Poder y Política

Telescopio: “¿El pueblo con uniforme?”

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“El pueblo con uniforme” es una expresión que usó Salvador Allende en relación al contingente –principalmente la tropa– que conforma ese grupo humano que llamamos las fuerzas armadas. La frase de Allende se inscribía en los esfuerzos –de buena fe por cierto– de tener apoyo, o al menos no hostilizar y así tratar de neutralizar, a los militares. Las razones eran obvias. Allende tuvo otros gestos de importante simbolismo también, por ejemplo, le cambió nombre al tradicional Parque Cousiño por Parque O’Higgins. Esto, habida cuenta del culto por el “padre de la patria” entre los militares, a pesar que el prócer fue un mediocre estratega en el campo de batalla –el llamado desastre de Rancagua es una prueba, así como el hecho que en la decisiva batalla de Maipú haya sido San Martín quien condujera las tropas, el argentino no confiaba mucho en las habilidades de su socio, lo del brazo en cabestrillo fue una excusa– y qué decir que como gobernante O’Higgins tampoco fue muy brillante, aunque sí muy autoritario, por algo Pinochet lo admiraba tanto.

 

Traigo a colación estas remembranzas porque el tema de las fuerzas armadas de nuevo ha estado muy presente estos días en Chile. El presidente Piñera ha anunciado un proyecto de ley para permitir que los militares colaboren en funciones de orden público, sin que sea necesario declarar estado de emergencia. Por otro lado, desde diversos ámbitos surgen rumores, cuyas intenciones son por cierto muy oscuras, según los cuales la actual situación podría desembocar en un golpe de estado. En cualquier caso, mirando desde la distancia uno puede intuir claramente que en las condiciones de imprevisibilidad de los acontecimientos, aparente caos, ineficacia de la clase política para resolver los problemas y, por cierto, temor evidente de las clases dominantes de que los sectores que hace un mes han despertado de su letargo, puedan amagar seriamente sus intereses, una salida autoritaria es una posibilidad real. Y claro está, no hay solución autoritaria sin la concurrencia de los que detentan el mayor poder persuasivo, las fuerzas armadas. Orlando Sáenz, en una entrevista con Tomas Mosciatti, lo mencionaba hace unos días, y ese veterano ex presidente de la SOFOFA en tiempos de la Unidad Popular algo sabe de conspiraciones. El entrevistado también caracterizaba en esa entrevista a Piñera como un personaje “patético”, es decir, de modo indirecto dejaba caer la idea de que en Chile se estaba dando un vacío de poder y cuando ello ocurre, por cierto no faltarían quienes quieran llenar ese vacío.  Así como antes se decía que “la naturaleza detesta el vacío” pues también lo hace la política.

 

Esto súbitamente pone el foco sobre las fuerzas armadas y, como ya lo ha estado y de manera abrumadora, sobre el accionar del Cuerpo de Carabineros, la fuerza policial chilena que tiene también un importante peso estratégico en cualquier balance de fuerzas. Pero como este es también un momento en la historia chilena en que se ha planteado por primera vez la redacción de una nueva constitución con una efectiva participación ciudadana, es también pertinente que se reflexione sobre el rol que las fuerzas armadas y de orden deberían tener en un nuevo marco constitucional. Un marco que ciertamente se supone será más democrático, participativo y en el cual –independientemente de las visiones que tengamos en estos momentos, muy influidas, ya sea por lo que fue la dictadura en el siglo pasado o por las emociones de los acontecimientos actuales– habrá que definir también un rol para las fuerzas militares y policiales.

 

Descontando –por razones geopolíticas que escapan al control de un estado como Chile– la muy improbable alternativa de deshacerse por completo de fuerzas armadas, al estilo de lo que Costa Rica hizo en 1948, aunque resultaría en un muy provechoso ahorro de recursos públicos, lo realista es entonces repensar el rol de las fuerzas armadas en un nuevo contexto político e institucional.

 

Como en Chile se habla siempre mucho de querer ser como los países desarrollados, pues en lo que se refiera a los militares habría mucho que tomar en cuenta y consagrar en un futuro texto constitucional. Por cierto, el principio básico debería ser el de la irrestricta sujeción de la fuerza militar al mando civil. Más aun, debería establecerse –posiblemente en un cuerpo legal aparte que podría ser un Estatuto Constitucional de las Fuerzas Armadas– el principio de que ningún militar esté obligado a obedecer órdenes que apunten al derrocamiento del poder civil o a usar las armas contra su propio pueblo.

