Iglesia Católica, una empresa y partido político en descrédito universal
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«Pedro, ¿qué edificaste sobre la piedra que te señalé?» Esta pregunta no está en ningún texto bíblico…pero debería estar.
“Y sobre esta piedra edificarás mi iglesia”. La frase tiene más de veinte siglos, aunque perdió su encanto hace también una punta de años, y no por responsabilidad de quien la dijo ni de quien fuese el primero en escucharla, sino de aquellos que siglos más tarde hubieron de administrar la piedra y el edificio.
Hace tiempo ya que la Iglesia Católica dejó de ser ‘referente moral’ en muchas naciones occidentales. Convengamos en que ella siempre ha sido una mezcla de mega empresa y partido político (a nivel internacional), cuyos pies descansan en mareas filosóficas que le hacen aseverar ser los representantes de Dios en la tierra. Y no de cualquier dios, sino del único, del verdadero, según ella proclama. Durante 20 siglos esos ‘representantes’ fueron dueños de las llaves que conducían las almas al cielo o al infierno (y además quienes juzgaban tal destino eran ellos mismos), con lo que lograron administrar los penes y vaginas de su grey a nivel mundial, hasta que la ciencia y la educación la superaron completamente.
Ha sido en extremo difícil disputarle el espacio político, pues esta Iglesia -ya lo dijimos- tiene dos mil años de experiencia en la materia, y no existe en el mundo tienda partidista con tamaño recorrido. Durante ese larguísimo período, el Vaticano cogobernó imperios, reinos y países conjuntamente con el poder político local. Impuso sus reglas y estampó a fuego sus términos, muchos de los cuales incluían cuestiones más severas y trágicas que una simple e inocua excomunión, la que sólo alarmaba a quienes asistían diariamente a los templos para orar y comulgar, ergo, al pueblo raso, estamento social realmente necesitado de milagros a objeto de sobrellevar la explotación a que es sometido.
Podríamos gastar cientos de páginas detallando las aberraciones cometidas por la Iglesia Católica durante siglos, como por ejemplo en las Cruzadas a Medio Oriente, en la Edad Media, o durante la Ilustración, o en la invasión europea a América, o en su actuar a través de la Inquisición, en la guerra civil española, en la época nazi en Alemania y Europa, en su acción coadyuvante de dictaduras latinoamericanas, etc., etc., pero ello sería vaciar un balde agua sobre el océano.
Es cierto que existe una curia vaticana (también llamada ‘curia romana’), conjunto de órganos de gobierno de la Santa Sede conformada por un grupo de instituciones (dicasterios) bajo la dirección del Papa, que ejercen funciones legislativas, ejecutivas y judiciales. La potestad de la curia se considera vicaria del Papa, y se encarga de coordinar y proporcionar la necesaria organización central para el funcionamiento de la Iglesia y el logro de sus objetivos. Todo ello, en teoría.
Pero, según el escritor estadounidense, autor de obras como “El padrino”, Mario Puzo (y también según muchos analistas), quienes mandan en el Vaticano son unos curas que se conocen con el mote de “pezzonovante” (‘peso noventa’), los que conforman el sólido caparazón que envuelve, coopta y atrapa a quienes fungen como pontífices. Le ocurrió a Juan Pablo I, el cual terminó falleciendo en su cama pocas semanas después de haber sido ungido Pastor de la Iglesia de Pedro, tal vez asfixiado por el poder de esos “pezzonovante” mencionados por Puzo. Luego, le correspondió el turno al inefable Benedicto XVI, quien pispó que le sería imposible imponer sus términos en esa sociedad de frailes, y optó por renunciar al pontificado para vivir sus últimos años eclesiásticos en un lugar alejado de las maromas y contubernios de la mafia vaticana.
La institución financiera en manos del Vaticano era el ‘Banco Ambrosiano’, cuya quiebra en 1982 motivó un enorme escándalo económico y mediático. Entre otras cosas, se acusaba a la organización bancaria ítalo-vaticana de lavado de dinero, tráfico de armas a favor de grupos de ultraderecha en Latinoamérica, financiamiento de publicaciones fascistas en el país de la bota, y desvío de fondos vía operaciones de ultramar (Bahamas y Sudamérica) para blindarse de cargas impositivas y normativas existentes en Italia, donde se encuentra sito el Estado vaticano. Esta última maniobra tenía como fachada al ‘Banco Ambrosiano Andino’, filial de la institución en Sudamérica, cuyas oficinas se acuartelaban en el Perú, exactamente en sucursales en la ciudad portuaria de El Callao y en Lima, la capital.
El Banco Ambrosiano era liderado por Roberto Calvi, y por intermedio suyo la “Banca celestial” además de apoyar obras pías de la iglesia (como apoyar a la dictadura de Somoza en Nicaragua, también a Pinochet en Chile, entregar fondos a partidos políticos afines al catolicismo y otros movimientos anti comunistas), obtenía ganancias de actividades ilícitas internacionalmente, como por ejemplo, vender misiles a Argentina durante la guerra de las Malvinas.
