Greta Thunberg ¿Niña símbolo o el resurgimiento del movimiento ecologista mundial?
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Desde hace un tiempo hemos ingresado en un espacio crepuscular que nos nubla el presente y nos niega el futuro. Por lo menos como un tiempo de sueños y proyecciones, en cuanto mejores momentos para realizar nuestras vidas. La noción de futuro no solo es una gran incertidumbre, sino tal vez la creciente certeza de tiempos peores, de inminentes grandes dificultades. Una realidad cercana expresada a gritos desde la literatura, el cine y otras creaciones hasta la academia y la ciencia. Estamos bien advertidos.
La activista sueca de 16 años Greta Thunberg llegó ayer a Nueva York después de 15 días de navegación por el Atlántico en un velero. Al ingresar el río Hudson, podíamos ver en las imágenes, el Malizia II, que es el nombre de la pequeña embarcación sin huella de carbono, y la vela plegada con el mensaje “Unidos por la Ciencia”. ¿La ciencia? Greta no llegaba a Nueva York a participar en un congreso científico, sino ha sido invitada a participar desde el 23 de septiembre en la Cumbre por la Acción Climática que se realizará en esta ciudad.
Esta cumbre será crucial para el futuro del mundo y nuestra sobrevivencia. Ha sido convocada por la ONU con urgencia para que los gobiernos se comprometan con nuevas y más profundas medidas para frenar las emisiones y el alza global de la temperatura. El acuerdo de París del 2015 no es suficiente para frenar las descargas de dióxido de carbono y sin nuevas acciones la temperatura del planeta subirá entre dos y tres grados durante los próximos años, que es una catástrofe segura.
Las primeras declaraciones de la activista han incluido un llamado a Trump: “Le pido que escuche a la ciencia, porque obviamente no lo hace”, dijo en su primera conferencia de prensa. Unas pocas palabras que encierran la otra cara del grave problema que hoy padecemos. Quienes tienen en sus manos el destino del planeta, no solo de la humanidad, están enceguecidos en sus creencias. El negacionismo climático de Trump y de todos los los empresarios es sin duda el mayor peligro que enfrentamos para frenar las emisiones de CO2 y el cambio climático.
No sabemos si Trump no cree en la ciencia o es un cínico de marca mayor. Es bien probable que sea lo segundo, pero esto no cambia las cosas. Y es también un creyente, en el capitalismo como religión. Y ante ello, no hay ciencia ni evidencia que valga.
La ensayista Naomi Klein publicó hace un par de años Esto lo cambia todo, un libro en el que denuncia detalladamente cómo el establishment industrial estadounidense, y principalmente aquel vinculado con los combustibles fósiles, ha destinado millones de dólares a empresas de comunicación para desprestigiar a los científicos que han escrito sobre el cambio climático. Publicaciones en revistas, pero especialmente miles y miles de videos en youtube y bots en las redes sociales que niegan el cambio climático. Ante el calentamiento global, hoy podemos hallar en youtube profusos videos que nos alertan de una nueva glaciación, lo mismo que ataques contra la ONU y el IPCC (el Grupo Intergubernamental de la ONU de expertos sobre Cambio Climático).
El peligro de este ataque contra la ciencia y los organismos internacionales solo favorece a las grandes corporaciones y a las élites, aquel grupo ínfimo que se apropia de gran parte del PIB mundial. El capitalismo desatado y monopolizado, como es el que padecemos, solo se mantiene con el actual estado de las cosas y su filosofía se mantiene intacta aunque se queme el planeta. La pregunta que nos hacemos, que es retórica, es porqué la gente vota por estos esperpentos. Podemos entender, con grandes esfuerzos, el caso de Trump o de otra potencia con pasado imperial. ¿Pero Brasil? Por qué han votado por Bolsonaro, un personaje siniestro como el que más que ya nos ha dado una muestra de su peligrosidad con los incendios en el Amazonas.
Parte de la obra Brujas, del artista brasileño Cildo Meileres, exhibida en estos días en el Centro Nacional
de Arte Contemporáneo Cerrillos en Santiago
La respuesta a esta pregunta es más o menos evidente, pero tiene implicaciones tan graves para la humanidad como el cambio climático. Quien haya visto el documental sobre Cambridge Analytica en Netflix llamado Nada es privado (The Great Hack) sabe de qué estamos hablando. Ya no hacen falta dictaduras para imponer gobiernos. Las comunicaciones están monopolizadas en dos o tres grandes corporaciones vinculadas a los poderes fácticos, los que cuentan con una población que ama sus conexiones y adora estar conectada.
Ante esta realidad política, que se levanta sobre la estructura económica de la concentración extrema del capital y del poder, no podemos estar muy tranquilos. Porque el objetivo no es simplemente negar el cambio climático sino la ciencia, las instituciones multilaterales y, de paso, todas las instancias que la humanidad se había dado para poder convivir en una mínima paz. En ese proceso hace pocas semanas Trump retiró a Estados Unidos del acuerdo de proliferación de armas nucleares, señal que ya ha sido recibida por otras potencias. Nada es menos alentador que un mundo futuro gobernado por irritables monstruosidades que tienen armamento nuclear al alcance de la mano.
No podemos cerrar esta columna de esta manera. Los incendios en el Amazonas han aparecido en las portadas de todos los diarios del mundo y han desatado millones de comentarios en las redes sociales. El cambio climático se ha instalado en el centro de la agenda pública y política.
Tal vez marcará un punto de inflexión en la materia y se levanta como la gran oportunidad para empujar a nuestros gobernantes a actuar y comprometerse con nuevas medidas contra las emisiones en la cumbre de Nueva York. Hay que escuchar a Greta y seguir su ejemplo. Todos los mayores de 16 años confiamos en ella y su generación.
PAUL WALDER