Carlos Peña escribe sobre memoria y dolor y detona múltiples reacciones. Estas son las preguntas que le hace un profesor de filosofía
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A propósito del lanzamiento del libro «El tiempo de la memoria», libro en virtud del cual su autor, el notable filósofo chileno Carlos Peña, advierte este 01 de septiembre en el Diario The Clinic que «Hay que ser capaces de saber lo que ocurrió, no olvidar a nuestros muertos, pero también de desproveer al acontecimiento del dolor que aún nos hiere«, yo quería preguntarle a este notable maestro, con el máximo respeto:
¿Cómo pueden esos cientos de víctimas directas e indirectas, tanto del terror que padecieron ell@s y los suy@s a manos de la Dictadura, así como de esas injusticias históricas que el Estado de Chile en alianza con la religión conquistadora aplicó y aplica a los pueblos originarios, «desproveer del dolor» a ese «acontecimiento» que les hiere en su memoria histórica, familiar, existencial, emocional?
¿Cómo compatibilizamos su llamado, maestro -más cuando usted nos invita a razonar desde y sobre la memoria-, con el llamado que nos hace la filosofía de la razón ilustrada anamnética –de la memoria y el Nunca Más- allí donde ésta nos enseña, en la voz de W. Benjamin -filósofo de origen judío y al que usted siempre cita-, que ninguna utopía de un mejor porvenir es inocente si no es impulsada por «la memoria del sufrimiento anterior”?
¿Se puede separar ese acontecimiento a que usted refiere del sufrimiento y el dolor asociados a él?
¿Podemos l@s chilen@s y quienes hoy habitan este suelo herido desproveer a ese acontecimiento, indisolublemente ligado al dolor y al sufrimiento de miles de seres humanos, de los dolores y sufrimientos que habitan, de suyo, en ese acontecimiento y en esa memoria?
Con mucha humildad, motivado por ese mismo respeto, sabiendo de su reputado prestigio, conocimientos, búsqueda de verdad y objetividad, y sabiendo de la honestidad intelectual que inspira y caracteriza cada una de sus búsquedas, reflexiones y columnas, le pregunto:
¿No subyace en el uso que usted hace del término «acontecimiento» en su nexo con la memoria y en su consiguiente llamado a extirpar el dolor asociado a ese “acontecimiento” –acontecimiento asociado al dolor que no es pasado sino presente vivo para esas miles de víctimas y sobrevivientes-, una suerte de acto decisorio o resolutivo racional cartesiano de abstracción lógica, de toma de distancia “objetiva”, neutral, de laboratorio, frente a un “acontecimiento” referido nada más y nada menos que a la memoria herida de miles de seres humanos; acto decisorio y resolutivo que entronca con lo que el filósofo Rodolfo Kusch identifica con metodologías de análisis propias de los intelectuales del Occidente erudito y que en Latinoamérica han operado desde hace siglos con ese consabido y obsesivo “rigor científico-técnico” (“intelectualismo cientificista”, le llama Kusch), esto es, con metodologías de análisis y abstracción positivistas que jamás hablan desde el “estar” ni las emociones ni el dolor ni los sufrimientos ni el contexto vital real de las víctimas y los seres humanos de carne y hueso (porque no pueden hablar desde “este lugar”) sino únicamente desde “el ser”, el laboratorio y/o el escritorio de ese conceptualismo y abstracción que impuso y fundó las bases de la cultura erudita occidental y occidentalizante en estas comarcas “que no hacen ciencia”, comarcas dolientes y que son invisibilizadas desde la Conquista, la cruz y la ciencia por la razón “erudita”?
¿Cómo pueden esas víctimas y sobrevivientes, asimismo sus familiares directos e indirectos, y también quienes asumen y asumimos con el filósofo y pedagogo chileno Abraham Magendzo -Premio Nacional de Educación 2017- un compromiso ético y político con la Memoria, los DDHH y el Nunca Más en Chile, “recordar a sus muertos” y observar al mismo tiempo ese «acontecimiento» de atropello a la dignidad y a la vida de miles de víctimas desde una posición distante y emocionalmente neutra, o sea, desde el “ser” occidental, desproveyendo o despojando a este “acontecimiento” de toda sensación de dolor y sufrimiento asociado a él, estimado maestro Peña, tal y como sí lo puede hacer, en cambio, ese científico tecnocrática y emocionalmente neutro de las ciencias naturales y “exactas” que disecciona a una rata blanca viva cada 30 minutos en un laboratorio?
