España, el sectarismo en el progresismo
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El sistema parlamentario, a diferencia del presidencialista e incluso en el caso concreto del semipresidencial francés, exige una cultura de partidos políticos capacitados para formar alianzas y combinaciones.
La formación de gobiernos en Alemania y en Portugal ha sido posible gracias, en el primer caso, al acuerdo entre socialdemócratas y demócratas cristianos y, en el segundo con la no intervención en el gobierno por parte de los comunistas portugueses, más bien el apoyo sin condiciones a sus enemigos históricos – los socialistas -.
Ser fascista o ultraizquierdista por lo regular supone un fanatismo del todo o nada, muy inadecuado al parlamentarismo; sin embargo, encaja con el presidencialismo latinoamericano.
En el sistema español el parlamentarismo pudo funcionar con gobiernos mayoritarios del PSOE y del PP: así ocurrió con Felipe González, José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, pero desde que se aprobó la salida de ese último como responsable de la corrupción y de los robos dentro de su partido, el PP, ha sido imposible, hasta ahora, formar gobierno.
Es cierto que el Ejecutivo puede funcionar con un piloto automático: gobiernos de Pedro Sánchez en funciones, es decir, sin control parlamentario y con facultades solamente administrativas.
No es la primera vez en la historia de España en que la división de la llamada “izquierdas” posibilita el triunfo de las derechas: en 1933, la división entre socialistas, anarquistas y republicanos permitió el triunfo del Partido Radical, que buscó alianza con CEDA, liderado por José María Gil- Robles.
Solo la unión de toda la izquierda, incluido el voto de los anarquistas, hizo posible el estrecho triunfo del Frente Popular, en febrero de 1938.
En Francia, por esos mismos años, ocurrió algo similar: las izquierdas se unieron para hacer frente a las ligas monárquicas y fascistas, que estuvieron a punto de tomarse La Asamblea Nacional, en febrero de 1934.
La experiencia histórica demuestra que “cuando la izquierda se muestra desunida es la derecha la que gana”: es muy común que los partidos de izquierda confundan la ética de la convicción con una especie de dogmatismo maximalista que, en la mayoría de los casos, termina por alejar de la ciudadanía.
Por otra parte, sabemos que dentro del PSOE siempre han existido las fracciones: en los años 30 del siglo pasado, entre Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero; hoy, por un lado se da entre los barones González y Guerra, y la sevillana Susana Díaz, y por otro, los seguidores de Pedro Sánchez.
En la primera investidura fracasada Pedro Sánchez prefirió la alianza con Ciudadanos, de Albert Rivera, un señorito catalán y veleta neoliberal, que tiene el sueño del “centro político” que, por lo regular, conduce a la alianza con la derecha, (igual que el “camino propio” de un sector de la Democracia Cristiana en Chile).
En la segunda investidura, también fallida, Pedro Sánchez eligió la alianza con Podemos, de Pablo Iglesias.
En ambos casos se demuestra que el PSOE no tiene cultura de alianzas parlamentarias y pretende gobernar solo sobre la base de la abstención de los demás partidos.
Los independentistas catalanes y vascos dieron una lección de responsabilidad parlamentaria al estar dispuestos a abstenerse en la investidura, sobre todo, si los socialistas y Podemos lograban formar gobierno. El espectáculo dado por Pedro Sánchez fue, francamente, penoso, pues ninguno de ellos decía querer romper la unidad, pero hacían todo lo posible para que esto ocurriera: era lamentable la manera en se repartìan ministerios, competencias y funciones.
El resultado de este nuevo intento no podía ser otro que la profecía auto cumplida, es decir, 155 votos en contra, 124 a favor y 67 abstenciones, lo que equivale al rechazo de la investidura, que debe ser de nuevo discutida en septiembre y, de no resultar, el rey disuelve el parlamento y convoca a nuevas elecciones en el mes de noviembre.
¿A quién favorecería estas nuevas elecciones? En primer lugar, al Partido Popular que obtuvo una muy baja representación en abril último y no puede sino ganar. El Partido Ciudadanos intentará el liderazgo de la derecha; en cuanto al Partido Vox perderá el encanto fascista que tuvo en las votaciones del mes de abril y se convertirá en un partido parlamentario del sistema. Por otro lado, Pedro Sánchez cree posible que el PSOE pueda convertirse en Partido mayoritario – como lo dicen las encuestas -.
Lo único que sí está claro es que de convocarse a elecciones para el mes de noviembre la abstención será muy superior a la de abril, y el ciudadano de a pie castigará el miserable espectáculo dado por una izquierda desunida, con el sino de ser siempre vencida.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
29/07/2019