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La revolución iconoclasta

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Iconoclasta: Quien niega y rechaza la merecida autoridad de maestros, normas y modelos.

                              

                      

El 29 de septiembre de este año, El Clarín publicó un artículo, titulado: “Piñera en víspera de una decisión anunciada”. Ahí, lo apremio a tomar urgentes medidas, dirigidas a resolver los problemas acuciantes de Chile, donde advertí: “El país se incendia por los cuatro costados”. Días después se iniciaban las protestas masivas, las cuales se extienden hasta hoy. Infinidad de historiadores, periodistas, sociólogos, escritores de ambos sexos,  advertían también en el mismo medio, de la gravedad de estos hechos, analizados desde distintos ángulos y pronosticaban la proximidad de un estallido social. El grupo, dotado de una clara visión de futuro, buscaba y comparaba similitudes en la historia y proponía urgentes soluciones. Escribía desde la sinceridad, ajustada a la experiencia, en base al estudio de la historia de un país, robado sin piedad. La cúpula empresarial, engolosinada con el crecimiento solo para ella, no quiso escucharlos o se hizo la pánfila. Quienes permanecían ciegos y mudos eran los políticos, sumergidos en ensoñaciones, sucesivos viajes al limbo —aunque la iglesia lo borró de una plumada por ineficaz— mientras discutían cuantos ángeles caben en la cabeza de un alfiler.

 

Fallaron en sus apreciaciones, pronósticos, análisis tardíos, lo cual no constituye novedad. Discutían leyes, se insultaban, se acusaban de ladrones, o para ser equitativos, quien robaba más, en tanto el carnaval continuaba rumbo al precipicio. La revolución iconoclasta les pisaba los talones, mientras el olor a incendio, ni siquiera alteraba su pituitaria.

 

¿De dónde surge esta revolución? Desde 1990, al regresar una democracia protegida, coja y tuerta, amparada por la dictadura, pues Augusto Pinochet seguía vivo y mandaba sin contrapeso, el país funcionaba de puntillas. No había que despertar la ira del déspota, cuyos ronquidos hacían tiritar a la clase política. Se paseaba por el congreso en calidad de senador designado y ufano se abría paso, como doncella en un serrallo. Cualquiera diría que la dictadura sólo había cambiado de escenario o de nombre y se atrincheraba en el Congreso de Valparaíso. Los grupos económicos mimados, enriquecidos hasta el hartazgo por la dictadura cívico-militar, manifestaban su complacencia por este nuevo orden económico. Para la élite nada había cambiado, más bien mejorado y surgía vigorizada, para continuar depredando al país. Nunca satisfecha, se come el choclo y deja la coronta, para que la mayoría cocine una sopita. Además, auspiciaba el regreso de la democracia, desde luego diseñada a su gusto, como traje a la medida, fastidiada de las rapacerías del tirano. Descubrió que Augusto Pinochet no sabía robar con dignidad, la debida prudencia y manchaba la honra de los civiles, que habían colaborado en la dictadura.

 

Esta larvada revolución iconoclasta, que nace al amanecer e inunda con alegría las avenidas, ha emergido con fuerza. Debe ser encausada, conducida por quienes de verdad tienen vocación de servicio al país. Hay infinidad de mujeres y hombres de reconocida integridad moral, entre académicos, profesores, artistas, intelectuales, profesionales, dirigentes sindicales, pobladores, estudiantes, miembros de esa juventud que abarrotó con su presencia las calles del país, ansiosos de contribuir a la refundación de Chile.

 

Hay en venta mansiones en el país, cuyo precio oscila entre los mil y dos mil millones, junto a autos exclusivos a 300 millones. Existe un sector privilegiado, que per cápita gana 5.500 millones y más al año, sin moverse de la oficina. Si un trabajador como pretende el presidente Sebastián Piñera va a ganar 350 mil pesos al mes, o sea 4 millones 200 mil pesos al año, ¿cuántas vidas debería trabajar para obtener lo que logra el consentido en un año de especulación? Si una pareja quiere ir a cenar a un restorán exclusivo, debe gastar alrededor de 130 mil pesos si pide el menú, donde no se incluyen las bebidas y es necesario reservar mesa, con una semana de anticipación. El miércoles, Leonidas Montes, director del Centro de Estudios Públicos, fundado en dictadura, expresó al enterarse del estallido social: «La vulneración de lo que es más básico, el tejido de la sociedad, a muchos chilenos nos conmueve y nos produce un tremendo sufrimiento». Leonidas, admiro tu sinceridad, pues haces sollozar hasta los muertos. Este viernes el ministro Felipe Ward, dijo: “Por primera vez en mucho tiempo, hay un gobierno que se hace cargo de los problemas de la ciudadanía”. Felipe, Felipe, tu talento de cuentista, supera a Pedro Urdemales.   

 

 Junto con el cambio de gabinete, donde los payasos apresurados se mudan de vestiduras, para actuar en diferentes carpas, se anuncia la suspensión de la Feria del Libro de Santiago. Nada de leer pues aviva el entendimiento y promueve el debate. Ahí se van a reunir los conspiradores, dirigidos por una potencia extranjera, a buscar cómo echar abajo al Rey Sol.  

 

Este jueves el gobierno accedió por fin a modificar la Constitución de 1980, y exige ponerle a cambio, Constitución de 2019. Mientras escribo esta crónica, escucho la sinfonía de cacerolas del vecindario. Por naturaleza, la gente es benévola, humilde, solidaria y sólo una minoría busca enriquecerse a costilla del pueblo, dominada por la enfermedad incurable de la codicia.                                                                 

 

Por Walter Garib

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