Mis preguntas no arrancan del contenido de su nuevo libro, admirable maestro, sino que citan únicamente las declaraciones que usted plantea el 01 de septiembre en The Clinic a propósito de ese nuevo libro suyo, declaraciones que a mí me han hecho ruido. O quizás yo no lo entendí bien, señor Peña. A fin de cuentas, las dudas aquí expuestas son tan honestas como las búsquedas suyas, pero se las plantea un simple aprendiz de la filosofía, un artesano del pensamiento; quien adquirirá y disfrutará, por cierto, prontamente su nuevo libro.
Con sentidos respetos y admiración,
Noé Bastías
Profe de filosofía
Citas:
2.-Reyes, Mate, M., Memoria de Occidente. Actualidad de pensadores judíos olvidados, Anthropos, Barcelona 1997.
3.- Kusch, Rodolfo, América Profunda, Editorial Biblos, Buenos Aires, 1999.
Luis Arteaga says:
Querido Rolando Muñoz:
La historia de Latinoamérica, incluida la de Chile (léase, consúltese antes, para empezar, algo sobre teoría crítica, don Rolando Muñoz), es una sola historia: la historia de la imposición unilateral de una cultura “superior” sobre otra(s) cultura(s) humana(s) considerada(s) inferior(es) por “los vencedores”. Por eso el autor de las respetuosas preguntas que le hace al teólogo y filósofo Carlos Peña conectó con términos como Conquista, cruz, ciencia, “razón erudita” occidental y alianza entre Estado y (aunque a usted le irrite) religión conquistadora, cuando le pregunta al excelentísimo rector de la UDP sobre la metodología de análisis que usa para llamar a disociar la memoria del dolor y el sufrimiento (y en pleno mes de septiembre, en Chile).
Sin aludir aquí a las miles y miles de víctimas de la dictadura de Pinochet, quería contarle que Latinoamérica, por ende Chile, acusa el Dr. Abraham Magendzo (Mr en Historia, lea su currículum, don Rolando), nace y se funda, desde sus orígenes, como una víctima histórica de la imposición unilateral de una cultura “superior”: la del espíritu europeo que la “descubre” (jaja) y “conquista”, cultura que trae consigo no solo “dioses blancos con patas de caballos” y espada sino, al mismo tiempo, cruces, biblias, decretos, bulas, etc. proceso de conquista e imposición unilateral y sin contrapeso que, por ejemplo, en nombre de dios y/o la razón, invisibilizó, aplastó, despojó, negó e hizo “desaparecer” cosmovisiones, religiosidad, cultura, lengua, arquitectura, vidas y la identidad de millones de seres humanos desde la Conquista (identidad que renace hoy, ¿gracias a dios o a la Iglesia o al Estado chileno?); razón occidental conquistadora que nada ha tenido que ver con el reconocimiento del Otro/Otra en nuestra historia. De hecho, el despojo del ser y el valor humano e identitario del Otro/Otra fue su sello fundacional.
Corroborando este hecho histórico indesmentible, el propio Johann Baptist Metz (un teólogo católico -lo nombro a propósito de que a usted, don Rolando, no le pueden tocar ni al Papa ni al curita de su parroquia), coincidiendo con la perspectiva histórica crítica planteada por Kusch, y por Magendzo, y por la filosofía latinoamericana, incluso por la Escuela de Frankfurt, denuncia los mundos no occidentales y Latinoamérica han sido víctimas históricas de unas “formas de dominación soberanista”, lógica que se instaló en nuestra cultura chilensis y latinoamericana incluso como “forma de pensar”. Vale decir que esa imposición occidental dominante “devino en una europeización ´profana` del mundo cada vez mayor, por el recurso de la ciencia, de la técnica y de la economía; en pocas palabras: por la vía de la soberanía universal de la racionalidad occidental”, hecho que se dio en todas esas culturas humanas conquistadas y colonizadas por ese Occidente “superior” y “erudito”.