 

Toda esa anterior formulación de principio básico debe tener su aplicación concreta en la profesionalización de las fuerzas armadas. Esto debe en primer lugar significar la eliminación del Servicio Militar Obligatorio (SMO). En efecto, el SMO es un resabio de tiempos feudales cuando los señores entraban en algún conflicto o cuando eran requeridos facilitarle hombres al rey para alguna guerra. Los siervos eran entonces reclutados obligatoriamente ya fuera para combatir a nombre de su señor o del rey. En buenas cuentas, el SMO es una forma de servidumbre, incompatible con los tiempos libertarios en que hoy intentamos vivir.

 

La eliminación del SMO por otra parte contribuiría a un mejoramiento del contingente militar ya que, basado en la voluntariedad como es aquí en Canadá, en Gran Bretaña, incluso en Estados Unidos, los hombres y mujeres que quisieran hacer el servicio militar, convertido en voluntario, y eventualmente proseguir una carrera en la milicia, sería gente que efectivamente tendría un compromiso real con el oficio de las armas. Ser militar pasaría a ser de modo real una profesión como cualquiera otra.

 

Pero hay un obstáculo que también se requiere remover: la clasista separación en la formación de oficiales y suboficiales debe dar lugar en cambio a escuelas de formación única, abiertas a todos los jóvenes que se interesaran, incluyendo por supuesto a las mujeres, para lo cual un sistema de cuotas debería establecerse para asegurar su presencia en un número que sirva para tener un real impacto en las instituciones de formación y de paso evite o al menos minimice el hecho que por ser pocas, ellas puedan ser víctimas de acoso sexual. Por último, para erradicar el clasismo de sus escuelas de formación (piénsese por ejemplo en la Escuela Naval), se debe consagrar en ese Estatuto Constitucional la posibilidad de acceso a las escuelas de formación de jóvenes de sectores de bajos ingresos mediante un sistema de becas, además de facilitar que suboficiales y clases ya en las fuerzas, puedan acceder a ser oficiales mediante el mismo recurso.

 

En Chile los militares viven principalmente en un estanco cerrado: ellos tienen sus propias escuelas de formación separadas, sus hospitales, su propia previsión, sus propias tiendas y clubes, incluso sus propios barrios. Muy lejos de la ideal expresión allendista de “pueblo con uniforme” los militares constituyen un cuerpo de gente ajena a los quehaceres cotidianos del resto del pueblo chileno. Para ello las escuelas de formación de las fuerzas armadas deberían diseñar programas de cooperación e intercambio con las universidades y centros de formación técnicos que posibilitaran una mayor conexión entre uniformados y civiles. Por ejemplo, como se intentó en Argentina al término de la dictadura, los alumnos de las escuelas de formación militar deberían tomar sus cursos generales (historia, geografía, idiomas y aquellos complementarios en áreas del derecho, la ciencia política, la psicología) en universidades junto a estudiantes civiles. Lo mismo se podría hacer en el caso de ciertos cursos técnicos en las escuelas de especialidades. A su vez, las escuelas de formación militar bien podrían ofrecer cursos complementarios optativos a estudiantes universitarios y técnicos interesados en aprender elementos básicos de formación militar, sin necesidad de hacer el servicio militar y en un contexto de experiencia educativa y no de disciplina castrense.

 

En cuanto a la policía habría que reestructurar completamente el Cuerpo de Carabineros y descentralizar la función policial. Las regiones e incluso aquellos municipios más grandes, podrían tener sus propios cuerpos policiales encargados de la lucha contra el crimen en áreas geográficas más acotadas, desarrollando una metodología de policía comunitaria. Esto significaría un mayor grado de colaboración entre ciudadanía y su cuerpo policial más inmediato, en un esfuerzo por combatir el crimen local, principalmente narcotráfico, en tanto que Carabineros se encargaría de ser el cuerpo policial nacional, dedicado a combatir el crimen a través del conjunto del territorio, desarrollando un trabajo de inteligencia profesionalizado para dar cuenta de ese trabajo. La PDI por su parte concentraría su trabajo, también a nivel nacional, principalmente en la tarea de resolver hechos criminales, utilizando métodos científicos pero sin duplicar el trabajo que debería estar en manos de Carabineros a nivel nacional y las policías regionales y comunales a nivel local.

