Telescopio: un 2 de abril en octubre
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Debo empezar por admitir que a la distancia no vi venir el vendaval político que se desataría a partir del alza del transporte público en la capital chilena. Bueno, yo estoy a muchos kilómetros de Chile y mi incapacidad para percibir lo que venía es justificable. No lo es para el gobierno y la mayor parte de la clase política, que estando allí mismo en el centro de la realidad social del país, no se percataron tampoco.
Viendo los acontecimientos de Chile por la televisión, tanto el canal TV Chile como la televisión canadiense y la española, más la abundante, pero muchas veces inexacta información transmitida por las redes sociales, mi inmediata reacción fue recordar la que fue mi primera experiencia con manifestaciones, siendo yo apenas un recién ingresado al entonces primero humanidades en el Liceo Manuel de Salas. Me refiero al 2 de abril de 1957. Gobernaba entonces Carlos Ibáñez en medio de una galopante inflación (eso de galopar puede ser una inconsciente referencia al hecho que al entonces presidente le llamaban, entre otros apelativos, “el Caballo”). Recuerdo que el pasaje escolar de entonces fue de un peso a cinco pesos. Las alzas de precios habían sido una constante de la administración ibañista especialmente luego de la intervención en la economía nacional de la Misión Klein-Sacks, una consultoría de economistas estadounidenses que tempranamente vendía la receta neoliberal del “sinceramiento de precios”.
Recuerdo que hubo una asamblea estudiantil y súbitamente nos encontramos todos caminando por la Avenida Irarrázaval hacia la Plaza Ñuñoa, donde el grupo se unió a estudiantes del Pedagógico. Yo hasta allí llegué no más y entre la excitación de los acontecimientos y también un cierto temor al ver que súbitamente el orden de las cosas se iba trastrocando (salida de clases sin autorización, gente caminando por el medio de la calle) opté ese día por regresarme a casa, un tiempo de vacaciones extras porque las clases se suspenderían por varios días.
¿Qué ocurrió ese tiempo y por qué es relevante en la presente situación? Sin duda cada caso tiene sus propias características y contexto, pero uno puede encontrar un cierto patrón de conducta de los actores, principalmente de los manipuladores del escenario de ese entonces, que es extraordinariamente parecido al de hoy día.
Lo que en 1957 comenzó como una protesta del movimiento estudiantil en contra de las alzas en consonancia con similares inquietudes por parte del movimiento sindical, súbitamente adquirió otro cariz. Tiempo después de los acontecimientos se vino a saber que para manipular los acontecimientos a su favor, alguien en el gobierno ordenó dejar en libertad a los que estaban en lo que en la jerga del hampa chilena se denomina “la patilla”, el calabozo en que la Policía de Investigaciones encerraba a delincuentes comunes. La idea era que esa gente, una vez en la calle, se dedicara a hacer toda clase de desmanes y que eso a su vez cumpliera dos objetivos, por un lado desacreditar al movimiento de protesta presentando a sus participantes como vándalos, y luego, el más “político” justificar la escalada en la represión, bajo la premisa que la policía por si sola no podía controlar a esos individuos, ergo, el estado de sitio (antecesor del estado de emergencia) era necesario, los militares salieron a la calle, hubo varios muertos, la joven comunista Alicia Ramírez, estudiante de enfermería, fue una de las víctimas emblemáticas de esa jornada. En los días siguientes muchos dirigentes sindicales fueron detenidos y varios de ellos relegados.
El lumpen, esa masa inorgánica de gente pobre, delictual en la mayoría de los casos, hizo su trabajo, no porque ellos actúen con gran sentido de organización, pero los que los mandan a causar desmanes sí que lo hacen. En esos días de abril de 1957 en Santiago los recientemente instalados semáforos automáticos en la Alameda fueron destruidos, incluso muchos de los álamos plantados allí un par de años antes fueron arrancados, tiendas como Almacenes París y muchas otras en el centro fueron saqueadas. Agentes del Estado por su parte se embarcaron en sus propias acciones de vandalismo: una noche un grupo de detectives de la entonces policía política de Investigaciones asaltó y destruyó las instalaciones de la Imprenta Horizonte del Partido Comunista (aun ilegalizado pero actuando de un modo semi-legal) donde se imprimían los diario El Siglo y Noticias de Última Hora.
Las medidas también incluyeron el control de la información. La radio, en ese momento el principal medio de comunicación ya que aun en Chile no había televisión, fue obligada a transmitir en cadena oficial, no había noticieros sino que solamente uno oficial que se daba en la noche y que, muy sintomáticamente, usaba como característica una marcha llamada “Tome su derecha”. Los diarios tampoco podían informar mucho ya que podían ser censurados. Hoy en Chile no se necesita mucho de eso ya que dado que los diarios son de un solo duopolio de derecha y la televisión y radio están mayoritariamente en manos de consorcios pertenecientes a grupos económicos, las noticias vienen desde ya con un sesgo de derecha. Claro está, las redes sociales permiten mayor pluralidad, pero por su propia naturaleza, ellas también transmiten desinformación destinada a crear pánico y desmovilización o a alentar acciones de distracción y divisionistas, como se ha visto con la formación de brigadas en edificios para defenderse de presuntas turbas de asaltantes. Éstas sin duda han existido, pero sus blancos han sido tiendas y supermercados, no casas particulares (hay mucho más que robar en los negocios que en las viviendas).
Por más que trate de enfocar mi Telescopio no logro visualizar mucho de lo que puede ocurrir en el futuro inmediato, por ahora sólo queda la triste secuela de los hechos acaecidos y que nadie previó pese a que los datos existentes eran abrumadores: inequidad social, abusos, una situación de evidente injusticia en la cual el alza de pasajes fue simplemente la gota que rebalsó el vaso. Y como los semáforos tan orgullosamente instalados en la Alameda que fueron destruidos en 1957, obligando a carabineros por varios meses a dirigir el tránsito en las calles más concurridas, instalados sobre una pequeña tarima; hoy han sido varias estaciones de metro, un tren completo, y varios buses los que han sido inocentes víctimas de una furia desatada al amparo de la protesta legítima de los estudiantes y de gran parte de la sociedad civil. Sin embargo ha sido esa violencia perpetrada por delincuentes del lumpen que, como es su naturaleza, siempre sirven los planes de la derecha, la que ha dominado los titulares de los diarios y noticieros. Como en 1957, elementos de utilidad como los semáforos o de admiración estética como los árboles y jardines de la Alameda sufrieron esa furia del lumpen instrumentalizado por la derecha; hoy han sido trenes del metro y sus estaciones las que por varias semanas y quizás meses los santiaguinos estarán privados de utilizar, con todas las consecuencias negativas de ello. Y no hay que olvidar que los ricos no son los que usan el metro, son los trabajadores y estudiantes sus principales usuarios. Su destrucción ha sido una irracionalidad, pero sin ánimo de justificar cosa alguna, en última instancia la mayor irracionalidad es la de un sistema y un modelo económico que ha engendrado ese tipo de conductas.