Pero eso no era lo peor. Roberto Calvi tenía fuertes vínculos con la mafia italiana, la Cosa Nostra, con quien cual blanqueaba enormes cantidades de dinero proveniente del narcotráfico. Además, estaba estrechamente relacionado con el Propaganda Due – P2 (Propaganda Dos), logia masónica italiana que efectuaba actividades ilegales, de la cual él fue tesorero. Finalmente, acorralado por investigaciones judiciales ante la posible quiebra del Ambrosiano – e imposibilitado ya de satisfacer las órdenes de la mafia, Calvi se suicidó en Inglaterra, país donde buscó inútil refugio una vez que el Banco de Italia descubrió sus manejos ilícitos y su asociación con la Cosa Nostra.
En agosto de 1982 el quebrado Banco Ambrosiano fue sustituido por el Nuovo Banco Ambrosiano bajo control de Giovanni Bazoli, y aunque el Vaticano no aceptó una responsabilidad formal en el desfalco, pagó calladamente cientos de miles de dólares como indemnización a las víctimas del desfalco de más de 1.300 millones de dólares de “La Banca de Dios”. Este escándalo fue tan grande, que incluso se atribuye a diversos miembros (públicos y secretos) del Banco Ambrosiano la conspiración para la muerte del Papa Juan Pablo I, quien estaba decidido a terminar con esa corrupta red de lavado de dinero y evasión de impuestos.
Sin embargo, no serían las finanzas ni el trabajo junto a grupos mafiosos lo que descalabró a la Iglesia Católica en el mundo cristiano. Habría de ser la deleznable pederastia de muchos curas, frailes y obispos, lo que provocaría el abierto rechazo a sacerdotes e iglesia por gran parte de la población de aquellos países donde el Vaticano tiene presencia.
En una entrevista concedida a un periódico italiano, el Papa Francisco I manifestó: «Según fuentes fiables aproximadamente el 2% del clero es pedófilo y está decidido a confrontar el problema (…) otro grupo, más numeroso, calla sabiendo. Esto es intolerable». El Vaticano salió de inmediato a “aclarar” los dichos del pontífice, informando que si bien esas no fueron sus palabras «exactas», reflejaban el espíritu del mensaje que el Pontífice quiso entregar.
Tomando aquel porcentaje (2%) como dato duro, es posible determinar las siguientes cifras a nivel planetario:
Total de obispos: 5132 // Obispos pederastas: 102
Total de sacerdotes: 413.418 // Sacerdotes pederastas: 8.268
(Fuente respecto de los totales de obispos y sacerdotes:
www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=31563)
¿Será necesario en Chile referirse a sacerdotes como O’Reilly, o Karadima, quien abusó de niños pertenecientes a ‘familias bien’ de Santiago arriba? Tampoco parece imperioso hacer referencias específicas a curas como Ezzati, Barros, González, Hasbún y otros de la misma calaña, pues sus omisiones, complicidades, sediciones y pecadillos son sobradamente conocidos.
Pero, si ello sucede en grandes ciudades, ¿qué podría ocurrir en comunas pequeñas, rurales, aisladas del mundanal ruido y alejadas del interés predador de los políticos? En esos sitios el problema es otro, igualmente criticable, igualmente cuestionable, igualmente inmoral.
En variadas publicaciones se ha informado que en pueblos pequeños y rurales el cementerio de la localidad pertenece a la Iglesia y, por tanto, es administrado por el curita del lugar. Esas mismas publicaciones dan cuenta del magnífico negocio que significa “la muerte” de cristianos para ese sacerdote. Miles de pesos por el nicho perpetuo (que a los 20 años deja de serlo y los deudos se ven en la obligación de renovar el contrato con otro pago ‘perpetuo’ para nuevos 20 años). Otro monto de dinero –nada despreciable- por la misa de difuntos, donde, además, las coronas de caridad (cuyo valor mínimo es de dos mil pesos) representan un ingreso económico atractivo, y así, suma y sigue esta “fe comercial”.
No contentos con lo anterior, algunos curitas de pueblo han comenzado ahora a cobrar por ‘dar la hostia’ a los chiquillos que hacen su primera comunión. Cinco mil pesos por cada lengüita infantil que se estira para recibir por vez primera el sagrado sacramento. Resulta asombroso constatar que el neoliberalismo predador se ha enquistado en la iglesia católica chilena, y con mayor fuerza en las parroquias de pueblos rurales donde la gente –buena y quieta por antonomasia- acepta sin chistar, y casi con temor al reclamo, las disposiciones que dicta el señor gerente comercial de la parroquia, vulgo: el ‘padrecito’del pueblo.
Increíble, pero cierto. Los sacramentos los reciben hoy día únicamente aquellos católicos que pueden pagar por ese ‘servicio’ apostólico romano. Juan el Bautista y el propio Jesús fueron entonces unos absolutos derrochadores al bautizar a miles de creyentes sin cobrarles un sólo centavo, lo que resulta ser un acto ilegal para los actuales curitas de pueblo.
Hoy, en Chile, la iglesia católica cuenta con una exigua aprobación ciudadana del 14 % y un rechazo del 81 %, las peores cifras para esa institución desde que en septiembre de 2015 la consultora Cadem comenzara a medirla a través de sus encuestas.