Dicho de otro modo, el paradigma dominante de la razón “erudita” y conquistadora se expresó y se ha expresado como una obsesión por la razón, pero por la razón instrumental vuelta a sí misma; a esa que el filósofo E. Lévinas llama narcisista y “obsesionada metafísica y ontológica con el “ser”; a esa que el filósofo Arturo Andrés Roig denuncia como negadora de las “otras voces”. Su sello es ser dominadora y negadora de la cultura e identidad del Otro/Otra no occidental.
Por lo mismo, Magendzo denuncia que “Existe un prejuicio muy enraizado en la racionalidad positivista…”, la cual “sostiene que los saberes ancestrales” (de los pueblos originarios) “son fragmentos dispersos, arreglos pintorescos, productos rústicos reunidos al azar y sin el rigor de la lógica científica que sentó el orden y las diferencias de la cultura erudita”. Puro “folklor”, como denunciaba Eduardo Galeano.
Esta razón (la razón “erudita” vencedora) ha producido y ha garantizado en Chile y Latinoamérica durante siglos (desde la Conquista, la evangelización, la emancipación de la corona europea, etc.) las formas más efectivas y eficaces de mantenimiento y reproducción de discriminaciones e inequidades sociales en este país herido, formas que no han contribuido en nada a fortalecer una cultura del respeto y el reconocimiento de los derechos humanos de los Otros/Otras, y muy especialmente de los “más débiles” y “diferentes”, por ejemplo de “los perdedores”, de Gabriel Salazar.
Tal actitud, prepotente y de superioridad, “… ha llevado consigo el inicio de un proceso de aculturación compulsiva de todos aquellos pueblos y grupos socioculturales diferentes al grupo hegemónico”, agrega Magendzo.
Es que para esta razón “erudita”, para este paradigma (occidental y occidentalizante), los saberes de esa multiculturalidad (los saberes del Otro/Otra) no occidental, que no se ajusten a la razón dominante “erudita” (razón “erudita” que incluía e incluye “la” verdad absoluta contenida en su biblia, don Rolando Muñoz) son los “otros” saberes, los de estatus “rebajado”, a los cuales se accede por vías rebajadas, ordinarias, paganos, “vulgares”. Los saberes sentimentales y emotivos o conocimientos ancestrales de los pueblos originarios se incluirían en este desprecio racista de la cultura hegemónica “erudita” -propietaria de todas las verdades-; conocimientos ancestrales que siempre hacen anclajes emotivos con la memoria de los abuelos y los antepasados de estos pueblos originarios heroicos. En rigor, estos conocimientos serían, para la razón instrumental positivista, “erudita”, cartesiana, “objetiva”, occidental y occidentalizante, meras “irracionalidades”, “sentimentalismo”.
Pero la tragedia, don Rolando, radica en lo siguiente: el primer grupo humano más perjudicado, en la historia de este país, gracias a esa razón conquistadora y “erudita”, desde el siglo XVI al siglo presente, ha sido el de los niños, y especialmente las niñas, y todo por estar “debajo” de las categorías y jerarquías adultas y masculinas de los “ganadores”, de los portadores y voceros de la razón “erudita” que nos impuso el Occidente “superior”: referimos a los hijos/as de nuestros/as hermanos/as, los/las habitantes originarios/as.
Cito nuevamente al teólogo católico J. B. Metz (claro que éste no tiene nada que ver con las teologías trascendentales de Monseñor Medina ni del Tribunal del Santisisísimo Oficio ni del Concilio de Trento ni de la teología dogmática neoliberal (ni tampoco con la teología paulina que siempre invoca el doctor Peña): A estos grupos humanos, a estos “rostros de Latinoamérica”, donde “Llueve tristeza en los Andes”, “desde los esquemas de la razón conquistadora”, desde los vencedores (adultos), se les enseñó históricamente (desde la fe conquistadora, la Iglesia, la parroquia, el Papa, la ciencia, la razón, la emancipación de España, incluso la chilenización y la “república”) a negar “su propia existencia y la de los conocimientos y saberes que ellos han aprendido de sus mayores a través del tiempo” ; se les enseñó a repetir de memoria, día tras día, esta autoconciencia de saberse despojados de su mundo y cultura vernáculos, esta autoconciencia de desarraigo y exclusión. Por esto, con toda razón el Dr. Magendzo acusa: “Para muchos indígenas la educación supone aún un forzado desaprendizaje de su propia cultura y un abandono (…) total de su lengua materna”.
