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Pretendientes al trono de Chile

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Cada uno de los candidatos al trono de Chile, muestra en su expresión, ansias de ser el monarca elegido. Como el rey ha envejecido, balbucea y nadie le hace caso, debe abdicar en beneficio del reino. Los postulantes, expuestos en la galería de la vanidad, efectúan gestos de soberano. Se pavonean y asumen ese airecillo de sabiduría, que tanto seduce a la plebe. Deben garantizarle a los miembros de la corte real, hacer negocios especulativos, exención de impuestos y férreo control del vasallaje. Como a los cinco aspirantes descendientes del rey, la naturaleza les negó hermosura, airecillo aristócrata, se preguntan por qué el destino los trató con tanta indiferencia. Por algo se han aficionado a sacarse y ponerse máscaras, hiyab, antifaces de carnaval, sea el de Venecia, Brasil o de un pueblo del Chile profundo. De las tentaciones humanas, figurar, demostrar ser alguien en la vida, se convierte en codiciada e invencible actitud. Alienta al espíritu y desata pasiones. Como quien supone ser seductor y cree que nadie resiste sus galanterías. En los candidatos a algo, siempre existen dosis de esta condición. Piensan que sin ellos se detiene el progreso, se agudiza el cambio climático y se empobrece el mundo. Llamados por el destino para resolver entuertos, se visten de mesías. Este ramillete de ortigas, disfrazado de virtuosas clavelinas o corona de caridad, está formado por Allamand, Chahuán, Kast, Lavín y Ossandón. Apellidos provenientes del medio pelo de la sociedad chilena —menos uno— donde hay por ahí oculto un antepasado mapuche, aunque se jactan de ser miembros de cierta nobleza inventada por ellos mismos. 

 

¿Cuándo y quién los eligió? Se eligieron entre sí, facultad venida desde la colonia, donde los hidalgos se aferraban al poder. Como esta gavilla desciende de patipelados, venidos de Europa y el Medio Oriente, han sabido mimetizarse en el entorno político. A codazos o por capacidad trepadora. Usan zapatos, han llegado a la universidad del reino, se vinculan a la elite empresarial, religiosa y se han olvidado que sus abuelos vendían baratijas en las calles o montados en mula, recorrían los campos del imperio, surtiendo al vasallaje de artículos de almacén. Se trata del olvido que otorga prestigio, mientras trepan por la escala social. Se escudan en su currículo, el pedigrí adquirido en el Mercado Persa e inventan historias y proezas de sus antepasados.        

  

Aspiran a continuar la labor del monarca Sebastián Piñera, que aún no se repone de la visión del eclipse de sol, al observar que si el astro se llegara a apagar, también él se apagaría. ¿O no entendió el mensaje de la naturaleza? ¿O cree permanecer inmune a ser engullido por un hoyo negro? Cuando habló al país en su campaña a rey, dirigida a los borregos, manifestó: “Vendrán tiempos mejores”, no mintió. Se refería a tiempos mejores para él y su corte real.

 

Habría que observar a la empobrecida Argentina de hoy. Durante años se llamó el granero del universo, donde el soberbio Macri, acusado de especulador financiero, cófrade de Piñera, fue barrido por el decepcionado pueblo. El rechazo casi unánime, lo vapuleó al ritmo del tango “La cumparsita”.

 

Los cinco candidatos de la monarquía, observan con cautela este escenario, donde la catástrofe trasandina puede llegar a Chile. La dupla Fernández, vencedora en los recintos comicios, debería imponerse en las próximas elecciones presidenciales de Argentina y ya nuestros candidatos —en realidad no son míos, sino de los borregos— empiezan a poner las barbas en remojo.

 

En la izquierda que en una época de gloria era republicana, asoman como candidatos, viejitos conservados en naftalina en el baúl de la abuelita. ¿Quién los desempolvó? Nada han aprendido y se suman al carnaval dirigido por la monarquía. Como los borregos no los van a apoyar, tienen al menos el consuelo que a mediados de este siglo, unidos a la realeza, logren tres ministerios, once alcaldías y nueve embajadas. 

 

Si un movimiento republicano desea vencer a la arrogante y depredadora monarquía y a una izquierda pulverizada —o si se prefiere derechizada— desprovista de proyectos, debe apoyar a una candidata. Hay hidalgos que seducen en el mercado de abastos de la política, pero una mujer arrasaría, por ser orquídea solitaria en medio de la maleza. Cada día el poder femenino se expande y fortalece. Se multiplica, arrastrando voluntades de todas las tendencias, comprometido en generosa lucha, cuya legitimidad no puede ser cuestionada.

 

Hace meses me tienen lavando platos, haciendo la cama, ordenando mi escritorio y después, bolsa y lista en mano, me dirijo al almacén. ¿En quién pienso, mientras bebo café con cardamomo, luego de haber escrito esta crónica? Si señalo su dulce nombre, el cual me quema la lengua, pero cautiva mis oídos, podría perjudicarla.     

 

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