El caso de Mina Invierno: Piñera, de la disonancia cognitiva al cinismo desatado
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El gobierno apelará a la Corte Suprema por el fallo del Tribunal Ambiental de Valdivia que anuló la autorización del proyecto Tronaduras de Mina Invierno en la Isla Riesco, en Magallanes, Patagonia chilena. El Tribunal decidió anular la Resolución de Calificación Ambiental (RCA) que había autorizado las faenas de extracción de carbón al proyecto minero de los grupos Angelini y von Appen.
El proyecto estaba paralizado desde finales del año pasado por una medida cautelar impuesta por este tribunal, proceso impulsado por un requerimiento ingresado por la organización Alerta Isla Riesco en contra del Servicio de Evaluación Ambiental que había aprobado las tronaduras para la extracción del carbón. Y esta semana el SEA, por parte del gobierno, anunció que acudirá a la Corte Suprema para poner en marcha el proyecto.
Pero no es solo el SEA. Es el gobierno en pleno el que empuja este proyecto, contaminante como el que más. El lunes Sebastián Piñera recibió en La Moneda al ministro de Minería, Baldo Prokurica, reunión que expresa la relevancia que le otorga el gobierno a Mina Invierno en el marco de su obsesión por impulsar su agenda de crecimiento económico por encima de todo. Y, por cierto, por sobre el medio ambiente y la misma institucionalidad ambiental. ¿Qué hace el gobierno tomando parte en un proyecto de dos grupos privados?
Prokurica define muy bien la postura del gobierno. En unas declaraciones a la prensa publicadas ayer, dice, sin filtros, que “esta es una mala noticia” para después echar mano al clásico argumento empresarial de los empleos: “Es un tema preocupante porque hay mil familias involucradas. El sindicato nos está llamando por la preocupación que tienen”. Nótese, el sindicato lo llama. Lo dice con claridad, y no se arruga. ¿Gobierno de los trabajadores?
Prokurica podría perfectamente estar en la gerencia de una corporación minera o en la misma Sociedad Nacional de Minería (Sonami). Porque Diego Hernández, el presidente de esta patronal, dijo lo mismo. “Muy mala noticia”.
Piñera y su gobierno ha expresado en toda su dimensión no solo su vocación empresarial, qué duda nos cabe, sino su falsa retórica y su cinismo ambiental. Convoca, a estas alturas creemos que ha sido a regañadientes, la Cumbre Ambiental COP25 para diciembre pero interviene para apoyar este proyecto minero carbonífero, el combustible fósil más perjudicial para la atmósfera. Nada es comparable al carbón en su liberación de dióxido de carbono (CO2), el principal gas que genera el efecto invernadero. ¿Dónde queda el plan de descarbonización y la meta de neutralidad en las emisiones?
Hay una afección psicológica llamada disonancia cognitiva. Una oposición en nuestro sistema de creencias y actitudes que nos lleva a pensar, hablar y actuar de forma contradictoria. Por ejemplo, organizar una cumbre ambiental, decir que nos preocupa tanto el calentamiento global pero no bajarnos del coche y creer, por sobre todo, en el crecimiento económico y en el neoliberalismo como camino a la redención de la humanidad.
Piñera podría padecer de este liviano y extendido síndrome de la modernidad. Pero Piñera tiene sus prioridades claras. Si llegara a parecer ambientalista, es por el profundo cinismo de su discurso. No es un Trump o un Bolsonaro, pero al final del día hace lo mismo. En una de esas, la COP 25 hasta sea un buen negocio.
PAUL WALDER