Poder y Política

¿Pueden cambiar el modelo los movimientos sociales? Hoy se presenta una oportunidad histórica

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La relación entre movimientos sociales y partidos políticos está a la orden del día en el Chile de hoy. De las decisiones que estos tomen en el desarrollo de sus luchas, dependerá el tiempo que sus reivindicaciones continúen sin ser realidad, sino apenas una protesta que el tiempo se encargará de extinguir.

 

Charles Tilly define un movimiento social como «el desafío sostenido de un grupo social a quienes detentan el poder mediante repetidas manifestaciones públicas de su número de simpatizantes, su nivel de compromiso, unidad y valor

 

Existen numerosísimos movimientos sociales en Chile, de distinta magnitud y objetivos específicos: agua, medio ambiente, glaciares, Asamblea Constituyente, movimiento estudiantil,  NO+AFP o aquel contra semillas transgénicas por mencionar apenas algunos. Capítulo aparte lo representa el Movimiento Femenino, cuya reivindicación es global. Abarca todos los aspectos de la vida social, política y económica. Nuestra cultura. Lo que somos como civilización.

 

Caso aparte son los movimientos de la Coordinadora mapuche de Malleco y el Consejo de Pueblos Atacameños entre otros pueblos originarios. Ellos no solo reivindican sus tierras ancestrales, reclaman además el reconocimiento como pueblos distintos del Estado chileno. Con todo, entre ambos grupos existen alianzas debido al reconocimiento mutuo de sus intereses.




 

El fenómeno de desarrollo de los movimientos sociales ocurre en América Latina desde hace largo tiempo, con destaque para el movimiento zapatista en México en los años 90, el movimiento por el Socialismo de Bolivia , el movimiento cocalero en el Chapare boliviano, la guerra del agua cochabambina, los levantamientos indígenas impulsados por la CONAIE ecuatoriana, la emergencia y extensión del movimiento de trabajadores desocupados en Argentina y el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil entre otros. Algunos de estos movimientos han tenido éxito y conseguido sus objetivos. Tal es el caso del movimiento de los cocaleros bolivianos que alcanzaron representatividad parlamentaria y finalmente escogieron presidente a uno de los suyos, Evo Morales. En el caso del movimiento de la CONAIE ecuatoriana, consiguieron la caída del gobierno en dos oportunidades, en 1996 y en 2000. En el caso de Chile, los movimientos ambientalistas para la defensa de Aysén han tenido un gran éxito, con el desistimiento de las empresas Colbun y Enel de construir la represa Hidro Aysén devolviendo al Estado los derechos de agua y abandonando el proyecto.

 

La gran importancia política de los movimientos sociales, independientemente de las causas que los movilizan, está no solo por el hecho que representan demandas sociales no satisfechas por el modelo, sino que también porque sirven de catalizadores del cambio social. Todos ellos han surgido como respuesta a la lógica del modelo económico impuesto y a la profunda crisis de representatividad de los partidos políticos y su abandono a sentidas reivindicaciones que simplemente no son escuchadas.  De hecho, su fuerza viene casi en proporción directa a la falta de representatividad de los partidos tradicionales en las sociedades así llamadas democráticas.  La aplicación de medidas de capitalismo neoliberal en toda A. Latina, ha profundizado las desigualdades sociales y la pobreza, fortaleciendo con ello el accionar de estos movimientos.

 

 

En el caso chileno esto es notorio. En términos macroeconómicos Chile habría salido técnicamente de su condición de país sub-desarrollado. Pero en la realidad y de acuerdo con el estudio más reciente de la organización SOL, más de la mitad de los chilenos(as) viven con un sueldo no superior a los $300,000 y el 75% no supera el millón de pesos considerado este como salario del agregado familia, existiendo un 11% viviendo bajo de los niveles de pobreza. La llamada “clase media”, que los detentores del poder económico y político pretenden ser la mayoría del Chile trabajador, en verdad no supera el 7%. (Nunca la prensa del establishment mencionará otras clases sociales, como lo exige el dogma de la negación de la lucha de clases).

