR / In God we Trust).
Probablemente Giorgio Agamben en su columna muy discutida “La invención de una epidemia” (febrero 2020)** arremetió contra la forma abusiva y tiránica de ejercicio de una autoridad (sanitaria) que por momentos puede revestir otro carácter (política), sin poder conocer todavía el potencial bio-tánato-político del virus mismo: su capacidad de remecer y revolver y poner en evidencia el propio ejercicio del poder político, en particular en la esfera de la salud pública. Precisamente el mero poder tiránico de la autoridad público-mundial sanitaria resulta cuestionado por el avance de los contagios: ello pone de relieve (es una apokálypsis) la irracionalidad del sistema dominante: así en salud, como en ecología, economía, educación, etc.
Lo que la apokálypsis muestra y exige es la reforma (mutación) del régimen dominante: la detención / supresión del neo-neo-neo-capitalismo (su propia expansión ha sido la causante de la irrupción de los nuevos virus y sus correlativas pandemias ya desde fines del siglo pasado). La supresión de la “extrema riqueza” (más urgente casi que la lucha contra la “extrema pobreza”). La prohibición del extractivismo: así en el aire, como en la tierra y el mar, como en los ríos y bajo la corteza terrestre. El respeto a todas las culturas humanas del Planeta. La supremacía de todos los derechos humanos: no sólo los individuales: igualmente los históricos, sociales, naturales. La creación de una confederación de las culturas y naciones del Planeta en defensa de la vida y la creación, por la supresión de todos los crímenes contra la humanidad y contra la naturaleza. El principal agente de estos crímenes no es otro sino el aparentemente intangible neo-neo-neo-capitalismo. La confederación de las culturas y naciones y pueblos de nuestro Planeta establecerá la abolición del capitalismo (el actual y el primitivo) en favor de un nuevo régimen de vida planetaria: ecológico, sustentable, naturante, dialogante, poético, técnico, pragmático, ético.
Las formulaciones precedentes han de ser denunciadas como mera utopía, aspiración ingenua y susceptible de conducir a muchos al error político y moral. Existen, no obstante, múltiples antecedentes, informes, estudios, investigaciones que señalan o significan o demuestran a todo el mundo que el régimen socio-político-económico-cultural dominante (por comodidad le llamamos neo-neo-neo-capitalismo), aunque sea viable para él mismo, es inviable para la vida no sólo de las poblaciones humanas mayoritarias, sino igualmente para la vida natural del Planeta, así en la selva, como en el aire y el océano. Inviable es eufemismo: dígase “letal”. Más letal que la última y actual pandemia de coronavirus es, sin duda, el neo-neo-neo-capitalismo, régimen que pese a todo asume, con ímpetu totalitario, una supuesta lucha contra el virus, acción que iría pretendidamente en favor de la vida. El virus más letal, empero, es el capitalismo. En su confrontación con el SARS CoV-2 no sólo resulta imposible defenderlo: parece, más aún, la fuerza letal contraria a la naturaleza de la vida.
Por Miguel Vicuña Navarro
* Breve recuento de algunas pocas de esas señales: la primavera de Praga (1968), mayo del 68 de París, la caída del muro de Berlín (1989), los Indignados de Nueva York (2011), los Indignados de Madrid (2011), movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia (2018), la “rebelión popular” de Chile (2019).
** Giorgio Agamben, “La invención de una epidemia”, el.desconcierto / 2-3-2020.