José Antonio Kast, de mal en peor: del fascismo al más puro pinochetismo
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Hay vocablos que se van agotando con el pasar de los años: es el caso de denominar fascistas o fachos a los representantes de la ultraderecha, por ejemplo; creo que en el análisis político urge emplear con precisión las palabras. José Antonio Kast no es otra cosa que un pinochetista – tal como Abascal, del Partido Vox en España, lo es franquista, y Jair Bolsonaro, militarista y xenófobo de ultraderecha -.
La mezcla catolicismo integrista y militarismo ultraderechista ha dado juego a los regímenes totalitarios más degenerados en la historia de la humanidad. Los obispos y curas españoles, que apoyaron a Francisco Franco en la cruzada contra “los rojos”, han sido los personajes más abyectos de la España de los años 30: bendecían a militares criminales y reaccionarios, que fusilaban sin piedad a civiles desarmados. (Augusto Pinochet, en Chile, no fue más que un imitador del régimen del tirano Francisco Franco, a quien le rendía pleitesía, especialmente en su entierro).
Tanto en España como en Chile aún quedan muchos partidarios de las tiranías católicas y de Pinochet: no hay mayor prueba del amor a Dios que cumplir con el sagrado deber de fusilar y/o tirar de los aviones a los comunistas…
Por desgracia, en Chile aún resta una buena parte del electorado que es partidaria de Pinochet y siguen creyendo que el general de ojos azules salvó a Chile de una tiranía – que se les antoja, igual que la cubana – y, junto a las “damas feas”, que siguen aplaudiendo al tirano, hay varios diputados de Renovación Nacional que se declaran partidarios del sanguijuela – es el caso de Camila Flores – y, en la UDI – Ignacio Urrutia, que renunció a su Partido para convertirse en miembro activo del recién fundado Partido Republicano -.
El nombre Acción Republicana y, ahora, Partido Republicano, no tiene nada de original: en los años 30 un sector de la derecha se identificaba con los métodos empleados por las dictaduras de Benito Mussolini y de Adolf Hitler; en el caso de El Duce, quien había pactado con el Papa el Concordato, la jerarquía de la Iglesia católica se amoldaba a muy bien a los regímenes totalitarios de corte fascista y nazista.
En Chile, a partir de la caída de Carlos Ibáñez, (1931), se crearon las “milicias republicanas”, integradas por jóvenes oligarcas y algunos de clase media que los seguían: se trataba de defender al gobierno de Arturo Alessandri Palma frente al peligro de los golpes militares. El Presidente había dotado de armamento a los milicianos, perteneciente al ejército. Las milicias republicanas, vestidas de overol, marcharon frente al Presidente de la República, para la fiesta del 18 de Septiembre.
El sector ultra de la derecha estuvo tentado de emplear métodos más agresivos para combatir el comunismo, y uno de sus líderes era el candidato a la presidencia de Chile Gustavo Ross, “el último pirata del Pacífico” y también el ministro del hambre”.
La guerra civil española conmovió a la sociedad civil chilena: un grupo apoyaba a los republicanos y a los curas vascos que luchaban contra la cruzada fascista de Franco – que invitó al líder socialista Indalecio Prieto, quien se dirigió al público chileno en un discurso cargado de emoción.
Dentro del campo de los católicos conservadores chilenos, sobre todo en la juventud, había un sector que seguía el socialcristianismo, representado por Jacques Maritain, que pretendía relacionar el cristianismo con la democracia; la polémica suscitada entre curas fascistas y socialcristianos adquirió mucha virulencia, sobre todo en el debate entre el líder conservador, Rafael Luis Gumucio Vergara, (socialcristiano), y el presbítero Pérez, (franquista).
Arturo Alessandri, el jefe máximo de la “execrable camarilla”, un demagogo oportunista, al comprobar que ya no existía el peligro de un golpe militar, decidió disolver las milicias republicanas, sin embargo, el grupo más fascista de ellas, decidió fundar un Partido, la Acción Republicana, cuyo líder era Eulogio Sánchez, (el mismo nombre del movimiento que lideró José Antonio Kast hasta hace unos días, dando paso al Partido Republicano, (tampoco es inédito, pues imita al Partido Republicano, de Estados Unidos).
Algunos recomiendan – y con mucha razón – no seguir dándole tribuna a este líder ultraderechista-pinochetista que, por lo demás, es muy hábil para entrar en los medios de comunicación de masas, la mayoría compuesta por periodistas paniaguados, vendidos a los medios de propiedad de ultraderechistas. El casi 9% que obtuvo Kast como candidato en las últimas elecciones presidenciales marcó una campanada de alerta sobre el poderío que aún tiene el pinochetismo en Chile.
El discurso de Kast sobre los llamados “temas valóricos” le ha permitido atraer a muchos de los evangélicos, como también a los católicos tridentinos que, desafortunadamente, aún pululan en la muy vapuleada Iglesia católica, (considérese que sacerdotes y obispos tienen hoy apenas un 5% de apoyo ciudadano y, a mi modo de ver, no es tan malo, pues permitiría a la iglesia jerárquica liberarse de degenerados podridos y volver a las raíces evangélicas).
José Antonio Kast se nos presenta como un católico a ultranza, de una familia de nueve hijos, y que sólo practica como método contraceptivo el Ogino Knaus, que falla casi siempre, (para la muestra un botón).
Este líder enarbola banderas de defensor de la vida, de su concepción hasta la muerte natural, pero olvida que sus mentores implementaron la pena de muerte y, además, aplaudieron a la tiranía de Pinochet en el “cambio televisores”, que disimulaba el lanzamiento al mar de comunistas y otros opositores, y olvida que los derechistas gritaban que “el único comunista bueno es el comunista muerto”, o “el Yakarta viene”.
A la derecha no le faltan los candidatos pechoños: por un lado, Joaquín Lavín, un alcalde populista, que se presenta como “el bueno”, y que sigue los preceptos de las bienaventuranzas y la línea de José María Escrivá de Balaguer, del Opus Dei; por otro, el ultra-ortodoxo reaccionario José Antonio Kast, que se caracteriza por su incondicional defensa de militares, comprometidos en la violación de los derechos humanos, alojados en una cárcel-hotel, en Punta Peuco.
La democracia es buena para la derecha cuando le permite tomar el poder, pero hay que terminar con ella cuando se presenta el peligro de que sus rivales se apropien de él. Hoy, la ultraderecha tiene una real oportunidad de que pueda aventajar, en el plano hegemónico, a la centro derecha que sigue a Sebastián Piñera, pues varios de los diputados de Renovación Nacional amenazan con pasarse al Partido Republicano, que los representa mejor en su admiración por el tirano, Augusto Pinochet; a su vez, en Renovación Nacional hay un sector proclive a fusionarse con la derecha de la Democracia Cristiana, para formar un partido socialcristiano, similar los europeos.
Por desgracia, en los países latinoamericanos la democracia está en peligro, no sólo por la judicialización de la política, que ha permitido sucesivos golpes mediáticos judiciales, sino también por la crisis de representación que lleva a la ingobernabilidad, (considérese que la casi totalidad de los Presidentes a los seis meses de asumido el cargo, ya son rechazados por los ciudadanos, y si existiera un plebiscito revocatorio de mandato, ninguno de ellos subsistiría en el poder).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
13/06/2019