Chile, en los límites de la paciencia
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Caminar en estos días por el centro de Santiago es retornar a un pasado reciente. Un sonido de fondo de sirenas y un hedor profundo e irritante de gases lacrimógenos nos remiten a los primeros años de esta década, gobernado por el mismo Sebastián Piñera enfrentado entonces a los estudiantes. Durante el actual invierno austral, gris y muy frío, son los profesores y otra vez los estudiantes, esta vez los secundarios, los que son gaseados día a día y mojados por los chorros de agua.
Pero hay otros. Están las organizaciones que se oponen a la ratificación de TPP-11 (el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica), un tratado de libre comercio recargado y especialmente inoportuno impugnado por la Plataforma Chile Mejor sin TLC, la Coordinadora No+AFP, que intenta terminar desde hace años con el sistema privado de pensiones, o huelgas, como el mayor sindicato privado, cuyos trabajadores paralizarán actividades en todos los locales de Walmart a partir del lunes por los inminentes despidos por la robotización de tareas.
Un malestar creciente que tuvo el miércoles pasado una acción significativa. A partir de las 20:00 horas de aquel día millares de personas en todo el país comenzaron a golpear cacerolas en respuesta a un llamado del Colegio de Profesores. En plazas, esquinas y desde los balcones de edificios de viviendas se escuchó el repiqueteo durante más de media hora, algo que no sucedía desde el anterior gobierno de Piñera durante los días más críticos de las movilizaciones de los estudiantes.
El cacerolazo ha sido una acción ciudadana en solidaridad con el paro de cuatro semanas de los maestros en defensa de la educación pública. Pero sin duda es la expresión de una molestia más extensa y profunda. Una desazón ya difícil de sobrellevar que tiene sus fuentes en un sistema económico y social cuyo éxito y virtud descansa sobre el esfuerzo de millones de trabajadores y trabajadoras. Con una población que trabaja un exceso de horas diarias para no llegar a fin de mes, con un cúmulo creciente de deudas y sin perspectivas de medrar, la protesta, realizada desde el barrio o desde el mismo hogar en un cierto anonimato, ha permitido canalizar esta molestia que apunta hacia la indignación. El cacerolazo, que ha sorprendido incluso a los mismos convocantes, se registra como antecedente que refleja un clima social en los límites de la tolerancia.
Para el gobierno, todo viene cuesta abajo. Desde comienzos de año todas las encuestan le restan puntos en los apoyos a Piñera, pese a haber cambiado un par de veces de gabinete y levantar campañas y eventos cada mañana. Un proceso de encogimiento que expresa lo mismo que las cacerolas: una falta de mejores expectativas que ponen a los chilenos en el límite de la paciencia.
Piñera ha dado tumbos. Hasta este primer trimestre había apostado por un eventual liderazgo regional, ilusión política que se vino abajo con el lamentable circo de Cúcuta en febrero pasado, rodada continua hasta un par de semanas atrás con el cambio del beligerante canciller, el comunista converso Roberto Ampuero.
De aquellos y anteriores días está también el origen de la visa especial para migrantes venezolanos, hoy empantanados en la frontera de Chile con Perú al estrellarse con un cambio en los reglamentos. El gobierno de Piñera, que había levantado una política de brazos abiertos a todos los migrantes del gobierno de Nicolás Maduro ha debido cambiar sus normativas por el torrente de personas que buscan ingresar al país. Es posible que Chile tenga, a partir de ahora, no mucho más que ofrecer.
Las perspectivas económicas de cara al corto plazo son cada día más sombrías. Pero en estos momentos, a diferencia de otros ciclos de recogimiento de la expansión económica, hay factores que limitan no solo el crecimiento sino las mismas estructuras del modelo de libre mercado desregulado, la palanca de crecimiento de la economía chilena durante las últimas dos o tres décadas.
El modelo económico chileno queda desorientado ante los cambios en la escena mundial y regional. Y Piñera queda sin discurso, o queda hablando solo. Así lo ha hecho en el reciente viaje que lo tiene en Osaka en la reunión del G-20. Durante los días que estuvo en Oriente Medio, ofreció un TLC entre Chile y Palestina en tanto en Japón repite lo mismo que ha dicho durante los últimos años. Mercado y más mercado, aterrado al ver que un Putin anuncia que el liberalismo económico tiene sus días contados o que Trump no retrocede en su guerra comercial con China.
Las estadísticas económicas siguen los mismos pasos que las políticas del gobierno. La tasa de desempleo tiende a subir, leve pero sostenidamente, cada semana, las ventas del retail han registrado los peores niveles en cinco años, las exportaciones también en retroceso, el tipo de cambio altamente vulnerable, la tasa de crecimiento del producto no sube del dos por ciento y la bolsa de valores de Santiago tuvo este semestre el peor desempeño de toda la región. Señales aún, pero todas to apuntan hacia abajo.
En este clima, a Piñera y su gobierno solo le queda repetir la cláusula neoliberal de más y más mercado. Sus dos principales proyectos de ley van en esa conocida dirección. Una reforma tributaria que beneficiaría con varios miles de millones de dólares a las grandes corporaciones y las élites y otra al sistema de pensiones, que les daría a las administradoras un fondo también millonario de más o menos libre disposición. En ambos casos, se trata de una nueva vuelta de tuerca que aumenta la concentración de la riqueza y la desigualdad en su distribución, mal congénito de la economía y la sociedad chilena.
Piñera y su gobierno mantienen un equilibrio precario que puede romperse en cualquier momento. Chile históricamente ha sido un país altamente vulnerable a las crisis económicas mundiales. Desde décadas ha apostado de forma obsesiva a los mercados abiertos. Lo que fue su ganancia ayer hoy puede ser su completa pérdida.
Paul Walder