Crónicas de un país anormal

Las democracias militares, el nuevo monroísmo evangélico

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Uno de los especialistas en geopolítica, el mexicano Alfredo Jalife, nos permite visualizar, a través de sus análisis, las actuales rebeliones en Latinoamérica en la clave de una visión global, junto al rol de las superpotencias. Según este analista, tres son las superpotencias militares que se disputan América Latina: Estados Unidos, China y Rusia, (esta última militar, pero no económica).

 

En esta disputa por intervenir en América Latina juegan un papel primordial las materias primas, muy especialmente el litio: el triángulo Argentina, Chile y Bolivia son poseedores de más del 80% de las reservas del litio a nivel mundial, (Bolivia, el país que más posee este mineral), y el presidente, Evo Morales, se adelantó a nacionalizarlo y explotarlo con el apoyo de chinos y alemanes, y ya fabricó 23 autos con batería de litio. Este osado paso fue la carta de suicidio para Evo Morales.

 

Estados Unidos no puede soportar que este mineral estratégico sea disputado por chinos y rusos, por consiguiente, le quedaba la salida de preparar y ejecutar un buen golpe de Estado, que se inició en Santa Cruz, con el apoyo de la policía y, finalmente con el ejército, bajo el supuesto de un fraude electoral, amañado por la OEA y por el mozo norteamericano, Luis Almagro, (la OEA hoy no es más que el “ministerio norteamericano de colonias”, y su secretario general, un mequetrefe reaccionario, y un mal hijo putativo de Pepe Mujica).

 

Es imposible la comparación de países tan diferentes como Chile y Bolivia, sin embargo, los índices que Naciones Unidas usa para medir el desarrollo hoy favorece a los altiplánicos: Bolivia ha crecido, durante los últimos diez años, el 4,5% en el PIB, mientras que Chile sólo el 2%, y va en picada a la recesión técnica.

 

Estados Unidos, bajo la actual administración de Donald Trump, ha elegido dos caminos para intervenir en América Latina:

 

en primer lugar, los golpes jurídicos mediáticos, (Brasil, con la destitución de Dilma Rousseff, y en Paraguay, la misma modalidad para el Presidente Fernando Lugo);

 

en segundo lugar, directamente los golpes militares instalando democracias títeres, a las cuales llamamos “democracias militares”, (la diferencia con los golpes militares de los años 70 es que ahora los militares no ocupan la presidencia directamente y colocan a un payaso, previamente elegido por un pueblo aterrado).

 

El caso clásico de las democracias militares fue el derrocamiento de Manuel Zelaya, en Honduras, que fue sacado en piyama y enviado a Costa Rica, y en su reemplazo tomó el poder el presidente del Congreso, Roberto Micheleti, quien llamó a elecciones en las cuales triunfó el corrupto hinfr Lobos, (hoy juzgado por sucesivos y cuantiosos robos a la Caja Fiscal) y, actualmente, está en poder Juan Orlando Hernández, quien fue elegido fraudulentamente y avalado por Estados Unidos. El golpe de Estado perpetrado contra Evo Morales corresponde a una factura similar a la de Zelaya.

 

La democracia para Estados Unidos es solamente retórica: buena, cuando se eligen gobiernos que lo apoyan, pero pésima cuando no conviene a sus intereses, y lo que importa es la posesión de las materias primas; por ejemplo, el Departamento de Estado no ha condenado nunca las siete monarquías absolutas y teocráticas del Medio Oriente, frente a las cuales los gobiernos de Castro, Maduro y Ortega serían blancas palomas.

 

El “monroísmo evangélico” es el uso abusivo y fanático de la biblia, verdadero opio del pueblo, para mantener sumisos a los más pobres con la promesa del paraíso, donde, “de seguro, vendrán tiempos mejores”. Las sectas canutas son mil veces más peligrosas que los ritos de los carismáticos católicos. En general, los monoteísmos aman más el dinero que a Dios, Jehová o Alá, convirtiendo a Cristo, (por ejemplo, en el caso de los canutos), en un ginecólogo, que podría prestar sus servicios en la Clínica Las Condes.

 

El modelo de Jair Bolsonaro es un ejemplo perfecto de la mezcla de monroísmo, evangelismo y militarismo; el gabinete ministerial del actual Presidente brasileño está repartido entre los Chicago Boys, encabezados por Pablo Guedes, los evangélicos y los militares.

 

Afortunadamente, los militares en Brasil han evitado que Bolsonaro se venda totalmente a Trump, pero en cambio han favorecido la penetración china, como también la independencia del BRICS, (Brasil, Russia, India, China y Sudáfrica.

 

Donald Trump, que no tiene amigos sino sólo competidores comerciales, castigó a Bolsonaro y al electo Presidente de Argentina, Alberto Fernández, con la reposición del impuesto al acero y al aluminio, por consiguiente, Bolsonaro se ve obligado, más allá de las diferencias ideológicas, a seguir en el MERCOSUR, y a pactar con Argentina en Acuerdos comerciales.

 

En América Latina, a mi entender, sólo hay tres grandes países: México, Brasil y Argentina, y otros tres en segundo lugar – Colombia, Perú y Chile -. Medir la potencia de las naciones – como lo hace el Banco Mundial – sobre la base del PIB per capita, falsea la realidad; en el caso de Chile, que tiene el PIB per capita más alto de América Latina, se debe a que tiene una población muy baja, (17 millones de habitantes), lo que falsificaría la comparación con Colombia, por ejemplo, con más de 50 millones de habitantes. En el caso de América Latina lo que interesa es el índice Gini, que mide la desigualdad, y Chile está catalogado como el país más desigual del mundo.

 

Otro ejemplo de cómo se falsifican las cifras comparativas de desarrollo es el caso de Uruguay, que aparece como un paraíso, pero sólo cuenta con tres millones de habitantes, (incluso, las reses son más en número que la totalidad de los ciudadanos).

 

En el caso de Panamá este país aparece como el del más alto desarrollo del PIB per capita, pero no es un verdadero país, sino un paraíso fiscal y una guarida de lavadores de dinero.

 

Bolivia es el único país en América que nos pudo mostrar, durante 15 años, un crecimiento sostenido del 5%, incluso, a diferencia de Chile y Argentina, ya estaba mostrando capacidad de agregar valor a las salmueras de litio, produciendo baterías y también autos eléctricos.

 

El hecho de que Costa Rica no cuente Ejército profesional no es por su vocación pacifista, pues no lo necesita porque el ejército panameño podría, eventualmente, defender las fronteras de ese país ¡miren la cantidad de dólares que se ahorra!

 

Pobre América Latina, que estará condenada a tener que elegir entre la bota norteamericana, rusa o china.

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

09/12/2019            

 

 

        

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