 

Y finalmente un punto polémico en muchas partes del mundo: ¿podrían los integrantes de Carabineros, sindicalizarse? Aquí en Canadá los cuerpos policiales municipales tienen derecho a formar sindicatos (los llaman fraternidades) e incluso pueden ejercer ciertas formas de presión, aunque no recurrir a la huelga (por varios meses la policía de Montreal hace un par de años no vestía su uniforme completo, sólo su camisa y chaqueta pero en cambio sus miembros vestían pantalones de otros colores como forma de protesta). Por cierto el derecho a huelga puede discutirse, pero formar sindicato en defensa de sus reivindicaciones laborales podría ser enteramente aceptable. Y yendo aun más lejos, no vería problema en que el personal de las fuerzas armadas, soldados, marineros y aviadores, pudieran formar sus propias asociaciones profesionales y que los estudiantes de las escuelas de formación militar pudieran también formar centros de alumnos. En suma, estas medidas podrían contribuir a acercar de manera efectiva las fuerzas armadas con la población civil. Los integrantes de Carabineros deberían ser considerados civiles, como lo es hoy el cuerpo de Gendarmería por ejemplo. Esto debería significar la desmilitarización del Cuerpo de Carabineros, como se hizo en España con la Guardia Civil. Quitándole a carabineros su estructura militarizada, se podría ahorrar eliminando muchos rangos que copian el modelo militar: no es necesario tener generales y coroneles, por ejemplo, sino que más bien los grados correspondan simplemente a sus asignaciones regionales y especializaciones, como hace aquí en Canadá el cuerpo nacional de policía, la Real Policía Montada del Canadá.

 

Un cambio cultural que favorezca la interacción entre uniformados y civiles debería enfatizar actividades en que haya una efectiva colaboración militar con la población civil, aparte de la ayuda que los militares prestan en caso de desastres naturales o incendios forestales, una colaboración en puntos específicos de apoyo a la población en materia de atención sanitaria, actividades deportivas y otras de carácter comunitario debiera ser parte también del rol militar. Incluso los desfiles militares, empezando por la Parada Militar debiera transformarse no sólo en un despliegue de capacidades bélicas, sino ser un auténtico desfile cívico-militar (aquí en Canadá por ejemplo, es común que en lugar de desfiles grandiosos para su Día Nacional, en las distintas ciudades desfilan destacamentos de sus regimientos, bases navales o aéreas locales, junto a grupos civiles de la comunidad, incluyendo sus numerosos grupos étnicos).

 

Después de todo, una nueva constitución y la institucionalidad que de ella resulte, debe aspirar a fomentar la igualdad de derechos y oportunidades de los habitantes de Chile.  Dadas las actuales circunstancias a lo mejor esto puede sonar en este momento, utópico, pero no es imposible pensar que con un rol más “civilizado”, con un adecuado control ciudadano y transparencia en sus actos, los integrantes de las fuerzas armadas y de orden, en el marco de una nueva constitución, podrían quizás ser llamados finalmente, con buena razón, “el pueblo con uniforme”.

 

Por Sergio Martínez

 

 

 

 

 

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  1. Carlos Ochsenius says:

    Análisis muy necesario y pertinente. Hay que incluirlo en todo tipo de conversaciones y foros ciudadanos (presenciales e Internet), escapando a una difusión restringida a pequeños núcleos de «conocidos».y amigos-de-siempre. Creo que en este y todos los temas temas de interés nacional puestos en la mesa por la crisis social y política del presente hay que ir constituyendo grupos amplios de debate y propuestas por TEMAS. No sólo por territorios o demandas particulares como hasta ahora. Uds. ¿no podrían iniciar un grupo de discusión –con WEB propia–, sobre Reforma democrática de FFAA y Carabineros,involucrando ojalá a algunos de sus miembros (en retiro, operativos, tropa y reclutas, jóvenes desertores u «objetantes») ,–bajo «chapa», si es necesario?. .

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