Columnistas

Chile: ¿Estallido de una nación o de un sistema entero?

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 52 segundos

Todo empezó el 18 de octubre. El alza de las tarifas del metro fue la “gota que rebalsó el vaso”: la población chilena se juntó con los estudiantes para pedir cambios. Los chilenos demandan pensiones justas, trabajos decentes, salud pública, educación gratuita. No solo se cuestiona el Estado chileno y su constitución, sino que a un modelo económico y político, llamado neoliberalismo.

 

Chile ha experimentado una de las dictaduras más sangrientas que golpearon el continente latinoamericano: 28,259 fueron las víctimas de secuestro y tortura. De estos, 2.298 fueron asesinados y 1.209 desaparecidos. Muchas de estas historias aún no se investigan. Las investigaciones se rigen por el antiguo código de procedimiento penal, creado durante la dictadura, que mantiene en secreto los documentos, testimonios e información básica proporcionados por las víctimas de la dictadura de Pinochet.

 

El Estado chileno es el resultado de intereses y acuerdos que toman sus raíces adentro de un conflicto,  en la dictadura militar, nacida bajo los planes de Estados Unidos y dirigida luego por Augusto Pinochet. Es un “Estado político”, porque no busca a detener el conflicto, sino que, al contrario, busca administrarlo, incorporarlo. “Un Estado centralista, librecambista, asistencialista, centrado en la búsqueda de consensos para el statu quo, y que se vincula con los sectores sociales a través de la burocratización de la política y vaciamiento de lo político y que en última instancia siempre se ha impuesto desde las armas[1].

 

Cuando al final de los años 80 ya su gobierno dictatorial empezaba incomodar éticamente a las empresas y al libre comercio, la “transición a la democracia” pudo resolver esta “incomodidad”.

 

Esta transición nunca supo englobar a los movimientos sociales los cuales lucharon en contra de la dictadura.

 

No es un caso, de hecho, que estas protestas que ocurren hoy en Chile sorprendieron a la clase política. “Esta situación es reveladora de la escisión y  la  distancia  de  la  política para y con la  sociedad,  del “desacoplamiento” de lo social y lo político,  base  sobre  la  cual  se  organizó  la  transición  a  la  democracia,  que  excluyó  y subordinó a los movimientos sociales que lucharon en contra de la dictadura”, explica Mario Garcés, historiador chileno.

 

“Este fue de algún  modo,  el  resultado  de  la  adaptación de  la  centro  izquierda  (demócratas  cristianos, socialistas  y  del Partido por la Democracia)  a  la  Constitución  de  1980  (heredada  de  la  dictadura)  y  al  modelo neoliberal.  La  primera  adaptación a  la  Constitución  del  80 condujo a la “elitización” u “oligarquización” de la política; la segunda adaptación, al modelo neoliberal, condujo a la “mercantilización” de la vida social (y de paso a la colonización del Estado por los grandes grupos   económicos   nacionales   y   trasnacionales,   con   sus   reiterados   episodios   de corrupción).  En  este  contexto,  tanto  la  derecha,  por  razones  obvias,  como  la  centro-izquierda se asimilaron a las lógicas neoliberales, mejoraron sus ingresos (especialmente los parlamentarios y  altos  funcionarios  públicos)  y  vaciaron  progresivamente  la  política  de contenidos  ideológicos[2]”.

 

Transformaron el concepto de cosa pública en lógicas de mercado, “creando una legitimidad que a la elite y a la sociedad le permitió vivir una apertura que funcionó, como diría Gramsci, como una democratización pasiva desde lo alto. […] Pero, como el mercado responde a lógicas del mercado y no de lo público; bastaba el devenir de una variación de las variables macrosociales (como lo llaman los expertos) para develar la fragilidad de dicho pacto social”[3].

 

Es así que se llegó a que el 1% de la población chilena, se lleve el 30% del PIB, cuando el restante 99% de la población tenga que trabajar para que el 1% pueda seguir otorgándole créditos.

