Telescopio: la irracionalidad engendra irracionalidad
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Aristóteles tendría mucho que decir respecto de la actual crisis en Chile. En su Política, en referencia a lo que hoy llamamos economía, ya distinguía entre oikonomikos de donde deriva el actual término economía, y que se refería a las actividades para el mantenimiento de cada familia, el trabajo y el manejo de los bienes de intercambio que permitían la subsistencia. El otro concepto era chrematisike que se refería a las actividades destinadas a sacar ganancias. Para Aristóteles, esta última era una actividad carente de toda virtud y más aun, quienes la practicaban, para él eran “parásitos”.
Al parecer en Chile se han cansado de los “parásitos”, los que especulan con los fondos recaudados por las AFP, se benefician de las ganancias de las Isapres que a su vez se aprovechan de las necesidades de salud de la gente, o de ese pequeño, pero poderoso porcentaje de dueños de bancos, inmobiliarias y socios de consorcios transnacionales que se han estado enriqueciendo a costa del trabajo de los chilenos desde los tiempos de la dictadura y que en democracia simplemente se arrimaron a la sombra de los jerarcas partidarios que administraban el modelo.
Sin embargo Chile ha llevado el modelo parasitario de la economía neoliberal a un extremo tal, que ha destruido a su vez las bases mínimas para una resolución medianamente racional de los conflictos, particularmente del conflicto derivado de la inequidad social. Y sin racionalidad, bueno, todo puede suceder, como lo hemos visto estos días.
¿Y es importante esto de la racionalidad, de la razón? De nuevo el viejo Aristóteles nos puede ayudar. Para el filósofo griego el bien supremo era la felicidad, la que definía de un modo muy diferente a como la definiría mucha gente hoy. Para Aristóteles la felicidad era el buen uso de la razón. Noción que a su vez puede tener diferentes interpretaciones y extensiones: tener clara conciencia de por qué hacemos lo que hacemos, por ejemplo, algo que conecta con la noción existencialista del “ser para sí”, el ser consciente.
En nuestra tradición marxista también adoptábamos ese razonamiento cuando hablábamos de la clase “en si” y la clase “para sí”. En el primer caso como dato estadístico: la clase trabajadora, por ejemplo, en términos cuantitativos, cuántos son. En el segundo caso, la clase con conciencia de tal, el dato cualitativo.
Por cierto, la dictadura y el modelo económico neoliberal alteraron mucho el concepto mismo de clase trabajadora u obrera. De hecho, por la desindustrialización de Chile, la clase obrera se ha visto notoriamente disminuida, en cambio otros segmentos de trabajadores, principalmente en las áreas de servicio, han sido los que han tomado su lugar al menos en términos numéricos, aunque no en un sentido cualitativo: probablemente una gran parte de esa clase trabajadora en funciones de servicios en el comercio, el aseo de edificios, la seguridad o en la llamada economía informal (vendedores ambulantes, trabajadores ocasionales) no participa en ninguna instancia organizativa que defienda sus intereses o que siquiera de manera remota contribuya a formarles una conciencia de clase.
El peor efecto de esta transformación de la economía, sin embargo, ha sido el hecho que varios centenares de miles de gente que alguna vez eran parte de ese conglomerado que se podía llamar “trabajadores” han sido arrojados a las numerosas huestes de los que Los Prisioneros en su famoso tema llamaron “los que sobran” y de esos, simplemente una gran cantidad ha pasado a engrosar las filas del lumpen.
En una conversación familiar hace unas semanas conversábamos de este fenómeno y a alguien hasta le pareció curioso este término, quizás escuchado en algunos círculos, pero cuyo origen no todos conocen. Marx utilizó el término alemán lumpenproletariat en su obra El 18 Brumario, describiéndolo domo “el deshecho de todas las clases”…”una masa desintegrada” compuesta de “individuos arruinados y aventureros desgajados de la burguesía, vagabundos (gente en situación de calle se diría en el lenguaje engolado que se usa en Chile), soldados desmovilizados, pájaros de cuentas liberados de prisión, ladronzuelos diversos, mendigos, gente operando en el oficio de la prostitución, etc.” Marx indica cómo Louis Bonaparte se apoyó en esta gente en su pugna por el poder. He aquí entonces un primer dato importante: el rol político instrumental que puede desempeñar el lumpen. Otto Bauer añade otro dato importante respecto al lumpen esta vez en el siglo 20, el lumpen incorporado a los grupos de choque del fascismo, tanto en Alemania como en Italia.
Para los chilenos no hace falta recurrir a esas referencias bibliográficas: en nuestra propia experiencia, el lumpen era la “carne de cañón” de los grupos de extrema derecha fascistoide, Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus, operando durante los años de la Unidad Popular. Elementos del lumpen como el infiltrado dirigente poblacional Osvaldo “Guatón” Romo integraron después del golpe redes de delación e incluso como Romo, fueron parte de los equipos de torturadores de la DINA.
