El Chile de “las otras formas” y el discurso de lo institucional
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Si uno quisiese darle un contenido más sustancioso a la crítica de la ya repetida solicitud de buscar “otras formas” de manifestación; y en general, a la nefasta parcialidad periodística que por estos días ha buscado incansablemente la legitimación de la movilización pacífica y la condena de su concreción “violenta” y desarraigada de lo institucional, supongo que, simplificada, ella se vería más o menos así:
Por una parte, y ya hace varias décadas (sino siglos), hay un lado de la cuestión que, a través de medios macro y micro estructurales de opresión, violentos en su forma (institucional) y en fondo (el contenido que las instituciones poseen), mantiene ciertas “reglas” que hacen posible el “patrón de la desigualdad”; dicho de otro modo, hay un agente en la disputa; llámese clase alta, llámese gobierno, llámese Sebastián Piñera, que tiene como pretensión no solo la implementación, sino también la mantención de un estado de cosas que haga posible que, los privilegios que hoy en día poseen, y que no son pocos, sigan tranquilamente allí donde están y donde, por lo demás, siempre han estado.
El patrón de la “regla”, entonces, se vería más o menos así: «es provechoso mantener “a”, pues hace posible “b”». Donde “a” son los medios, y “b” los privilegios que les siguen como consecuencia. Reemplazado, al azar, por cualquier patrón institucional que hoy la ciudadanía rechace, la regla, anecdóticamente, funciona; así, por ejemplo: “es provechoso mantener las AFP, pues hacen posible nuestros privilegios (dinero)”.
El otro lado de la cuestión, y el que, de hecho, debe recibir los perjuicios de las reglas que la clase privilegiada mantiene, es, a términos sencillos: la familia de población que decidió salir con una olla y una cuchara a hacer ruido en sus pasajes; la persona que aprovecha la instancia para recoger, del supermercado, un poco de eso que con un sueldo bajo siempre duele; el estudiante que evade; en fin, la aglomeración de gente que, como si se hubiese estado estirando un elástico que terminó roto, salió a manifestarse con ira y rabia hace algunos días a las calles.
¿Qué se espera de ese agente? O, planteado de una mejor forma, ¿Qué espera la clase privilegiada que ese agente haga? la respuesta, por si ya no fuese obvia, es por supuesto: pasividad. En ese sentido, la mantención de esos medios institucionales que hacen posible que exista un sector con privilegios y otro que no, supone, ante todo, que ese sector, nuestro sector, reaccione tranquilamente a la opresión que lo tiene en la posición en la que está.
Así, el cuento de la transición, el cuento de los partidos progresistas, el cuento de la “nueva” constitución no son más que eso, un cuento. La forma institucional está hecha precisamente para que los ricos siempre ganen y para que la otra parte de Chile siempre pierda; de modo que, una reconducción a medios institucionales de respuesta (que se leería como: discutámoslo en el parlamento; no es la forma; el gobierno debe velar por devolver el orden), no es más que una citación a volver a las reglas del juego desnivelado que ellos mismos se inventaron.
En esa línea, la salida legítima, la salida que intenta hacer algo y no simplemente volver a la situación que ya se vivía, es, ante todo, una salida extrainstitucional, es el pueblo actuando de manera verdaderamente soberana, el pueblo dándose a sí mismo las reglas institucionales, de “forma” y “contenido”, que le son más provechosas y no el pueblo aceptando lo que un grupo de personas privilegiadas vuelve a disponer unilateralmente. Y es que, el fallo está allí y es más obvio de lo que la televisión pretende. Las reglas (del “juego”) no pueden seguir saliendo del sector privilegiado (el sector oriente, dirían algunos) precisamente porque los privilegios suponen la imposibilidad lógica de conocer el otro extremo: el extremo de no tenerlos.
De un modo más sencillo, la pregunta se vuelve la de siempre: ¿Quién mejor que el pueblo para fijar lo que el pueblo, de hecho, necesita?