Piñera adelanta su noche de brujas: el incendio espontáneo del modelo neoliberal
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No es una coincidencia que a poco más de una semana de finalizadas las protestas en Ecuador, que obligaron a Lenín Moreno a echar pie atrás en el alza de los precios de combustibles, Santiago de Chile viva incidentes y manifestaciones similares. El alza en las tarifas del ferrocarril metropolitano de Santiago provocó a partir del lunes una escalada de protestas que el viernes por la noche alcanzó una extensión e intensidad no observada durante el periodo post dictadura. En ambos casos hay una costura común: el modelo de mercado y las alzas como la gota que rebalsa una copa rellena de paciencia.
Primer acto. Las protestas comenzaron a inicios de esta semana por estudiantes secundarios organizados a través de las redes sociales para asaltar las compuertas del Metro. Acciones puntuales que con el paso de las horas y los días se extendieron por todas las estaciones de la red del ferrocarril. El éxito rotundo de las acciones, que gozó de una retroalimentación positiva y a gran velocidad, amplió de manera espontánea las acciones que se reproducen en intensidad y frecuencia.
Un segundo acto se abre con la intervención cada vez más ruda de los carabineros y la habitual violencia de las fuerzas especiales. Y es a partir de aquí que todo se desbanda. Si en un comienzo fueron estudiantes en un proceso de desobediencia civil, hacia el viernes los disturbios escalaron a barricadas en las calles, destrozos de escaleras mecánicas, incendios de buses, vehículos policiales, contenedores urbanos y estaciones del Metro. Durante la noche ardía el edificio de Enel, una expresión sobre la verdadera naturaleza de la protesta. No son solo las tarifas del metro. Es un sistema basado en aquello que David Harvey llama acumulación por desposesión. Cada chileno siente que las grandes corporaciones le estafan un poquito cada día. Un hurto que se ha prolongado por décadas desde las tarifas de los servicios, los créditos usureros, el transporte, las pensiones privadas miserables, o el lucro en la educación y la salud.
En pocas horas la indignación se ha precipitado. Un país que el fin de semana parecía ordenado y sumiso, este viernes ha estallado de ira, de rabia acumulada por generaciones y traspasada a los adolescentes, como decantación de las frustraciones de sus padres, hermanos y abuelos. Políticos de la alianza Chile Vamos han increpado a los jóvenes de protestar sin una causa propia en cuanto gozan de tarifas escolares rebajadas. La respuesta no se ha hecho esperar. Es una expresión de un dolor social acumulado por toda la larga historia del neoliberalismo chileno.
Al inicio de la primera década del siglo, durante el gobierno de Ricardo Lagos, otra generación de secundarios le reclamó por el sistema escolar vigente impuesto por la dictadura. Un primer aviso remecía por primera vez el modelo chileno, representado entonces como el gran paradigma de crecimiento económico y aparato de ascenso social. Años más tarde otra generación de adolescentes movió nuevamente la brújula de las elites. A alguien, a más de uno estaban dejando fuera de escena. Aquella fue la revolución de los Pìngüinos que años más tarde, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera a inicios de la presente década, retomó con nuevas demandas el movimiento universitario. En Chile, como en otros grandes movimientos, han sido los estudiantes quienes han empujado la historia.
Los incidentes del viernes 18 de octubre han sido los más intensos, espontáneos y extendidos de toda la transición post dictadura. La convocatoria a un cacerolazo realizada por redes sociales a las 18:00 horas tuvo una respuesta masiva en todas las estaciones del Metro a las 20:30. Decenas de millares de personas, la gran mayoría sin organización ni militancia conocida, pasaron horas golpeando latas y cacerolas en piquetes que detenían el tránsito.
Ante este levantamiento, que ha sorprendido al país porque no tiene detrás ni organización ni colectivo conocido, el gobierno solo atina con la amenaza. Desde inicios de la semana ha aumentado la presencia policial en las estaciones del Metro y los métodos de control. Este viernes en twitter aparecían videos de estudiantes heridas por balines o perdigones.
Piñera ha salido de la escena desde el miércoles. Este viernes, cuando la situación era ya difícil de controlar por la policía, el ministro del Interior, Andrés Chadwick, un pinochetista que se esfuerza por no parecerlo, instala en un patio en La Moneda un punto de prensa para anunciar que el gobierno invocó la ley de seguridad del Estado, que aumenta las penas a quienes alteren el orden público. En poco más de cinco minutos y sin responder preguntas, Chadwick despachó lo que ya se intuía: la única estrategia del gobierno es la represión y no considera una revisión de las alzas de las tarifas. Pero se trata de una inútil estrategia comunicacional. A esas horas la red de Metro estaba cerrada, millones de santiaguinos intentaban buscar un medio para llegar a casa y la policía estaba totalmente superada. La intensidad de las protestas, de los millares de piquetes, de los incendios se extendían por toda la ciudad y sus barrios.
Hacia la medianoche del viernes, con las protestas brillando en numerosos lugares de Santiago, los rumores de una intervención del ejército cruzaban todas las redes sociales. Algunos hablaban de un estado de emergencia, de toque de queda, y todos sobre el acuartelamiento de las fuerzas armadas. Durante la madrugada Piñera decreta el estado de emergencia y los militares comienzan a patrullar la ciudad. Tras 40 años del fin de la dictadura cívico militar, el recuerdo para los chilenos aflora con las primeras luces de la mañana como un extraño déjà vu.
Piñera es el pato de la boda de un proceso largo que involucra a toda la clase política. Porque las políticas post dictadura no hacen diferencia entre aquellos socialdemócratas de la tercera vía, neoliberales y pinochetistas. En este momento la indignación ciudadana tampoco hace diferencia entre los carabineros, el gobierno y toda la clase política, responsable de todas las causas y efectos actuales.
PAUL WALDER