El modelo neoliberal, con su afán destructivo de la industria manufacturera chilena que redujo y en algunas ciudades liquidó a la clase obrera, mientras que a la vez promovía un consumismo obsesivo, produjo también un efecto devastador en lo que antiguamente llamábamos “los sectores populares”, principalmente habitantes de las poblaciones obreras y de ciertos barrios. Desplazados de las posibilidades de trabajar en industrias que ya no existían, los hijos de la otrora orgullosa clase obrera, en muchos casos pasaron a engrosar las filas del lumpen. En la ausencia de trabajos estables, con la televisión y la presión de su entorno tentándolos a comprarse la marca de zapatillas de moda y el celular más espectacular, los jóvenes de las poblaciones, los que otrora acompañaban a los partidos de izquierda a hacer campaña por sus candidatos y que compartían en veladas culturales, ahora se convertían en consumidores de droga, micro-traficantes, o en el “escalón más alto” de esa nueva cultura instalada, en los guardias armados de las pandillas de narcos.
Con la instalación de esa nueva cultura, subproducto del modelo económico neoliberal, el resultado ha sido la instalación de la irracionalidad, como norma, porque es evidente que la vida del lumpen no puede ser una vida feliz. Nótese que aquí convergen las definiciones de felicidad aristotélica (felicidad = buen uso de la razón) y la noción que comúnmente entendemos hoy como estado de realización personal y social. En un sistema donde impera la irracionalidad, sólo puede generarse más irracionalidad.
Las protestas masivas que se han desarrollado con éxito y mayormente de modo pacífico, han encontrado como respuesta la irracionalidad de un gobierno que impertérritamente intenta continuar como si “aquí no pasa nada”. Entonces tenemos esa insólita declaración de guerra, por muy retórica que haya sido. Las manifestaciones son a menudo atacadas por los carabineros cuando se desenvuelven pacíficamente, a lo más interrumpiendo el tránsito, pero no causando daños. Paradojalmente, cuando de manera muy sospechosa, aparecen individuos encapuchados que atacan, destruyen y prenden fuego a las estaciones del Metro, esos mismos policías no aparecen. De igual modo ha ocurrido con los saqueos a tiendas y la irracional destrucción de semáforos, paradas de buses y señalización vial. “Es cosa de locos” decía alguien que no es chileno al ver el despliegue policial en la televisión. En Providencia la gente saqueaba las tiendas sin ser molestada. Mientras en una gran cantidad de casos –actuando contra manifestantes legítimos– los carabineros se han comportado de un modo brutal que ya ha sido abundantemente denunciado, por otro lado cuando se trata de actos de delincuencia como los saqueos o los repetidos ataques a estaciones de Metro y buses, que todo el mundo repudia, demuestran un grado de inacción que hace pensar que o son cómplices de esos actos, o son terriblemente incompetentes. ¡Si ni siquiera pudieron defenderse de un ataque como el que sufrieron dos carabineras a manos de alguien con evidentes intenciones asesinas, pero que un policía adiestrado para esos casos debió advertir que el ataque venía y actuar en consecuencia!
¿Hay un intento deliberado de crear una situación límite: multiplicación de la violencia, saqueos y destrucción de infraestructura a fin de que la ciudadanía se vuelque contra los manifestantes en general, y empiecen a pedir mano dura? ¿Hasta dónde puede ese irracional planteamiento llegar? ¿Restaurar el estado de emergencia? ¿Crear condiciones para un golpe militar?
En ese impactante film de Francis Ford Coppola Apocalipsis ahora el renegado coronel Walter E. Kurtz emite su famosa perorata: “el horror, el horror tiene cara…y tú tienes que hacerte amigo de ese horror. El horror y el terror moral son tus amigos. Si no, ellos son tus enemigos, enemigos que deben ser temidos…” Una sensación extraña es para mí ver a mi país de origen envuelto en esta crisis, cuyos sucesos veo a distancia a través de la televisión y las redes sociales. Dolor por la destrucción irracional que tiene lugar. Como el horror de Kurtz, la irracionalidad sembrada por quienes diseñaron ese proyecto disfuncional de país, hoy ven sus efectos a veces bastante cerca, aunque no lo suficiente como para darse cuenta de la irracionalidad en que viven.
Escrito por Sergio Martínez (desde Montreal, Canadá)
Juan Enrique Campos-Araya says:
De acuerdo Joyce, lo que parece es que hay pseudo doctores que dan cátedra cada vez que pueden para alimentar su ego, necesitan senalar que han leído clásicos y dan clases de cultura general básica, en ese contexto anda a llevarle la contraria y verás su reacción, lugar desde el cual emplean cualquier descalificación con tal de demostrar su intectualidad.
Joyce Portilla says:
Yo creo que en vez de catalogar o etiquetar de «irracional», tanto el comportamiento del gobierno como el del «lumpen», sería mucho más fecundo desentrañar, escudriñar, cuál es la racionalidad que constituye la raíz de la violencia en ambos. Aquí no hay irracionalidad, más bien se trata de producción y génesis de racionalidades y de violencias distintas.
Juan Enrique Campos-Araya says:
La necesidad de ser o creerse intelectual.
Hugo Randier says:
Un «catedrático» de ocasión dando «sabias» «clases» de philosophia
a estudiantes con la boca abierta.
Este Sergio es un garrapateador empedernido y muy «sabio». Se le debe respetar mucho…