Chile al Día

La TV de la transición, vitrina de las desigualdades

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Entre los millares y millares de lienzos y carteles que se exhiben en las marchas y el clima insurreccional que recorre Chile el repudio a los medios de comunicación, con énfasis especial en la televisión, recuerda otra de las grandes deudas de la frustrada y fracasada transición. No sólo una crítica, sino abierta indignación en cuanto la penetrante presencia de la televisión representó desde la dictadura en adelante el sistema político y económico. Los canales privados y la televisión pública que opera con criterios de mercado, han sido las pantallas que han canalizado, bien decimos, la institucionalidad vigente. Hay una continuidad en estos medios desde la dictadura. Han sido la amplificación de los discursos oficiales.

 

Plegarse al discurso oficial durante la transición no necesitó de censura previa. Simplemente, asimilar bien las políticas de mercado y todo el imaginario neoliberal, que en los hechos ha sido formar parte, constituirse como herramientas de difusión del discurso mercantil levantado desde las elites y la clase política. 

 

Los grandes medios entregados al mercado se convierten en la pieza más visible de toda la maquinaria neoliberal. Alimentados por la publicidad de ingentes corporaciones, no solo claudicaron a la crítica y a la reflexión, sino que se conformaron como elementos funcionales e integrales a todo el aparato del poder. Han sido la perfecta unión entre la clase política y el poder económico. Se constituyen como un miembro más de la elite.

 

En el trance que vive Chile en estos días, la televisión y los grandes medios del duopolio de la prensa escrita y también impresa, son foco de indignación ciudadana, cuya máxima expresión han sido encendidas y frecuentes protestas a las puertas de las instalaciones. Una ira tan comprensible como la desatada ante los otros poderes. La prensa ha sido del mismo modo que durante la dictadura cómplice de las elites en los abusos cometidos por el modelo de mercado. La transformación que demanda, que exige hoy la población, pasa también por una nueva ley de medios. Por ejemplo, comunicaciones comunitarias o control a la concentración de la propiedad y las audiencias, o reparto más equitativo del avisaje estatal. 




 

Los medios de comunicación en Chile reproducen la misma estructura que el resto de la economía. Alta concentración de la propiedad, de los mercados y las ganancias, lo que significa una enorme concentración de las audiencias y de los discursos. De ahí el poder, ubicuo que tienen estos medios sobre la población chilena. 

 

¿Cuál es el mayor peligro de los medios? La producción de sentidos. La naturalización de realidades. El modelo neoliberal como utópica sociedad de oportunidades. El consumo y los bienes como fin en la vida y el millonario como representante en la tierra del dios del mercado. Esta ha sido la representación que las pantallas, alimentadas por la profusa publicidad de la banca y el retail, ha realizado para consolidar un orden económico y político absolutamente escorado y acotado. Del mismo modo que contamos durante la transición con una institucionalidad sesgada, que aceptó desde los senadores designados, al mismo dictador en el Congreso y un sistema binominal excluyente, la gran prensa fue no solo un reproductor de las restricciones políticas sino que la naturalizó con el cierre del debate, la reflexión y la marginación de las voces externas.

 

La televisión, autoritaria, prepotente, soberbia y sin contrastes, ha cavado su propia fosa. Porque está fusionada con el mismo sistema, porque es la más visible alegoría de aquello que ha condenado durante décadas a varias generaciones de chilenos. 

 

Orwell inventó en 1984 el Ministerio de la Verdad, encargado para la falsificación de la realidad. Bueno, estos contenidos, producidos en estas latitudes por los ministerios de Hacienda a Salud y Educación sin dejar de mencionar al espantoso Ministerio Secretaría General de Gobierno, la televisión los amplifica previa aprobación del duopolio de la prensa escrita. ¡Cuántos años leyendo en los matinales los titulares de El Mercurio y La Tercera!

 

Una representación del sistema que puso en escena todas sus contradicciones. Desde la continuidad en las pantallas de los “rostros” más infames de la televisión de la dictadura, a la repetición permanente cual anuncio publicitario de los mensajes digitados desde las elites en La Moneda, el Congreso y las cúpulas empresariales: Chile, país modelo”, Chile, la transición ejemplar, Chile, la envidia de sus vecinos y otras invenciones de publicistas alienados. Una gran teleserie de mentiras, una campaña sin duda para ocultar las demandas ciudadanas elevadas en las calles desde hace décadas pero criminalizadas por la televisión. “Encapuchados”, “violentistas”. “desmanes”, “turbas” y otros calificativos para tratar a las legítimas demandas de una sufrida población. 

 

Las elites dicen que no se dieron cuenta de la crisis que se incubada. Estaban demasiado ocupados en ganar millones a costa de abusar del pueblo. ¿Y la televisión? ¿En qué estaba? Imaginamos que disfrutando de su cómoda servidumbre. 

 

En las calles se levantan hoy miles de lienzos y carteles que alertan contra estas mentiras y el perverso masaje que durante décadas ha hecho la TV en nuestras conciencias. Hoy, en medio de la crisis social y política, cuando saltan todas las contradicciones del feroz neoliberalismo y se hacen tan evidentes como los incendios de las grandes cadenas del retail, o tan reales como los varios millones que están más de una semana en las calles pidiendo dignidad, las mentiras de la TV se hacen también reales y evidentes. 

Estas máscaras también caen junto a toda la demagogia del engaño de la larga transición. 

 

PAUL WALDER



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