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Piñera en la encrucijada: sin crecimiento y sin relatos

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Foto: Presidencia de Chile

La economía chilena, piedra angular en el discurso electoral de Sebastián Piñera, da tumbos. Al bajo crecimiento del primer trimestre, que rozó una expansión mínima del uno por ciento, esta vez el golpe lo ha dado el mismo Banco Central: tras bajar la tasa de interés a niveles no observados por estas latitudes desde la crisis global de las hipotecas subprimes, ha emitido un informe con una proyección crepuscular para el año en curso. El escenario local y global está tan enrarecido que promete convertirse en un lastre para el resto del gobierno del conservador Piñera.

 

Con la excepción del segundo gobierno de Michelle Bachelet, el resto de las administraciones post dictadura tuvieron como eje central la consolidación de un programa de mercado que promoviera la inversión privada y el crecimiento del producto. Un diseño que requería de estabilidad macroeconómica, la desregulación de todos los mercados como atractivo para la inversión  y normas laborales y ambientales favorables para el capital. Como recompensa, acceso al consumo de masas y altos niveles de empleo, aun cuando mal remunerados y muchos de ellos en la informalidad. La estabilidad macroeconómica tiene como contraparte una fuerte precariedad e inestabilidad laboral y fuertes impactos en el medio ambiente.

 

 

Como derivación, bien sabemos, está el crecimiento sostenido de la economía chilena durante varias décadas seguidas, proceso enmarcado en una estabilidad macroeconómica y también política. Sin mayores sobresaltos, en realidad sin más que aquellos empujados por los estudiantes durante el primer gobierno de Piñera (2010-2014), la economía chilena, que pasó de un producto nacional de 33 mil millones de dólares en 1990 a más de 277 mil millones el 2018, que cuenta con el mayor PIB per cápita regional, fue también durante un gran periodo paradigma del modelo neoliberal y trofeo para los organismos financieros públicos y privados de esta y otras latitudes. Chile, en especial durante el auge de los progresismos latinoamericanos de inicios de siglo, hoy todos en evanescencia con la excepción poco nombrada de Bolivia, fue ejemplo y pieza de colección para argumentar por los favores y beneficios del modelo de mercado desregulado.

 

 

El capitalismo en Chile es también relato. Una narración política, consolidada, hasta escasos años, en todo el espectro de parlamentarios, medios de comunicación y agentes de variada estirpe como única, intachable e intocable. Tras las fricciones y contradicciones que ha dejado un mercado hiperbolizado, por cierto la parte del relato resguardada y silenciada por las agencias de promoción internas y en las legaciones diplomáticas, ha surgido otra narración sobre los efectos del neoliberalismos en Chile.

 

 

El derrumbe del modelo es el título de un libro clave publicado el 2012 para comprender el proceso político y económico chileno del siglo XXI. Escrito por el sociólogo y también exprecandidato presidencial Alberto Mayol, este análisis surge tras las protestas de los estudiantes el 2011 que tuvieron durante meses en jaque al primer Piñera. Es probable que el “modelo” no haya caído con el estrépito anunciado por Mayol, pero es sin duda evidente que este patrón económico es, con todos sus efectos laterales, sociales y también basales, hoy un pálido remedo de los que levantaron hace décadas todos los oficiantes del mercado amparados y amados por corporaciones extractivas y financieras. Nunca se había hecho tanto por tan pocos.

 

 

Todo esta narración que prometía un final feliz, aun cuando no está perdida, está hoy detenida. Piñera todavía se atreve a prometer a los chilenos el “desarrollo”, el “progreso”, sí, eso dijo en su último discurso, pero también sabe de sobra que las cifras y la escena local y global han comenzado a relatar otras historias. La economía chilena es una más entre otras muchas y no tiene una estrategia ni de escape ni adelantamiento. Con los años, que ya son suficientes para vender y depredar los recursos naturales de un país, el “modelo”, más que derrumbado parece cristalizado. Hay ruinas deterioradas que mueren de pie.

 

 

Hace unos días el economista Jorge Gajardo publicó un texto en el que hace un interesante barrido al proceso del modelo de crecimiento chileno. Menciona y relaciona tres puntos centrales: de partida, el mito del crecimiento infinito, solo una realidad para fundamentalistas del mercado. El resultado de esta fantasía ha sido la extracción desesperada de recursos naturales, extinción de especies nativas, contaminación a destajo y afectación de recursos vitales como el agua. En suma, un proceso ya documentado en la economía conocido como el “crecimiento empobrecedor”.

 

 

El otro elemento clave que apunta a un deterioro progresivo de esta ficción económica es el factor externo. La economía chilena está apuntalada por las exportaciones e importaciones. La guerra comercial entre sus principales socios comerciales recortará el producto nacional en por lo menos un punto, afirman agencias internacionales. En tercer lugar, Gajardo observa la precariedad económica de los trabajadores y consumidores. Con bajos salarios y un alto endeudamiento, un shock externo podría conducir a una interrupción en la cadena de pagos.  En esta escena, el crecimiento deja de ser una obsesión ideológica y muta en la sostenibilidad del sistema mismo. El crecimiento como una bicicleta. Sin crecimiento, hay derrumbe de todo el andamiaje económico.

 

 

El “modelo”, que ha mantenido esta continuidad y estabilidad por varias décadas, tiene suficientes amenazas como para levantar todo tipo de dudas sobre su viabilidad futura. Las elites y las corporaciones locales y avecindadas presionaron para que el “modelo” fuera también prueba de laboratorio, con resultados sorprendentes en ganancias, en concentración de la riqueza y en extensión de las desigualdades. Con las turbulencias externas, con los proteccionismos, con la guerra tradicional encauzada a través de los mercados y las nuevas tecnologías, el neoliberalismo chileno puede tener los días contados.

 

 

 

PAUL WALDER

 

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