Crónicas de un país anormal

La apología del odio y el negacionismo

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Nunca he creído que la violencia sea partera de las nuevas sociedades, pues cuando se emplea, las principales víctimas son los indefensos. El camino aceptable para combatir el poder arbitrario ha sido, a través de la historia, la desobediencia civil y la no-violencia activa, en consecuencia todas las dictaduras son inaceptables, y no se trata ni de empates, ni de comparaciones: ninguna ideología puede justificar una tiranía, (tan criminales  han sido sátrapas como Stalin y Hitler, Pinochet y la pareja Ortega-Murillo).

 

Con  mucha razón, en algunos países europeos el negacionismo es un delito penado por la ley. Pretender desconocer que Hitler, por ejemplo, con la complicidad de la mayoría de los alemanes, practicó el genocidio contra el pueblo judío y, además, negar la existencia de los campos de concentración, constituyen un delito sin prescripción e imperdonable, razón por la cual es muy justo, en aras de la defensa de la democracia, proscribir la apología del odio y la formación de organizaciones neonazis.

 

En los países de América Latina, y de Chile en particular, desgraciadamente no existen leyes anti-negacionistas,  alegando, hipócritamente, la libertad de información  y expresión. Diputados y senadores de la UDI y de RN, como Iván Moreira, Jacqueline van Rysselberghe, Camila Flores, Ignacio Urrutia, y otros tantos, no sólo se declaran partidarios del tirano y carnicero Pinochet, sino que también – como en el caso de Urrutia – se burlan de los detenidos desaparecidos y de las demás víctimas de la dictadura llamando a sus familiares como “terroristas subvencionados”.

 

Si no fuera por las organizaciones de derechos humanos, tanto nacionales como internacionales, los detenidos desaparecidos y sus familiares serían olvidados por una sociedad mes anémica y entregada al culto del dinero.

 

Los crímenes de lesa humanidad, perpetrados durante la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet y sus secuaces, son sólo comparables a las cámaras  de gas del nazismo que, en el caso chileno, se llegó a la brutalidad de abrir los cuerpos de las víctimas e introducir rieles para  luego lanzarlos al mar.

 

Los supuestos arrepentimientos de algunos militantes de la UDI y de RN cuesta creerlos, pues por ejemplo, cuando la diputada RN Camila Flores se confesó públicamente pinochetista fue aplaudida por la mayoría de los participantes a esa reunión, lo cual prueba que sueñan con la vuelta del dictador, y no falta quien sostenga que las crueles torturas a las cuales eran sometidos opositores no eran mes que rasguños, pues de no aplicarse, no soltarían información alguna.

 

Los derechistas admiradores del fascismo hoy se visten de demócratas condenando a gritos el régimen de Nicolás Maduro, y se muestran humanistas al recibir a los refugiados venezolanos, pero aplaudieron a Pinochet cuando envió a la muerte y al exilio a miles de chilenos. Poco les importó el hambre de los trabajadores del PEM y el POJ, y ahora lloran por los venezolanos (¿no serán un poco hipócritas?). Se les olvidó que escribían en las murallas “el único comunista bueno es el comunista muerto” y “Ya carta viene”. Un personaje de la Junta de Gobierno llamaba a los opositores “humanoides”, y se les olvida que el ejército chileno fue una fuerza armada de ocupación en contra de sus mismos compatriotas. También olvidan de haber quemado con Bencina  a los jóvenes Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas Denegri, y muchas mes atrocidades.

 

El cobarde Pinochet usó a sus subordinados para hacer desaparecer personas, y cuando se vio enfrentado a la justicia, les pasó la factura a “estos fieles servidores”.

 

Hasta hoy, por un “pacto de silencio” y con supina crueldad, los militares se niegan  a informar sobre el destino de los detenidos desaparecidos.

 

Afortunadamente hoy nadie ha aplaudido públicamente el asesinato de Jaime Guzmán, por el contrario,  la izquierda lo ha condenado, (incluso, Gabriel Boric, quien reiteradamente ha pedido perdón por el error de haber recibido una camiseta de mal gusto), de ahí a transformar en un santo al senador pinochetista, personalmente, me parece de mal gusto – la gente olvida de que era partidario de la pena de muerte a fin de salvar el alma del condenado, por su conversión en el último minuto de vida, un argumento no muy diferente al de Torquemada  -.

 

La negación de los crímenes de las dictaduras militares de seguridad nacional, apoyadas por gobiernos de Estados Unidos – país muy democrático y respetuosos de la soberanía nacional – debieran ser condenados y prohibida la apología de sus crímenes, tal cual está consignado en el proyecto de ley, presentado por la diputada Carmen Hertz. Y si de dictaduras hablamos, debiéramos prohibir las relaciones con China, cuyos líderes han asesinado a miles de estudiantes, así como con Honduras, cuyo Presidente está en el poder sobre la base de elecciones fraudulentas.

 

En la teoría de la apología del odio no caben distinciones ideológicas: ningún crimen de lesa humanidad debe ser aceptado. Por desgracia, la declaración de los derechos del hombre se recita, pero no se aplica, lo mismo ocurre con la democracia, y todos dicen amarla, pero la violan constantemente.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)8/09/2019        

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