Por qué el cambio climático es un problema político. De las malas a las peores noticias
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Las malas noticias se suceden a una velocidad sorprendente. No hablamos solo de la corrupción, de los gobiernos en decadencia, de la injusticia, las guerras en ciernes o la concentración de la riqueza. Hablamos de la peor de todas las noticias. Del cambio climático, del calentamiento global que pone en riesgo en unos pocos años más la supervivencia de nuestra y otras especies. Por lo menos tal como hemos conocido su vida en la Tierra durante los últimos diez mil años. Que es algo.
Lo bueno de las malas noticias es que se publican. Ha habido períodos en que la censura hace lo suyo para mantener en la ignorancia a las comunidades y vastas sociedades. Las noticias sobre el desastre ambiental, que no son ni portada de los periódicos ni cabecera de los informativos de la televisión, se deslizan de forma tangencial en portales electrónicos científicos y de organizaciones sociales. Es poco, pero va en crecimiento. Existen.
Pensemos, o creamos, que la prensa hegemónica está muy ocupada en lanzar e investigar casos de corrupción y rencillas de diputados como para perder tiempo y arriesgar lectores con informaciones apocalípticas. El público ya tiene suficiente con su estresante modo de vida, el trabajo infinito y las deudas. Para qué alarmar con el cambio climático y la extinción de las especies planetarias.
En la última semana han circulado por internet y escasas redes algunas de estas noticias. Ayer mismo, el Instituto Oceanográfico Scripps registró que la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera de la Tierra superó por primera vez el nivel 415.26 ppm (partes por millón). Este valor se obtuvo el 11 de mayo pasado y es el más alto en la historia de la humanidad. Para hallar niveles similares a los actuales hay que sondear en registros de investigaciones de la prehistoria climática, hace unos tres millones de años, cuando la temperatura global del planeta era entre dos y tres grados más alta que ahora y el nivel del mar entre diez y veinte metros más elevado.
Esa es la primera mala noticia. Días atrás conocimos otras investigaciones, las que ponen en riesgo la biodiversidad en el planeta. En el más reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas sobre la biodiversidad, la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), destaca que animales y plantas se extinguen a un ritmo sin precedentes. De los ocho millones de especies animales y vegetales más de un millón están en vías de extinción a consecuencia de la acción humana sobre la Tierra. El informe de la IPBES revela que las acciones humanas han “alterado significativamente” la mayor parte del área tanto de la tierra como del mar”. Un 40 por ciento del medio marino mundial está mostrando una “alteración grave” de las presiones humanas y la “riqueza y abundancia” de todos los niveles de la vida marina está en declive.
“Las tasas de extinción son un factor importante, la mayoría de las especies de plantas y animales están más amenazadas con la extinción ahora que en cualquier otro momento de la historia humana”, informó Josef Settele, codirector del estudio de la IPBES. Fueron tres años para obtener la desalentadora radiografía del panorama actual de biodiversidad en el planeta, para luego proponer una lista de soluciones y planes de acción con el fin de tomar control de esta crisis.
Según la IPBES todas las causas de esta extinción masiva se relacionan con el ser humano y sus prácticas: desde la deforestación, con la que las especies han perdido su hábitat; la sobrepesca y cambio climático, ya que el mundo se está calentando demasiado para muchos animales e insectos. Además, los animales también sufren la propagación de especies invasoras cuyo número ha aumentado en un 70 % en medio siglo. Finalmente, la más crítica y expuesta, la contaminación.
Otra pésima noticia que confirma la anterior es la investigación de dos científicos (el español Francisco Sánchez-Bayo y el belga Kris A. G. Wyckhuys) sobre los enormes daños que la acción humana causa a un segmento muy importante y poco conocido de la biodiversidad: los insectos. Los investigadores, de la Universidad de Sidney, Australia, sostienen que de no alterarse costumbres humanas destructivas el 40 por ciento de los insectos desaparecerán en unas cuantas décadas, entre ellos las abejas, esenciales para la polinización y la alimentación de otras especies, como los mismos humanos.
La aparición de los negacionistas
Hay otra información, que tampoco es portada. No es siquiera noticia. El cambio climático es un asunto político. No sólo por quienes lo niegan, cada día con mayor fervor y seguidores, sino por sus acciones e inacciones. No sólo Trump y Bolsonaro niegan el cambio climático como un efecto humano, sino que la gran mayoría prefiere mirar al techo y no hacer nada. Ambos comportamientos tienen un profundo significado político. Y ambos contribuyen más o menos por igual en impulsarnos hacia el desastre. Todos los políticos, negacionistas e indolentes, hablarán de crecimiento económico, de consumo, de exportaciones, en fin, de seguir engrosando la huella de carbono. Ninguno se arriesgará a pedirnos que limitemos nuestro consumo o el uso de nuestros amados automóviles por el bien del planeta. Una cosa así tal vez los derrumbaría en las encuestas o los convertiría en payasos en los twitters de la oposición.