 

Entonces, ¿se trata del estallido de una nación o de un sistema?

 

“Estos son tiempos de una crisis planetaria de la civilización mundializada y sus principales contradicciones son la relación de explotación entre el humano y la naturaleza y la del humano por el humano, entendida como equilibrio biótico y sistémico de un conjunto completo de elementos”, asegura la publicación “Geanologia de una crisis”.

 

Igual, es muy difícil por los detentores del PIB, a nivel mundial, de deshacerse de este sistema. Eso significaría perder los privilegios que estas personas mantienen desde mucho tiempo. Pero ya tienen estrategias para no perderlos.

 

Hay varias maneras para distraer la opinión pública de la base del iceberg del problema. Una de estas es la “personificaciones” de los problemas.

 

Fue fácil, en los años 40, personificar a la figura de Hitler o Mussolini con el nazismo o el fascismo, o aun, al final de los 80, personificar la dictadura chilena en la figura de Pinochet.

 

¿Cuáles ventajas tienen las personificaciones de los conflictos?

 

La población se concentra sobre una persona, pensando que esta persona es la causa del problema, y una vez eliminada, este va desaparecer.

 

Es lo que pasa hoy en día en Chile con la figura de Sebastián Piñera. Es “el hombre” a eliminar. Es el que exacerba la represión, que impide los cambios queridos en Chile. Y no son solo los chilenos, al decir de las ONGs como Amnesty International, o Human Rights Watch, sino los países europeos, como Alemania, los organismos internacionales, como Naciones Unidas.

 

Sebastián Piñera ya hizo su tiempo, no es más “de moda”. Es incomodo, como lo era Augusto Pinochet. Él está impidiendo que las protestas se calmen. ¿Y eso qué provoca? A parte las violaciones de los derechos humanos, está impidiendo que el sistema neoliberal pueda seguir su curso linear.

 

La opinión publica necesita su “chivo expiatorio”, tanto como necesita una alternativa.

 

Imma Guerras-Delgado, líder de la delegación de Naciones Unidas de Chile entre el 30 de octubre y el 22 de noviembre de 2019, fue muy clara en ese sentido el día que presentó a la prensa acreditada en las Naciones Unidas de Ginebra, Suiza, el Informe publicado por la delegación de la Oficina del Alto Comisionado –ACNUDH-, “el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución es LA solución”.

 

Claro, y eso lo especificó ella misma, para que sea LA solución, tiene que ser “participativo e inclusivo”.

 

Sin embargo, los movimientos sociales que ya se expresaron en respecto al Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, no lo definieron en ningún momento como inclusivo o participativo, denunciando de hecho la exclusión de ellos mismos en la decisión del texto.

 

Según Juanita Aguilera, presidenta de la Comisión Etica contra la Tortura -CECT-: “La derecha está resguardando a que nada se cambie. Todo eso lo hicieron a espaldas del movimiento social, nadie del movimiento social fue incluido en estas decisiones. Fue un acuerdo a altas horas de la madrugada, sacaron el comunicado cuando toda la ciudadanía estaba durmiendo, mientras la represión no ha parado”.

 

Por Elena Rusca

 

[1] Geanologia de una crisis, Instituto Patagónico de Estudios Culturales, Cristian Cepeda Oropesa, Ricardo Perez Abarca, Silvio Reyes Rolla.

[2] Octubre de 2019: Estallido social en el Chile neoliberal, Mario Garcés.

[3] Geanologia de una crisis, Instituto Patagónico de Estudios Culturales, Cristian Cepeda Oropesa, Ricardo Perez Abarca, Silvio Reyes Rolla.

Related Posts

  1. Mentira, ésto fue preparado, meticulosamente. Aprovecharon el momento cuidadosamente preparado para crear el caos y todo lo que sucedió y sucederá más adelante. Precisamente como se están dando las cosas, es lo que querían conseguir, el gobierno. Mentirosos y manipuladores, ofrecen lo que no podrán cumplir, nuevamente mentirosos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *