En tierra de ateos cualquier creyente es profeta
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La falta de una política sincronizada y alineada con la población crea notorias distancias que son aprovechadas por agentes políticos que ponen en riesgo la integridad del país a largo plazo.
“Asombro e incertidumbre”, aquel es el sentimiento que se percibe y repercute en cada ciudadano cada vez que los populismos se sitúan en una nueva plaza dirigencial y se instalan como novedad en la sazón del día a día. Existente en todos los países y en todos los niveles de participación democrática, el populismo se ha convertido en un movimiento representativo que carece de un proyecto claro y transversal: muy distante a lo que decía Barack Obama sobre este término (definición que dejó clara en la cumbre de líderes de América del Norte – Canadá 2016, al referirse a populista como “aquel que lucha desde y por la justicia social”) el populismo ha desarrollado una evolución discursiva que no ha evolucionado en el anhelo práctico, acción que pretende encausar a la sociedad hacia una gobernabilidad que carece de un programa político adecuado y medible, en donde existen sectores “incorrectos” que suprimen o interfieren en la situación y decisiones de los “correctos”, del cual el principal sustento convicto es el malestar espontáneo que aparece gracias a los diferentes fenómenos ocurrentes en la sociedad.
Desde las principales dirigencias mundiales hasta las bancadas políticas más locales el populismo se instala con firmeza gracias al sentimiento colectivo que aparca la pluralidad social: un descontento pleno hacia la institucionalidad, una ausente participación de las mayorías, un aroma a discordancia entre los sectores que conviven en nuestra sociedad y una concepción de desigualdad e injusticia entre quienes componen un país sin determinar el “capital material” como principal foco de conflicto… pero ¿Cómo nadie previó todo esto?, ¿Cómo fue posible que este movimiento se desarrollara incluso en las democracias más antiguas del planeta?, ¿Quiénes son los responsables de esta acción?
“La actualidad no es distante a eventos ocurridos en otras oportunidades históricas en donde los regímenes instaurados, en las diferentes democracias del mundo, se consolidan a tal punto que pasan de ser un híbrido participativo hacia un oligopolio político”. Aquella afirmación es evidentemente real, como ocurrió en la mayoría de casos los partidos institucionalizados nacieron por la generación de movimientos sociales que pretendieron (en su momento) dar confrontación hacia ciertas situaciones duales que involucionaban el estado contextual de la sociedad. Al pasar el tiempo estos movimientos se consagraban gracias al apoyo de las mayorías que percibían aquel presente como un estado crítico al cual actuar, formalizando e institucionalizando esta fuerza social en facciones políticas que poco a poco ganarían plazas de gobernabilidad de alta relevancia. Debido a la centralidad estratégica que estas instituciones político partidistas tomaban en las diferentes democracias, se forjó una “asociatividad preferente” con los diferentes sectores que dan movimiento al sistema social que hegemoniza al país, causando un punto de quiebre trascendental en lo que sería pasar de un clima de plena participación y empoderamiento a otro altamente homogéneo e inhibido:
- La centralidad estratégica que toman estas instituciones político-partidistas hace que se prioricen los diálogos con protagonistas de alta relevancia dentro de la estructura social, creando una clara diferencia entre la relevancia que tiene la opinión de “muchos” (o mayorías sin ostentación estratégica en el plano social) frente a la de los pocos protagónicos.
- Esta centralidad estratégica y el ambiente “asociativo – preferente” hacen que el acceso de los ciudadanos hacia estas instituciones político – partidistas sea cada vez menor, disponiendo cargos de alta relevancia o de mayor visualización a quienes presentan una situación preferencial dentro de sus mismos miembros.
- Esta forma de organizar poco incluyente, en conjunto con la necesidad de estar constantemente desarrollando esta “asociatividad – preferente”, crea una perpetuidad de sus miembros los cuales cambian constantemente de imagen y discurso con tal de sobrevivir dentro del panorama político, efectuando posturas y alianzas que confunden a la población.
- Por supuesto no puede faltar: los “protagonistas de alta relevancia” instalan a agentes de su pertenencia dentro de las filas de estas instituciones político-partidistas, causando entre ellos un unicanal que excluye los intereses y participación del resto de la sociedad.