 

 

Hasta aquí, los movimientos sociales chilenos se plantean la consecución de sus objetivos al interior del juego democrático. Y esto, independientemente de la calificación y caracterización que se haga de la actual democracia chilena, donde su rasgo esencial es la dominación económica y política de una pequeña clase social burguesa sobre el conjunto del pueblo trabajador. Esto es, la consecución de los objetivos de estos movimientos está indisolublemente ligada a la dictación de leyes al interior del juego democrático parlamentario, que vengan a dar satisfacción a sus reivindicaciones. En el caso de prácticamente todos ellos las reivindicaciones pasan por la modificación de la propia Constitución. Si la lucha está así planteada, entonces es preciso tener fuerza parlamentaria. Supone ganar  diputados, senadores y  también ganar la Presidencia de la República, considerando el actual poder del Presidente en un régimen presidencialista como el nuestro. Sin cambios en la legislación correspondiente, ninguna demanda será satisfecha.

 

 

  1. Rutch nos dice que un movimiento social está constituido por: 1) redes de grupos y organizaciones preparados para la movilización y actos de protesta para promover o (resistir) el cambio social (que es el objetivo último de los movimientos sociales); y 2) individuos que asisten a actos de protesta o contribuyen con recursos sin ser necesariamente parte de un grupo u organización del movimiento.

 

Cientos de miles de chilenas y chilenos, con y sin partido político, pertenecen al segundo grupo arriba citado. Ellos y ellas han representado una buena proporción de ese millón de firmas obtenidas en el plebiscito realizado por la Coordinadora NO+AFP, así como son esas personas sin partido las presentes en todas las combativas marchas que ha atravesado el país desde el inicio de la revolución social del 18 de Octubre. Los combatientes de la Primera Línea dan el tono desde la Plaza de la Dignidad del grado de combatividad contra el sistema que expresan.

 

 

Entendiendo muy bien como una seria amenaza a sus intereses, el Estado capitalista se ha apresurado a aplicar una represión salvaje a gran escala para acallar las protestas. Propia de cualquier dictadura. Hoy en día con el coronavirus a la puerta pintan apresuradamente las paredes y encementan los lugares ya míticos donde el pueblo se reúne hace 5 meses para expresar su repudio al sistema, sus valores y su modelo económico. Los militares en la calle no están para impedir el contagio del virus. Si este fuera el caso,  staría declarada cuarentena en todo el territorio como reclaman todas las voces autorizadas del país; estaría cerrado el Metro de Santiago, cerrados los “malls” o las empresas y servicios donde siguen trabajando los más explotados del sistema. Los militares están en la calle para recordarle al pueblo que el actual modelo es intransable y que la clase dominante no tiene problemas en continuar aplicando su política declarando la guerra armada al pueblo. La  guerra como política por otros medios.

 

El más potente movimiento social de hoy lo constituye el Movimiento Feminista. Un movimiento que atraviesa las clases sociales y que lucha diariamente en todos los ámbitos de la vida económica, social y política nacionales. La reciente marcha del 8 de marzo da cuenta de su fuerza y capacidad de convocatoria en cada rincón del país. Sus reivindicaciones no son apenas las de la opresión de la mujer en la vida social y económica. Sus portadoras indican al sistema capitalista como la esencia de dicha opresión. Por esto y diferente al resto de los movimientos sociales, constituye un verdadero movimiento revolucionario en tanto pretende cambiar de raíz las relaciones de poder en la sociedad. Su fuerza es de tal magnitud, que varios partidos políticos se declaran feministas. Su lucha ha sido tan determinante, que mujeres del mundo entero cantan hoy Un violador en tu camino, y gritan por el fin del machismo secular de nuestra sociedad, justamente como una nueva propuesta civilizatoria.

 

El conjunto de movimientos sociales ha largamente sobrepasado los partidos políticos chilenos sin excepción. No les reconoce como intérpretes de sus aspiraciones. Aquello que los cientistas políticos llaman crisis de legitimidad. Desde los partidos de Derecha que representan la clara oposición a cualquier cambio defendiendo no tocar la Constitución del Dictador, retocada por los gobiernos concertacionistas, hasta los de Centro e Izquierda, que simplemente no han estado a la altura de las circunstancias de las demandas que grita el pueblo cada día, demostrando una vez más que su rol histórico hasta aquí ha sido la consolidación del modelo heredado de la Dictadura. Tenemos así un gran animal social en movimiento con posturas radicales que pretenden el cambio del modelo económico-social, pero sin un modelo preciso alternativo de desarrollo y sin representación política directa en el Parlamento, justamente el lugar donde se hacen las leyes que prodrían satisfacer sus reivindicaciones.

