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#40Horas: Un gobierno fuera de control a las puertas del Tribunal Constitucional

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La derecha, en sus diversas manifestaciones, usa y abusa del Tribunal Constitucional (TC), ya sea para mantener su orden moral sobre la población como su control político y económico. Lo ha hecho cuando ha sido oposición y con mayor razón lo sigue haciendo en el gobierno. Persiste, hasta haber convertido aquel tribunal en un anexo del Poder Legislativo, en un recurso final y seguro para sus intereses y su institucionalidad. Todos los proyectos, ideas y hasta comportamientos, viven bajo la amenaza de esta local inquisición.

 

 

El gobierno, y el mismo presidente, han ingresado en un estado de abierta desesperación tras la aprobación esta semana por la Comisión de Trabajo de la Cámara del proyecto de ley que reduce la jornada laboral a 40 horas semanales. Una reacción insólita con rasgos de histeria y descontrol ante una escena económica cada día más oscurecida. Piñera, que hace menos de un año todavía repetía su eslogan de “tiempos mejores” se estrella con una realidad, la que jamás ha logrado ver el fundamentalismo neoliberal, que posiblemente lo convierta en un estorbo a partir de los próximos meses.

 

La desesperación de Piñera y el gobierno es la ansiedad del gran capital, sus corporaciones y sus portavoces ante la posibilidad de perder parte de sus privilegios. Y bien sabemos hasta dónde puede llegar este poder cuando ve amenazados sus intereses que considera parte del estado natural de las cosas. Lobby feroz (dixit Renato Garín), compra directa de políticos, campañas del terror económico. Todo ello sin recordar tiempos pasados de furia y fuego, pero dejemos eso por el momento aunque ya han comenzado a escucharse las bocinas del rabioso gremio de los camioneros.

 

 

Las grandes corporaciones deberían reconocer a los sacrificados trabajadores y trabajadoras chilenas. No sé si hay ironía en esa frase. Pero sigamos. Podríamos agregar que ya estamos en tiempos para hacer justicia, una merecida justicia con los trabajadores y trabajadoras por haberlos hecho tan millonarios. Décadas, generaciones de chilenos bajo el peso de un modelo, de un código laboral que ha convertido a no pocos en figuras de los ranking Forbes. Bien sabemos que Dios está de su lado, como les gusta clamar, y por eso los hizo ricos. Pero este es también un asunto de humanos.




 

La amenaza de la denuncia al Tribunal Constitucional le costará caro a este gobierno. Tanto  como le costó a su anterior presidente Iván Aróstica despreciado por los ciudadanos organizados, por sus propios pares y funado varias veces a las puertas del TC. Aróstica posiblemente llevó las cosas demasiado lejos, como sus fallos recientes para cerrar el  proceso contra las estafas palmarias y millonarias del excomandante en jefe del Ejército Humberto Oviedo, pero la nueva presidenta, María Luisa Brahm, tiene también una indudable tendencia al haber tenido un alto cargo durante el gobierno pasado de Piñera. Si no es una familia,  grupo de amigos, es sin duda un club de socios.

 

El TC es una más de las expresiones de nuestra débil democracia, que busca amparo en una Constitución jamás refrendada por la ciudadanía sino escrita en casi su totalidad bajo el régimen dictatorial de Pinochet. Recurrir al Tribunal Constitucional, por muy mal que se lea esta frase, es traer la presencia de la dictadura.

 

A partir de ahí se cierra este círculo en torno al TC con la inacabada y licuada transición. Que la Constitución lleve ahora la firma de Ricardo Lagos nos da lo mismo porque Lagos cumplió su periodo presidencial aclamado por los empresarios y repudiado, hasta el día de hoy, por gran parte de la población y todas las organizaciones sociales y territoriales. Lagos, que no tuvo reparos ni vergüenza en meter su mano al texto de Pinochet, amplió por donde era posible el modelo de mercado. Que hoy las corporaciones, el gran capital, el gobierno, los fundamentalistas del mercado y los perros rabiosos de los gremios de las carreteras nos amenacen con el TC y el apocalipsis económico es también un efecto de todos esos años de esa estática y mal llamada transición.

 

 

Para cerrar, mejor volvamos al inicio y creamos que pese a amenazas y al TC el futuro estará algún día en nuestras manos. Que esta última denuncia del gobierno y Chile Vamos ante el inefable tribunal es una grosería más que se suma a otras centenares. Tras este acto, que ha sido como un lapsus freudiano que ha dejado a la derecha, a sus socios y sus accesorios exhibiendo toda su ira, desprecio y clasismo, el país le pasará la cuenta.

 

 

PAUL WALDER



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