Sin lugar a dudas este fenómeno tiene un efecto que se acumula al corto plazo: la no participación de la generalidad social y el rechazo institucional en la sociedad. Esta conducta política, que se respalda en los vicios dirigenciales mencionados anteriormente, es la fase más fría y peligrosa en la que los conjuntos humanos organizados pueden transitar. En ella se pueden encontrar observaciones como: la falta de propuestas debido a la poca capacidad de emerger que estas tienen gracias a que no son parte del plan político que tienen las instituciones político partidistas, la no participación de las mayorías las cuales son necesarias tanto para construir como así también para prever situaciones de crisis social, la “automatización social” que instaura a individuos conducentes y no a sujetos que dan respuesta autónoma frente los eventos que se pueden suscitar. Sea cual sea la democracia que se trate, el sentido de “estar presente” se pierde dejando una huella de anonimato y resentimiento en el colectivo social, aspectos que son de alto contenido sustancioso para quienes creen en posturas carentes de métodos y articulaciones organizacionales, pero que a su vez son ricos en contenido subjetivo y sensitivo hacia sus pares.
Es ahí que en ese escenario de escepticismo institucional aparecen los nuevos profetas, los “populistas”, aquellos sujetos que en algún momento fueron una minoría desacreditada por el resto pero que hoy son la nueva vanguardia política de las democracias. Sustentados ampliamente por el descontento y la falta de dialogo entre todas las partes, los populistas se iluminan en el horizonte con propuestas y medidas “radicales” que den solución a los problemas que no han sido escuchados por aquellos “perpetuados” dentro de las instituciones político-partidistas, coartando toda burocracia y protocolo existente para ejecutar alguna acción y erigiendo toda medida que sea necesaria para proteger a quienes consideran “de los suyos”.
El populismo, dentro de la eficacia que presentan al corto plazo (las medidas que implementan son inmediatas, sea o no de simpatía de uno) friccionan continuamente con el fracaso de su conducencia. Su sitial esta carente de la naturalidad que conforma a cualquier tipo de sociedad, pues, dicho de otra forma, las propuestas que emiten presentan un deficit en la creación de planes que trabajen en incluir a todos los espectros de la sociedad, omitiendo entonces una proyección país que se pueda determinar y del mismo modo cumplir. Como sabemos, no se puede proponer desarrollo dentro del conjunto humano si se gobierna con / para unos pocos y se suprime o rechaza a otros significativos. Algo que es seguro es el resultado del “plan país” que desenvuelven los populistas: una desaceleración del crecimiento que este tiene y una muy notoria confrontación entre quienes componen la población y se adhieren a determinada posición.
Entonces ¿vale la pena llegar a este punto para posteriomenter reorganizar el país?
Obviamente no y más vale “talar cuando se es ramillete y no tronco”. Los populistas y su peligrosa gobernabilidad son el producto semifinal de una cadena de sucesos que ocurren inicialmente cuando las instituciones se comienzan a desvirtuar y estos sujetos son apenas una minoría que carece de realidad, Dicho de otra manera, es la realidad contextual la que hace el liderazgo del populismo y no la preferencia la que hace protagonista a este. Una sociedad seria y en constante construcción jamás puede tomar como medida la censura o cualquier acción ilegitima que está enfocada a restringir la participación de un futuro “movimiento populista”, pero si debe visualizar constantes propuestas de interés general que ganen espacio en la discusión y que reste relevancia a todo aquel que puede significar un peligro hacia el bienestar de todos. Haciendo el mea culpa la responsabilidad recae en quienes priorizan a unos pocos y detienen todo proceso que vincule a la sociedad a ser parte de su destino, en ellos está el rol de generar un clima de convivencia y dialogo o verter todo hacia un estado de detenimiento.
La sincronización de las diferentes posturas es fundamental en la organización y en la dirigencia que existe en las democracias, ellas son representantes de “determinados sectores” y no de “determinados rencores”, por lo que el dialogo debe estar destacado en la capacidad que tienen de proponer y acoplarse entre sí. Entre ellas debiese existir un funcionamiento articulado y trasparente que este súper visto por todos los individuos con interés de contribuir, lo que restrinja acciones indebidas y que vicien el destino de sus orgánicas. Cada vez que se visualiza una “pisada de cola” entre los diferentes polos políticos, una decisión anómala frente a la naturaleza lógica del requerimiento social, individuos de relevancia poco contribuyentes que gozan de cierta inmunidad institucional o una imposibilidad de ingreso a sus filas quiere decir que al mismo tiempo estamos visualizando un claro desentendimiento con el interés colectivo lo cual desembocara en el resurgimiento de focos populistas.
Es fundamental comprender que la creación de una ruta a la cual seguir es responsabilidad de quienes promueven espacios de participación en los que se incorporen de manera sistematizada el interés colectivo, pero que de la misma manera se ejecuten y respeten con total organización y compromiso las determinaciones deliberadas del acuerdo social.
Por Sebastián Rojas Aranda
Coordinador de Vida Estudiantil en importante universidad.