 

 

La actual pandemia de coronavirus que afecta al mundo entero y que en voz de los cientistas llegaría al mayor grado de mortalidad en Chile en mayo o junio del presente año, ha servido para mostrar con toda claridad la verdadera cara de la clase dominante. Como es sabido, el dinero no tiene moral. No importan unos cuantos miles de compatriotas muertos por el virus. Los negocios y las ganancias primero.  Así, el virus en vez de parar la lucha de los movimientos sociales como espera el Gobierno, actúa como efecto catalizador de todas las demandas sociales por las que se lucha, exacerbando estas por la pérdida futura casi segura de miles de puestos de trabajo que el Gobierno no tiene cualquier reparo en aceptar, y la muerte inmisericorde de algunos miles de compatriotas en un SNS completamente indigno de recibir tal nombre.

 

Si hay algo que hemos aprendido de la realidad de estos últimos meses, es que si bien es cierto las leyes en democracia se hacen en el Parlamento, estas pueden o no acelerarse y/o cambiarse por la presión enorme del pueblo en la calle exigiendo dichos cambios. Es la presión del pueblo que echó por tierra el programa del Gobierno de Derecha. Esa misma presión ha definido una nueva agenda política. Ha quedado también claro a los ojos de los movimientos sociales que los partidos de oposición no tienen fuerza ni voluntad política real para luchar por los cambios necesarios.  El Gobierno no ha satisfecho casi ninguna de las demandas pedidas, con la notoria excepción del proyecto de las 40 horas, limitándose hasta aquí en nombre de un supuesto “realismo”, “responsabilidad fiscal” y “estabilidad” a dar las migajas de costumbre. No ha sido ese su criterio cuando anuncia ahora 11.000 millones de dólares de ayuda a las empresas, para supuestamente asegurar empleos, ayuda que saldrá como siempre del bolsillo de los contribuyentes. Todos sospechamos donde irá a parar ese dinero que necesitan con urgencia los chilenos de a pie. Aquellos que no pueden practicar el teletrabajo sentados en sus casas y tienen que ponerle el cuerpo al virus.

Lejos de ser el coronavirus un elemento democratizador como lo pretenden algunos, la sola aplicación de la cuarentena agudiza la lucha de clases. Aquellos que pueden efectivamente esperar en sus casas sin problemas versus los otros que si no trabajan, no comen.

 

¿Cómo ganar la batalla por las demandas sociales insatisfechas que se reclaman, que los partidos llamados de izquierda desconectados hoy de los movimientos sociales no tienen fuerza para impulsar? ¿Cómo derrotar a la Derecha que no ha perdido una gota de su poder económico a pesar que mantiene un gobierno sin cualquier representatividad? ¿Cómo torcer la mano a los ⅔ y al Tribunal Constitucional con los cuales la Derecha está cierta de parar cualquier cambio real?

La respuesta depende hoy esencialmente de lo que sean capaces de hacer los movimientos sociales, de su fuerza, capacidad de lucha y convocatoria. En este camino pueden apoyarlos aquellos partidos políticos cuyas contradicciones internas los empujen a ello colocándose en la fila, pero no a la cabeza, de las demandas populares, dada la presión de sus militantes de base que participan igualmente en los movimientos sociales, sus marchas, barricadas y lucha callejera.

 

El movimiento social tiene absolutamente claro que la lucha en la calle es su fuerza principal. Pero consciente que esto no basta, puede al contrario de lo que ha acontecido con las luchas perdidas de muchos movimentos sociales en el mundo, tal vez ha llegado la hora que la dinámica del proceso los impulse a decidirse a cruzar el Rubicón y transitar por un camino que sería novedoso en Chile. El de constituirse ellos mismos en un gran Frente organizado como Partido Político,  luchando por colocar sus representantes directos en el Parlamento, en miembros  constituyentes para la nueva Constitución, y porqué no, en luchar por escoger su propio Presidente de la República, para poder cambiar la Constitución echando las bases para un nuevo Chile. Tal como aconteció con el exitoso Movimiento por el Socialismo en Bolivia. Tienen una oportunidad histórica de hacerlo.

 

Por Patricio Serendero

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Algunas referencias bibliográficas de este comentario, se encuentran en el trabajo de la profesora Fernanda Somuano Ventura, profesora investigadora del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México.

 



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