Gracias a ello, entre otras razones, este paradigma de socialización occidental y occidentalizante, el de esta razón prepotente y dominadora (la razón “erudita”) -que se ha expresado e impuesto como socialización histórica o “educación” homogeneizante y que en Chile y Latinoamérica (habla nuevamente Magendzo) “ha contribuido al (…) empobrecimiento de los pueblos indígenas- ha terminado por construir en éstos la conciencia de no pertenencia y de exilio, esto es, la conciencia de los eternamente negados, postergados, olvidados, incluso asesinados impunemente por el Estado chileno, conciencia de victimizados/as y de “ser para otros y no para sí”; todo lo cual explica y justifica la resistencia heroica de los pueblos originarios contra los símbolos occidentales de dominación y despojo de su cultura citados precedentemente; símbolos entre los cuales ocupa un lugar cardinal o central no solo el Estado chileno sino la cruz y la iglesia conquistadora, don Rolando (aunque usted se irrite nuevamente con este dato histórico, dato que hasta un niño de 6º básico lo tiene claro).
En síntesis, Chile, antes de su fundación como Estado, en su proceso de fundación, desde su fundación y luego de su fundación como Estado y República, operó y opera en alianza con la religión conquistadora. Por eso, y usando un término que usó Quelentaro (de paso homenajeo a estos dos grandes de Chile y que ya no están con nosotras/os): El Estado y la Iglesia no son más que “dos tiras de un mismo cuero”, en tanto y en cuanto responsables y corresponsables de la historia de la imposición prepotente de la cultura occidental en Chile y Latinoamérica, historia que se traduce como historia de la negación del Otro/Otra.
Y si usted es experto en historia y no es capaz de conectar la historia con su sustrato religioso (sustrato cultural que le da forma a toda cultura humana), entonces lea, lea, lea, lea, lea, don Rolando. Chile, y Latinoamérica, no pueden ni podrían ser analizados ni comprendidos en su historia pasada y presente si no se hace referencia a sus procesos históricos de “evangelización”, a su religión hegemónicamente dominante, al poder fáctico que ésta ejerce incluso hoy, en plena democracia, a través de sus cuerpos de obispos, cardenales y etcétera, poder fáctico que no ha perdido un gramo de peso en Chile, pese a estar manchado por corrupciones, inmoralidades y encubrimientos referidos a abusos sexuales atroces de cientos de víctimas, delitos que ni su dios perdonará, don Rolando.
“Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”. Eduardo Galeano
Saludos
Noelia Bastías y Luisa Arteaga
Profesoras de filosofía de $hile
Las frases en cursiva son citas textuales de los autores citados.
Rolando Muñoz says:
TODO BIEN ¡SALVO ! AQUELLO DE EL ESTADO, EN CONNIVENCIA CON LA RELIGIÓN —– ¡UMMM ! EN ESA PARTE, FALTA VERDADERO CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA
libertad joan franco alvarez says:
Acabo de leer lo que un profesor de de filosofía, pregunta con respeto al distinguido, profesor de filosofía , abogado, ensayista, escritor, rector de una Universidad chilena, y un sin fin de respetables cargos en Chile-Considero interesante sus preguntas,pero le invito a leer el libro EL TIEMPO DE LA MEMORIA del señor Peña y después que lo lea con toda la experticia que usted tiene formular las mismas indagaciones al respecto.. Tengo el libro en mi poder, hace dos meses y como tengo mucho tiempo libre, lo he leído dos veces y créame como usted bien lo sabe por su profesión la filosofía no entrega respuestas, la filosofía indaga, postula, refuta ,cita a innumerables filósofos que ,dedicaron vidas enteras a la búsqueda ontológica. El libro es espectacularmente buenísimo, personas con esa sabiduría suya por su profesión , le reitero leer el libro , con respeto se lo pido. El libro encanta a quienes de algún modo hemos experimentado este tipo de conocimientos.