Jornada de indignación contra los privilegios, la corrupción y los abusos en la era de Piñera
Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 21 segundos
Decenas de organizaciones sociales han llamado a una jornada de protesta nacional para este viernes 30 de mayo. Marchas, toque de cacerolas, piquetes, reuniones en plazas, despliegue de lienzos y consignas para expresar no solo demandas más o menos localizadas sino el repudio a algo mayor, tal vez abstracto y opaco para una mayoría pero de una claridad palmaria para estas organizaciones.
A la cabeza del llamado está la Coordinadora Nacional de Trabajadoras y Trabajadores NO+AFP, en las calles desde el gobierno pasado y hasta pocas semanas a las puertas y en los salones de las comisiones del Congreso. En ambas estrategias, estas expresiones, esta demanda de millones de trabajadoras y trabajadores, apoyada en la evidencia de unas pensiones de indigencia, no fue respondida por los dos gobiernos. Si algo hubo ha sido la contrapropuesta de Sebastián Piñera, un envoltorio para engañar a incautos y mantener incólume el negocio de las pensiones.
La gota que ha terminado con la paciencia de las organizaciones, trabajadoras y ciudadanas y ciudadanos ha sido el espaldarazo que le ha dado la Cámara de Diputados y Diputadas a la reforma previsional de Piñera. Con el ingreso de este proyecto al trámite legislativo, el gobierno ya puede dar por superados sus compromisos con los pensionados, supuesta o falsa obligación que solo tiene una realidad retórica y comunicacional. Las acciones de No + AFP sobre el parlamento se han estrellado con una clase política inefable, blandengue, que solo responde a la voz del poder. A nadie le importan los trabajadores y menos aún las pensionadas y pensionados.
Estamos ante un puente cortado. No hay relaciones ni comunicación entre la clase política y las organizaciones que representan a la ciudadanía. Un cuerpo de élite que concentra el poder económico y político apropiado del aparato estatal diseña y proyecta el futuro del país a la medida de sus intereses.
Ante el peso insoportable de esta realidad, ante la evidencia de un sistema político que sigue respondiendo a su clase y sus financistas y que nuevamente da la espalda incluso a sus electores, es tal vez el momento para reevaluar las actuales circunstancias. Para las organizaciones, es el inicio de un proceso para rechazar el abuso, la corrupción y de preparación para grandes jornadas de movilizaciones.
Los efectos del modelo que el poder económico y financiero ha defendido durante las últimas décadas ya son tan evidentes y extensos que no hace falta enumerarlos, aunque las organizaciones convocantes a la marcha se han dado el trabajo de recordarlos. Efectos que han consolidado una realidad social en plena degradación, un sistema político corrupto e innecesario (porque quienes verdaderamente gobiernan o están en los directorios de las corporaciones, en instituciones financieras internacionales o en otras localidades), una desigualdad obscena y un deterioro ambiental y territorial sin registros conocidos. Todos efectos opacados bajo una campaña retórica que promueve la ignorancia, la parsimonia y el individualismo bajo la afirmación de los éxitos del crecimiento económico.
Las organizaciones deciden regresar a las calles, tal vez el lugar natural del cual nunca debieran haber salido. La acción como el único lenguaje que puede oír una clase atrincherada en sus cúpulas y sus centros de poder. Acciones que pueden recoger a partir de ahora los efectos del rotundo fracaso en que terminará este gobierno. Porque una vez es más que suficiente. Piñera II no tiene programa ni ideas, sino el enganche al carro de cola del tren neoliberal tirado por Estados Unidos, China y sus socios comerciales. Un ritmo que terminará dando tumbos en el corto plazo a raíz de la guerra comercial, el bajo crecimiento económico mundial y local y las falsas promesas jamás cumplidas.
Rabia, indignación, repudio a la corrupción, a los abusos, a los privilegios. La decisión está tomada porque la brecha ya está abierta y sin posibilidades de cierres, reparaciones ni acercamientos. No es tiempo de reformas sino de desmontajes. Si por un frente vemos a la sociedad civil aumentar sus movilizaciones, protestas y, de forma especial, el inicio de una renovada capacidad de organización, en el otro flanco atisbamos unas élites representadas por la casta política despreciada y enredada sola en sus errores. Allí se está gestando la tormenta perfecta, esa es la precipitación, que cae sin freno por sus lastres y excesos.
PAUL WALDER