Hay una íntima relación entre la acción humana y el cambio climático. En esto está de acuerdo la gran parte (más de un 97 por ciento) de la comunidad científica que investiga esta materia. Pesan los registros, los datos y las conclusiones que vinculan al cambio climático con la actividad humana. Pero no tanto como las evidencias de extinción de especies, aumento de las temperaturas y desastres naturales.
Pero hay otra relación tanto o más íntima. Esto lo cambia todo, el libro que escribió Naomi Klein en 2015, vincula el calentamiento global con el capitalismo. Una relación insostenible como ninguna otra y sin duda incluso con peores consecuencias que las colonizaciones. Aquí no se extinguirá la cultura o civilización conquistada, sino todo el planeta.
Naomi Klein escribió ese libro en plena hegemonía neoliberal y en el inicio de la decadencia de la globalización. Una época en que los líderes y gobernantes ya conocían centenares o miles de informes sobre las causas y consecuencias del calentamiento global, pero también un periodo en el que hicieron todo lo contrario a las recomendaciones de estos informes. Si los activistas medioambientales y la comunidad científica sugerían (qué manera tan débil y ridícula para alertar de un inminente desastre planetario) que lo conveniente era tomar medidas para reducir la huella de carbono e impedir que la temperatura global suba dos grados, los políticos no hicieron otra cosa que desatar el consumo desenfrenado. Libre mercado desregulado, privatizaciones, créditos y una fruición y obsesión por el consumo. Sí el CO2 en la atmósfera comenzó a crecer con las sucias chimeneas de la Revolución Industrial a ambos lados del Atlántico, el clímax lo ha logrado con la globalización y el libre flujo de mercancías y capitales.
El sociólogo francés Bruno Latour escribió un libro titulado Dónde Aterrizar, publicado en español este año. Y tal como Klein, uno de los aspectos que analiza es el comportamiento de los negacionistas y el uso de una retórica al más puro estilo de la Guerra Fría para demonizar a los ambientalistas y científicos. En el caso de Latour, alucina con la figura enloquecida de Donald Trump y el retiro de Estados Unidos de la Cumbre Climática de París el 2017.
Los ricos están soñando con huir de aquí. Las élites hace años terminaron de considerar que las políticas son buenas para todos, que existe un horizonte común para la humanidad. Eso, que no es una novedad, tiene desde hace un par de décadas aires ,si no nuevos, sí extremos. “Las clases dirigentes ya no pretenden dirigir, sino ponerse a salvo fuera del mundo. De esa fuga, Donald Trump es apenas un síntoma entre muchos”, dice Latour.
Los negacionistas tienen un rasgo atractivo. Han sacado a la luz el problema climático, lo han convertido en lo que es: un asunto y un problema político. Porque hoy todo el mundo sabe, o a escuchado algo por ahí, que la cuestión climática está en el corazón de todos los retos sociopolíticos y directamente vinculada con la desigualdad y la injusticia en todas sus variantes. Los que más sufren hoy el problema climático, desde las sequías a las inundaciones, son los más pobres.
Los ambientalistas han pasado a ser los nuevos comunistas. Una mutación que les encanta a sus seguidores, los llena de entusiasmo para seguir adelante con su American way of Life, y les da un sentido a la vida. La mentira, el engaño, la fe ciega en en sus propias verdades y de avanzar en el lado correcto de la historia aunque el mundo se caiga a pedazos. ¿No es esto también atractivo por su delirio? Hay grupos en Estados Unidos (parece que no solo allí) que creen que la Tierra es plana. Y tienen un nombre. Los tierraplanistas. Entre ellos, como en los negacionistas climáticos, no hay científicos, sino son personas un poco arrasadas por los acontecimientos que en algún momento perdieron no solo la brújula sino parece que también la cabeza. No solo los ambientalistas son observados y perseguidos por comunistas, ahora está la misma ciencia.
Los empresarios y sus expresiones negacionistas mantienen hoy una salida de emergencia. ¿Y si fuera cierto el cuento del cambio climático? Bueno, ya hay planes en el mismo proyecto de la modernidad y la colonización. Continuar fuera del planeta. Huir del planeta. Colonizar la Luna y Marte, que están hoy al alcance de la mano de los más ricos.
Elon Musk, el empresario dueño de Tesla Motors y otras varias empresas, ha dicho que es necesario estar preparados por “si le pasa algo malo a la Tierra”. Lo ha dicho para promocionar su proyecto SpaceX, que pretende llegar a Marte en un par de años y comenzar un proceso de colonización. Y Jeff Bezos, el hombre más adinerado del mundo, lanzó la semana pasada los nuevos planes de su empresa Blue Origin, con el cual montará colonias humanas a la Luna a partir del 2024.
El capitalismo del desastre climático ha puesto en marcha su último plan.
PAUL WALDER