Museo de la Gestapo evoca a regímenes actuales
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Colonia. Las palabras derretirían un corazón de piedra, pero no los que pertenecían a esos torturadores de la Gestapo que estaban en el piso de arriba. Los prisioneros escribieron sus historias, sus poemas, sus lamentos en las paredes de sus celdas antes de ser ejecutados, y los mensajes aún pueden leerse en el sótano de los cuarteles de la antigua policía secreta en Colonia. Pasé horas leyendo los nombres y los testimonios.
En una de las celdas están escritas estas líneas, en ruso, de una joven condenada a muerte. Aparentemente era una trabajadora esclava de Colonia que se unió a un movimiento de resistencia en 1944: “Aquí estuvo bajo custodia Vallja Baran, quien fue traicionada por sus propios compatriotas rusos. Mi marido y yo estuvimos presos en una celda… enfrentaremos la horca, mi único pesar es estar separada ahora de mi querido esposo y de todo el mundo. ¡Ay, muchachas! ¿por qué nuestra juventud es un error tan grande? Ahora tengo 18 años, estoy embarazada y quisiera poder ver a mi primer hijo. Bueno, esto no será posible, voy a morir”.
Las celdas aún tienen sus números originales. Están completas las enormes y pesadas puertas pintadas de gris a través de las cuales la Gestapo espiaba a sus víctimas, a veces 30 personas atiborradas en un cuarto creado para albergar a solo dos o tres prisioneros. Eran tantos que hasta la Gestapo local se quejó con Berlín del hacinamiento.
Caminando de una celda a otra, noté un libro de visitantes sobre una mesa y en él una pareja de estadunidenses escribió estas palabras: “Nunca más significa nunca más, desde Palestina hasta la frontera entre México y Estados Unidos”.
Instintivamente me alejé de esta trillada, burda y simplista observación. ¿Cómo pueden los crímenes contra los derechos humanos y el robo colonialista de tierras cometido por el gobierno israelí en la Cisjordania ocupada; el hacinamiento y la separación de niños de sus familias en los campamentos de refugiados de la frontera de Estados Unidos –asumo que la documentación de lo hecho por la Gestapo motivó estas referencias en el libro de visitantes– compararse con las crueldades de la Alemania Nazi? Debe haber, de seguro, un sentido de la perspectiva, al menos cierta reticencia, antes de comprometerse con semejantes comparaciones, sobre todo en este lugar de terror.
En ocasiones, había más mujeres presas que hombres. Los judíos estaban cautivos en estas celdas; también los judíos alemanes y los miembros de los Piratas Alemanes Eidelweiss, un grupo juvenil anti nazi ligeramente bohemio, que componía canciones y tocaba guitarras y que despreciaba al régimen. Ellos también murieron aquí. Todos los miembros de dicho grupo, incluyendo seis adolescentes, fueron ahorcados públicamente en Colonia, en 1944, por órdenes de Himmler.
Hay una sequencia de fotografías de los muchachos subiendo al cadalso mientras algunos de sus amigos ya cuelgan con el cuello roto de las cuerdas, otros miran petrificados los cadáveres mientras son obligados a pararse ante sus propias horcas. El patíbulo del patio del cuartel de la Gestapo, en el número 23-25 de la calle Appellhofplatz, era lo suficientemente grande para ejecutar a siete hombres o mujeres en una sola sesión.
¿Es este el lugar para comparar la perversidad de la Alemania Nazi con la crueldad israelí, la ideología racista de Trump y su descabellada administración? Puedo simpatizar con la pareja estadunidense que escribió esas palabras: estaban buscando la manera de expresar su temor ante el presente y su odio por la injusticia. Pero crearon un paralelismo implícito entre los nazis y los israelíes. Yo podía ver lo fácil que sería asegurar –aún cuando la palabra “Israel” no está en su mensaje– que su contribución al libro de visitantes era antisemita.
Volvamos por un momento a esos mensajes en las paredes escritos con clavos, tornillos y las uñas, a veces hasta con pinta labios. Uno que los lectores difícilmente olvidarán, también es de una mujer, y está escrito con lápiz en septiembre de 1944. Es una alemana que identifica a sus torturadores de la Gestapo y subraya sus nombres. “El señor Schmitz y el señor Hans Krug. Me avergonzaría tratar a un animal de la forma en que ustedes trataron de someterme ayer… Incluso si trabajé arriba y fui muy feliz porque me reconoció una dama de Aquisgrán… quien quiso obsequiarme tres tomates … Escuché al señor Krug decirle: “Usted puede comer lo que quiera, pero E. K. No tiene permitido comer nada”…Estoy presa en mi celda, sin una cubeta y con solo una manta”.
Desde luego, queremos saber qué paso con los dos hombres de la Gestapo. Schmitz, fue atrapado después de la guerra, tuvo un juicio breve y después fue liberado. Krug desapareció en 1945. “Los caballeros saben exactamente mi situación”, escribió la prisionera el año anterior. “Estoy embarazada de tres meses de un oficial alemán. A la mujer rusa, María, en la celda contigua, quien tiene tres cobijas y una cubeta se le permitió comerse los tomates que me regalaron a mí. Estos dos caballeros han maltratado a muchos… entre ellos a esta mujer alemana quien lleva un hijo debajo del corazón. Señora Else Kollmann. 29/9/44”.
Para esa fecha, casi todos los judíos de Colonia –su población en la República de Weimar era de unos 16 mil—ya habían sido transportados en trenes para ganado hacia el ghetto de Litzmannstadt en Lodz, a Riga, y a Sobibor.
El edificio del centro de documentación en el viejo edificio de la Gestapo –estructura que paradójicamente sobrevivió la guerra intacto y ejecutó su último ahorcamiento un día antes de que las tropas estadunidenses entraran a Colonia– contiene miles de documentos sobre la suerte que corrieron los judíos de la ciudad, incluso una postal que fue arrojada desde un tren de transporte en marzo de 1943 por Helmut Goldshmidt, de 24 años de edad. Increíblemente él sobrevivió a Buchenwald y fue liberado en abril de 1945.
Los archivos del 23-25 de Appellhofplatz también contienen documentos de los campos de concentración: está el expediente de Karola Wolf, por ejemplo, con el número de trabajador 37725, figura como “TRANSPORTADA 10/3/44”. El documento trae una fotografía de una mujer joven de cabello corto pulcramente peinado, lleva una blusa oscura con botones al frente. Su boca se ve rígida, con una leve sonrisa, quizá en una mueca que hizo al ser deslumbrada por el flash de la cámara. Murió en Belsen en mayo de 1945. Hay otro documento: la fotografía de una mujer con dos niños caminando frente a los edificios cubiertos de nieve de Lodz. En el primer plano hay un patíbulo con el cuerpo de un hombre con la cabeza rapada colgando de él, con las manos atadas a la espalda. La fotografía fue obviamente tomada en secreto. La fecha es del 21 de febrero de 1942 y tiene la inscripción: “El hombre ejecutado es Max Hertz, de Colonia”.
Gracias a Dios, se dice uno mismo al avanzar por el viejo edificio de la Gestapo, que los alemanes hoy en día mantienen viva esta memoria histórica de una manera física y táctil. Un funcionario me dice que la documentación del centro y museo recibió 80 mil visitantes el año pasado, sobre todo extranjeros pero también muchos estudiantes alemanes. Qué bien, le digo. Son personas que deben venir aquí. Los habitantes de Colonia no salieron sin mella; aquí hay fotografías de sus cadáveres en pilas altas tras los bombardeos de la Fuerza Aérea Real en que participaron mil aviones.
Pero también hay fotografías que los soldados coloneses que estaban en la Wehrmacht, en el frente oriental, enviaron a sus familias. Hay partisanos rusos que cuelgan de las horcas, judíos asesinados en las calles de ciudades polacas y rusas. Éstas no fueron enviadas a casa como pruebas de atrocidades, sino como recuerdos de padres, hijos y amantes en el frente; postales de terror enviadas por correo como otros hubieran enviado fotos de vacaciones desde playas concurridas o montañas nevadas.
Así que ¿cómo pueden esos dos estadunidenses haber visitado este lugar – hay testimonios, descripciones obtenidas después de la guerra de las feroces palizas perpetradas en las celdas de Colonia– y pensado en Palestina y en el repugnante trato que Trump da a los refugiados en la frontera con México? ¿No fue esto, al menos, una falta de respeto para las víctimas de actos de inhumanidad infinitamente más terribles?
Iba yo a concluir que esto es verdad. Hay pruebas suficientes de que los israelíes torturan a los palestinos presos y que hay asesinatos masivos en su frontera con Gaza, pero no a esta escala. Gaza es un ghetto árabe palestino pero no hay cámaras de gas a la espera de prisioneros. Nadie está siendo colgado o fusilado en la Cisjordania ocupada. Y luego me siento golpeado por un artículo en el periódico israelí Haaretz de mi viejo amigo, el periodista Gideon Levy.
Comentó el voto en el parlamento alemán que se llevó a cabo hace dos meses en favor de condenar como antisemita el movimiento palestino de boicot contra Israel, que fue acusado de usar “patrones y métodos” usados por los Nazis durante el Holocausto.
El movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), que también es apoyado por judíos liberales –especialmente en Estados Unidos– insta a sus simpatizantes a mantener un boicot académico de negocios y cultural contra Israel en un esfuerzo para lograr que su ejército se retire de Cisjordania ocupada y desmonte el vasto muro que Israel ha construido, en gran parte sobre tierras árabes, entre Israel y el territorio ocupado.
Pero Israel –y ahora el parlamento alemán– afirman que el boicot es un método equiparable a los usados por los nazis. “Las etiquetas de ‘no lo compre’ del BDS en productos israelíes”, afirma la resolución no vinculante alemana, “recuerda, por inevitable asociación, el llamado nazi de ‘No le compres a los judíos’, y otros mensajes que se pintaban en fachadas y aparadores”.
Si bien el movimiento BDS se preocupa por los derechos de los palestinos y los fracasos de Israel en cuanto al derecho internacional, sus simpatizantes deben ser condenados y equiparados con los nazis.
¿Entonces quién está asociando la tragedia palestina y la ocupación israelí con los Nazis? Son los legisladores alemanes quienes lo hacen. Como dice Gideon Levy en su columna: “Una lucha no violenta contra crímenes de guerra será declarada ilegal”, si el gobierno adopta lo que él llama “esta resolución delirante”. Levy escribe sobre “el chantaje emocional” contra Alemania, lo considera una “temeridad”; y desprecia a las autoridades israelíes por adoptar estas tácticas.
“Combatir el antisemitismo resuelve cualquier problema asociado con explicar las acciones de Israel. Tan sólo con pronunciar la palabra ‘antisemitismo’ el mundo se paraliza. Uno puede asesinar a niños en Gaza, y después decir ‘¡antisemitismo!’ para sofocar cualquier crítica”.
Este es el problema que el museo y los archivos del viejo edificio de Gestapo en Colonia no puede resolver. Existen verdaderos antisemitas en este mundo nuestro. Existe verdaderos racistas y Trump es uno de ellos. Israel no se hace ningún favor al acusar falsamente a hombres y mujeres,decentes y honorables, de ser nazis. Todos debemos luchar contra el verdadero antisemitismo, no tratar de ganarnos la simpatía de la propaganda israelí.
Y Trump se une a esto. Acusa a cuatro mujeres congresistas estadunidenses de usar lenguaje antisemita y de oponerse a Israel –con lo que tacha de racista a cualquiera que se oponga al gobierno israelí y a sus vergonzosas políticas hacia los palestinos. Asimismo, apoya la supuesta relación entre los nazis con cualquiera que exija justicia para los pobres, para los que viven bajo ocupación, las masas oprimidas que desean respirar en libertad.
Debemos llegar a nuestras conclusiones. La realidad es que el boicot contra los judíos en Colonia precedió a la deportación de los judíos; los nazis creían que los judíos no eran alemanes de la misma manera en que Trump claramente cree que cuatro mujeres congresistas no son estadunidenses.
Entonces ¿de verdad puedo objetar las palabras en el libro de visitantes del viejo centro de tortura de la Gestapo? Si los israelíes hacen la conexión con los nazis, por qué los estadunidenses que escribieron esas palabras en Colonia no pueden hacer la conexión con Palestina? Si Trump puede exigirle a una parte de su propio pueblo estadunidense a irse del país –lo cual fue la política de Hitler hacia los judíos incluso antes de que sus intenciones genocidas quedaran claras para el resto del mundo– ¿Cómo podemos escapar de las acciones de los señores Schmitz y Krug? Después de todo, ellos se salieron con la suya.
Existen valientes voces femeninas en el memorial de las paredes de esas celdas. ¿Quién, por ejemplo, no siente calidez en el alma ante quien escribió lo siguiente?: “Chicas, no se dejen someter por estos tres hijos de puta! Sean valientes y osadas, aunque tengan que enfrentar castigos severos”.
Sí, claro, las circunstancias eran diferentes. Pero cuando leo el lamento de una francesa –al parecer escrito con lápiz–¿cómo puedo no pensar en la separación de niños de sus familias en otro país hoy en día?
“Si existe una mujer francesa, cuyo hija fue separada de ella, contra su voluntad, cuando la bebé tenía solo 11 días de nacida, entenderá lo que la separación significa. Si sigo viva es solo por mi hija, sin ella ya habría dejado este mundo hace mucho… el guardia me dice que estoy enferma… si alguien pasa por aquí entenderá el dolor de una madre que ha sido separada de su pequeña. Ella cumple tres semanas hoy”.
Cuando leí estas palabras me di cuenta que los estadunidenses tenían toda la razón al escribir estas palabras en el libro de visitantes.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca